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Examen

La evolución de los gustos, la competencia y la obra propia conceden la nota final a un cocinero

Rafael García Santos

Son las circunstancias, los conceptos, quienes nos hacen valorar de manera distinta una misma cosa a través del tiempo. En el caso de las ideas, resulta evidente que como consecuencia de un cambio de pensamiento, evolucionamos a otra teoría. La globalización ­entiéndase, la cultura universal­ nos ha ampliado las miras respecto del atún y del bonito, hasta el punto que nosotros, que nos creíamos los reyes del mambo (pescado), hemos visto como se nos bajaba la prepotencia hasta la ridiculez, teniendo que asumir las carencias que reíamos de otros: la excesiva cocción a la que sometían nuestros hermanos europeos a los manjares marinos.


En asunto de túnidos, los más viajados nos la hemos tenido que envainar, porque los que siguen encerrados en la tribalización todavía andan haciendo asquitos a valores tan normales, tan comunes, tan fáciles de asumir como son la naturalidad y jugosidad. Mira que son raros. Hasta tal punto, que probablemente ya habrán enrevesado esta alegoría en favor de la multinacionalización de la sabiduría entendiéndola como una confrontación con la pluriterritorialidad de conocimientos. No, no es eso, en absoluto, se trata de algo tan elemental como sumar.


Si la valoración del punto de cocción del atún y del bonito cambia a tenor de las teorías del momento, también la consideración que merecen los restaurantes. Paul Bocuse hace hoy la misma cocina que practicaba en la década de los setenta; consecuentemente sólo le valorarán igual que hace treinta años quienes vayan un tanto retrasados en la historia. La pregunta es obvia ¿Quién y qué sitúa a un chef en uno u otro lugar del ranking? El paisanaje, el paisaje y él mismo.


A un cocinero le califican, por supuesto, sus conceptos y quehacer en relación con la época en que vive. Por supuesto que el paladar, la inteligencia y la cultura gastronómica de cada comensal. Y por supuesto, ­y esto no está tanto en su mano­, el horizonte. La competitividad coloca a todo profesional antes o después que otros, o lo que es lo mismo, el trabajo de los colegas influye decisivamente en el ensalzamiento o desmerecimiento de cada uno de ellos.


Comparaciones
Todo se compara en función de las imágenes se evalúa. Por tanto, en la calificación de un cocinero, de un restaurante, influye decisivamente el protagonista y la crítica, pero quien verdaderamente cambia la clasificación son los sujetos en liza. Pongamos un caso: Si alguien ostenta un 9,75 y viene otro chef que lo hace mejor, inmediatamente baja de calificación al citado y a todos los demás, si es que seguimos manteniendo el 10 como cenit inalcanzable. Una tercera perspectiva, que tiene mucho que ver con la anterior, posee insólita rareza: cuando a un establecimiento se le considera en mayor medida simple y llanamente por mantenerse en su lugar, incluso bajando respecto del pasado. Eso les sucede a los restaurantes de producto, que pueden alcanzar la notabilidad, no porque su culinaria sea relevante, sino porque brindan una materia prima que los demás no ofrecen.


Incluso sin llegar a las descomunales piezas de antaño, mantienen los mejores géneros posibles. La crisis de mercancías, la depauperación de los mercados, ha revalorizado sus nombres y sus facturas. Se ven sustancialmente potenciados por ser baluartes de la primera verdad de la gastronomía: el producto. Cuestión de enfoque.



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