Andrea, estudiante de Turismo en la Universidad de Deusto, durante una excursión a Oulu, al norte de Finlandia.

Tú a Roma, y yo, a Cranfield

Volver a portada

 

POR IRATXE BERNAL


Entienden Europa como ninguna generación lo ha hecho antes. Como ni siquiera lo hacen los primeros 'erasmus', hoy cuarentones, que, hace ya veinte años, se aventuraron a cursar parte de su carrera universitaria en una Comunidad Europea de sólo doce miembros y en la que España era una recién llegada. Quienes ahora ocupan las facultades saben que, no hace mucho, para salir de casa se necesitaba pasaporte y cambiar moneda; han oído que hubo un tiempo en que los españoles que se asomaban a Europa lo hacían para trabajar en frías factorías; y han estudiado que siglos ha España fue orgullosa dueña de medio continente e interesada enemiga del otro medio.

Pero para Pedro, Lucía y Andrea, Europa va más allá. Es una corriente que discurre por países que conocen, lenguas que hablan y gentes con las que han convivido, hasta desembocar en un nunca visto antes sentimiento de pertenencia.«Podrás estar o no de acuerdo con algunas cosas y ver que a veces será más difícil entenderse, pero yo sí creo que formamos una unidad y me considero parte de ese conjunto. Una parte diferenciada, pero integrada en un conjunto», asegura rotundo Pedro Puerta, ingeniero industrial que de la Escuela Técnica de Bilbao saltó a la Universidad de Cranfield, en el Reino Unido. «Es que somos muy parecidos. Más de lo que creemos. Hay diferencias, como es lógico, pero los jóvenes tenemos las mismas necesidades y los mismos gustos. Nos movemos por un patrón muy parecido», justifica Lucía Boragina, estudiante de Psicología de Deusto y 'erasmus' en Roma.

«Es curioso. Yo creía que nosotros éramos tradicionales, porque esa es también la imagen que fuera tienen de nosotros, pero llega la Navidad, miras a tus compañeros de piso, cada uno de un sitio, y te das cuenta de que todos tienen sus costumbres. Y son un montón», subraya Andrea Angulo, que salió de Deusto para hacer un cuatrimestre de Turismo en Haaga, Finlandia.

Los tres quisieron estudiar fuera para «aprender a buscarse la vida, mejorar un idioma y, sobre todo, conocer nuevas culturas», y, de paso, aprendieron a valorarse. Estaría bien tener la «eficacia y planificación» de los ingleses, pero a ellos no les iría mal «mostrar más entusiasmo por los proyectos y perder algunos prejuicios en sus relaciones sociales». Es envidiable el «civismo, sentido práctico, nivel cultural y modestia» de los finlandeses; lástima que les cueste tanto «soltarse un poco en su relación con los demás». Y por supuesto que resulta agradable la «calidez y alegría» de los italianos, pero ¡ay! qué bien les vendría un poco de «formalidad y puntualidad».

Diferentes costumbres

Claro que ellos también pueden sacarnos los colores. «Aquí, en el País Vasco, sois muy reservados, muy serios. Parece que sólo pensáis en trabajar. Esto se parece más a la idea que tenía de Alemania que a la que traía de España. Deberíais disfrutar más de la vida», apunta Susanna Liberati, que, en fondo, agradece la parquedad del carácter vasco; en sus prácticas de Magisterio da clases a niños bilbaínos que son «mucho más tranquilos que los romanos».

«En Finlandia, si quedas con una amiga a las cinco, es a las cinco. Aquí pueden ser las cinco y media, las seis o un SMS cancelando la cita. Además, cuando habláis, gritáis, no escucháis al otro hasta el final», dice tajante Amra Topic. Aunque lo parezca, no es un frío reproche nórdico, sino un poco de inevitable nostalgia balcánica. A ella, estudiante por un curso del Instituto Vasco de Educación Física (IVEF) de Vitoria, esa forma de ser -«tan mediterránea»- le recuerda a la de su gente de Banja Luka (en Bosnia-Herzegovina), de donde tuvo que huir en 1992. No es la única que recuerda que no hace mucho la incomprensión reventó una parte de Europa. «Me da miedo que no podamos absorber nuestras diferencias culturales, sociales y económicas, y se generen desigualdades», advierte desde Vitoria Delphine Rebillou, estudiante de Filología de Saint Félix de Foncaude, muy cerca de Burdeos. A pesar de que estos días está algo peleada con la literatura del Siglo de Oro, defiende que «la mezcla es riqueza», aunque sea «difícil de absorber». «Nos irá bien si hacemos que el proceso sea sostenible; si no nos empeñamos en hacer que todos seamos iguales. Me gusta ser europea, pero no quiero renunciar a nada de lo que ya soy; me gustan las diferencias», declara Lucía. Suscriben Pedro, Andrea, Susanna, Amra y Delphine, dueños de la nueva Europa.