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Poco afortunada

Sólo un puñado de locales rehúyen del falso costumbrismo y la dejación que han convertidola cocina canaria en un erial

Rafael García Santos

Jamás existió tanta originalidad a la hora de alterar la disposición de un menú. Ni el cocido maragato, que no es otra cosa que la humana condición de echarse a la carnaza desde el primer momento, esa es su identidad, llegó tan lejos en la lógica e ilógica colocación de los platos. Desde hace unos días, en el restaurante Antherius, de Las Palmas de Gran Canaria, han ideado un nuevo ritmo gastronómico: de atrás para delante en dos saltos, un paso más adelante, para terminar dando dos saltitos atrás.

Sale de primero las paletillas de conejo en rebozado de salmorejo con corona de verduras. Ante la perplejidad del comensal, la camarera, con toda la dulzura isleña en los labios, le lanza el siguiente recado: «Es para que usted no tenga que esperar, ya que el siguiente plato tarda veinte minutos en hacerse». A continuación, aparece la suprema de cherne con caldo de finas hierbas a la vinagreta balsámica, que, desgraciadamente, careció de la letrilla y música oportunas.

Pero lo peor estaba aún por llegar: un manojo de escamas en la boca tras el primer bocado, lo que volvió a suceder al segundo intento. La afección del cliente y sus dudas sólo generan la guasa de sus compañeros de mesa: «Eres muy clásico, todavía no te has enterado de que no escamar los pescados está lo más de moda actualmente».

¿Qué podría suceder a partir de aquel instante? Pues algo todavía menos previsible: en vez de pescado a pescado ­posiblemente, amparándose en no se vaya a pasar el punto del cereal­, presentaron, ante sonrisas y lágrimas del respetable, el arroz cremoso de pata de cerdo con bacalao al aroma de romero. Y para terminar, un bonito embarrado, que estaba perfectamente definido en la indefinición absoluta.

Preguntas con respuesta
Si esto hace uno de los que más ganas tiene ­otra cosa son luces­, ¿qué se puede esperar de aquellos restaurantes que no cogen reservas hasta las 12.00 o las 12.30 de la mañana, hora canaria, qué duda cabe, lo que sucede en varios? ¿Cuál es el nivel gastronómico de quien sirve un tomate partido en cuatro cachos y sin pelar de ensalada, dejando al comensal la libertad de aderezárselo? ¿Qué sensibilidad posee esa inmensa mayoría que se escuda en el cos- tumbrismo primario para justificar el no pelado de las papas arrugadas, que en el 90% de los establecimientos hosteleros no tienen nada más de arrugadas que el nombre y que, en realidad, son unas patatas cocidas y saladas?

El Mesón El Drago, en Tenerife ­concretamente, en Tegueste­ es la mejor opción en la isla, con un Carlos Gamonal junior vistiendo y refinando la cocina autóctona; como en Fuerteventura la representa El Mar, flamante restaurante empeñado en sacar a los majoreros de su monótono menú: tomate, papas, queso de cabra, pescado del día, cabra frita y cuatro cosas más, con propuestas meritorias. Y en Las Palmas de Gran Canaria, Rías Bajas es un local gallego para refugiarse en un buen cherne a la plancha, un buen bacalao en salsa de tomate y pimientos y un buen arroz con bogavante.

Mirando al mar hemos disfrutado de las maravillosas pizzas del Hotel Fuerteventura Princess, en Pájara, Morro Jable; especialmente, la denominada española, que es una versión curiosa de los huevos fritos con jamón y tomate, además de otros toques. Nunca pensamos que la pizza tuviese un valor gastronómico. Ni en Italia nos interesó tanto. Y es que no se puede ser afortunado en todo.



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