Semana del 9 al 15 de abril de 2005
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A 30 minutos
Pepe Rodríguez, uno de los cracks culinarios
del momento, ha introducido en los últimos
tiempos cantidad de fórmulas muy meritorias
en la carta de El Bohío (Illescas, Toledo,
avenida Castilla La Mancha, 81 T 925511126), a
media hora de la capital. Como la crema de lentejas,
realmente etérea, volatizándose
en boca con delicada suculencia, que luce destellos
mágicos: un jugo yodado de sepia y cintas
del cefalópodo; verdadero testimonio, el
enésimo, de transformación de los
sabores tradicionales con comedida insolencia.
Un suquet de marisco en consonancia con el tercer
milenio: cigalas rebosantes de jugosidad con brunoise
de patata y fondo marino netamente azafranado.
Y siempre la fantástica, sublime, excelsa
todos los adjetivos son pocos recreación
del más mísero condumio castellano:
el huevo con polvo de ajo y pimentón y
el caldo de la sopa de ajo.
Y siempre, la visionaria y augusta manera de vez
el cocido, un ravioli de pan relleno de chorizo,
bacon y carrillera de ternera, nadando en el caldo
de siempre refinado hasta lo indecible en su sustanciosidad,
con la presencia de unos mantequillosos garbanzos.
Y los callos a la madrileña, de los mejorcitos
de España, como el singular el potaje ahumado
de bacalao (arriba, en la foto).
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Cocidito madrileño
Madrid carece de vocación
culinaria pero varios chefs se obstinan en desmentir
la afirmación de que es difícil comer
bien en el foro
RAFAEL GARCÍA SANTOS
No hay pregunta, o preguntas, más
repetidas: ¿Qué hay de nuevo en Madrid?
¿Dónde se puede comer bien? Papear satisfactoriamente
en muchos sitios, gastronómicamente en pocos.
El foro sigue siendo el foro, una ciudad maravillosa
sin vocación culinaria histórica. Prima
el pragmatismo, el tipismo... Jesús Santos vive
las burbujas de Dom Perignon con la naturalidad de un
triunfador. Bendice todas las celebraciones sociales
de la ciudad en el Goizeko Wellington (Villanueva, 34
T 91 577 01 38). El poder, el dinero, la Prensa
el todo Madrid. Gentes que quieren disfrutar de una
cocina elegante, sobria y efectiva. Una culinaria que
contempla el producto reverencialmente, que reforma
la historia con sensatez, que complica las cosas lo
justo y necesario para distinguirse. Una coquinaria
y unos profesionales que saben hacer protagonista al
cliente. En la mesa y en el trato.
Las ostras al vapor con vinagreta de echalotes y jengibre
expresan una exacerbada potencia oceánica. ¡Qué
manjarosidad! Tienen gracia las finas costras de pan
de pueblo impregnadas con tomate y champán que
se enriquecen con unas exquisitas lonchas de jamón.
El toro de atún, leve y precisamente marinado,
se ofrece con caviar en un más sobre más
que refrenda el espíritu grandioso de la casa
y del patrón.
Las espardenyes, simplemente calientes, vivitas y coleando,
con una textura salvaje, en su sopa representa sublimar
la naturalidad; la última y estelar revelación
en carta. Y doctorales los tacos de merluza frita a
la bilbaína con pimientos rojos asados, en que
el pescado atesora unas carnes tornasoladas, jugosísimas,
detrás de un velo áureo de huevo.
Moda catalana
Sergi Arola ha convertido a La Broche (Miguel Ángel,
29 T 913 993 437) en el restaurante más fashion.
Su estilo es difícil de definir, quizás
porque entremezcla culturas, inspiraciones, modas
factores que pesan mucho sobre el resultado final. Aprecia,
y mucho, su origen catalán, reinterpreta recetas
universales y asume ingredientes exóticos: sopa
de combu con berberechos y percebes. Introduce colores
vivos: ensalada de liebre curada con moras picantes.
Tiene apreciaciones muy particulares, como servir de
primer abreboca tres pedazos de solomillo con otras
tantas salsas. Es un restaurante en el que el cliente
ha de jugar, divertirse, hacerse cómplice de
un lujo informal que persigue impresionar. La ostra
frita, que bien podríamos definir coulant, con
dos texturas contrapuestas, con primaveral presencia
de manjarosos guisantes y habas, es una exquisitez,
un placer
el placer de la gastronomía.
La ensalada de riñones, de impecable hechura,
con la frescura de los brotes, de los germinados, tiene
concepto y acabado, algo que es primordial. Y esa idea
vuelve a testimoniarse en la tatín de alcachofas,
un clásico sabroso, suculento y convincente.
La langosta con cous cous de arroz tiene producto, punto,
en definitiva, naturalidad sápida y táctil,
así como originalidad. Y el bogavante en dos
servicios: sopa con fideuà y crudo con verduras
tiene poder de convicción, sobre todo el consomé,
profundo, traslúcido
para ahogarse de oceanidad.
En El Paraguas, (Jorge Juan, 16 T 91 431 58 40), se
come bien sin llegar a adquirir un cariz gastronómico.
El pudin de cabrales; la ensalada de aguacate, aceitunas
y anchoas en aceite; la ensalada de pulpo y patata y
la fabada salen correctas, sin producir ningún
subidón palatal. Lo mejor, el pixín rebozado,
que se acompaña de un tomate encebollado y una
salsa negra anodina.
Y Rafa, (Narváez, 68 T 91 573 10 87), ratifica
cada día el su condición de mejor mercado
marino posible. Siempre que se pueda, alguna menudencias:
percebes, gambas rojas y blancas, langostinos de Isla
Cristina, centollo de O Grove, almejas, ostras. Y luego
un rodaballo gigante y salvaje a la plancha que permite
pringarse de gelatinosidad hasta terminar como Heliogábalo.
O una buena cazuela de almejas al ajillo, o un buen
guiso de rape con patatas y verduras. Sin grandes palabras,
hechos simple y llanamente.
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