Semana del 21 al 27 de octubre de 2006
Dietas involuntarias
Tras los tiempos del hambre,
llega la época de la falsa modernidad, con raciones
para enfermos
RAFAEL GARCÍA SANTOS
Qué importante es en un plato
la cantidad. «Ande o no ande, caballo grande»,
decía el primo Antonio cada vez que le invitábamos
a comer a casa. ¿Se recuerda? Seguro que usted
también tuvo un familiar que pensaba de igual
manera. Era la ideología dominante. Que tiempos
aquellos, años de escasez. Estábamos poco
menos que hambrientos. Una fuente, dos fuentes... las
fuentes ocupaban el lugar de los platos. La copiosidad
era una ansiedad extendida y signo de riqueza. Los mofletes
de los pequeños de la familia eran sinónimo
de salud y el grosor de los caballeros de opulencia.
Pero la vida ha cambiado un poco, la delgadez pasa por
ser lo saludable y los potentados cuidan su imagen tan
férreamente como una top model. Un buen tipo
abre muchas puertas, ayuda mucho a triunfar. En definitiva,
que el mundo gira y gira como un tiovivo. Conclusión,
la verdad es siempre subjetiva y transitoria. Señoras
y señores, la mentira no existe. Y hay quienes
se lo han creído tanto que ya no dicen ni una
sola verdad.
Es tan cierto el relativismo, que lo cierto e incierto
es tomar posturas tajantes y definitivas. No se fíe
ni de las medias verdades: todos los excesos son igual
de malos. ¿Cuándo le ponen una cazuela
con rebosante de callos acaso no piensa que le están
tratando de glotón? Imagínese por un momento
que es usted crítico gastronómico. Hágase
la idea que va hacer una crónica sobre una marisquería
y piense por un instante que el dueño le dice
afablemente: «Pepe, déjame a mí
que me encargue del menú».
Y en eso que llegan los percebes, medio kilo de percebes
gigantes. ¿Se los zamparía? Es una posibilidad
derivada de que usted es poco pudoroso. Lo correcto
es hacer asquitos a la exageración, y no porque
le vayan a sentar mal; los percebes nunca han provocado
una indigestión.
Los peros tienen que tener argumentos éticos.
Si le sacan medio kilo de percebes y luego dos cigalas
de 400 gramos cada una no se siente usted ofendido.
¿Qué no? ¿No interpreta que le
están tratando como un aprovechatedo? ¿No?
Es un tipo práctico. Le tratan como a un golfo
y ni se inmuta. ¿Qué no dejaría
ninguno? Asume la golfería con la naturalidad
de un golfo.
Lástima de báscula
Repetimos, no se fíe ni de las medias verdades:
todos los excesos son igual de malos. Puede sucederle
lo mismo pero al revés. Es decir, que en aras
de los argumentos establecidos, sustentados en la posmodernidad,
le cuiden como a un sílfide o a un enfermo. Que
le pongan porciones similares a las de los quesitos
La Vaca Que Ríe. Ja, ja, ja... Hemos exagerado,
eran algo más pequeñas. Qué pena
que no llevamos la báscula, para poder objetivizar
este artículo un poquillo. A ojo de buen cubero,
cada ración podía pesar 25 gramos. ¿Qué
no se lo cree? Se lo prometo, se lo juro; ¿cuánto
puede pesar medio lomo de sardina con una cucharada
de vegetales y frutas en brunoise y una pincelada de
puré de qué se yo?
Y digo qué se yo, porque no daba tiempo a enterarse
de lo que se comía. Vamos, que se quería
dar un segundo bocado y te quedabas con las ganas. Totalmente
frustrados. Le decimos al camarero: «¿será
posible repetir»? A lo que respondió: «¡Qué
bueno que estaba!». Y apostilló: «El
menú es largo, ¿ya llegará al final?».
Me marche del restaurante pensando la pinta de gordo
que debo tener. O acaso es que me ven que paso mucha
hambre. Ni tanto, ni tan poco.
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