Ejecutivo. Durao Barroso es el décimo presidente de la Comisión Europea. / Efe

«La Globalización forzará una mayor integración de la UE»

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POR FERNANDO PESCADOR

El presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, cree que el fracaso de la Constitución no debe empañar los muchos éxitos de la Unión Europea


El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, encara las celebraciones del 50 aniversario del Tratado de Roma con la determinación de combatir el pesimismo que rodea el proceso de integración europea, tras el rechazo franco-holandés del Tratado constitucional. Insiste sin descanso, una y otra vez, en que el tropezón que Europa ha dado con la Constitución no debe empañar los innegables y múltiples éxitos de la construcción comunitaria, aunque acepte la necesidad de resolver el problema por su impacto negativo en la adhesión al proyecto común.

-¿Reconoce usted que estamos en una crisis?

-Lo primero que creo que hay que hacer es ver dónde estamos, con respecto a dónde estábamos hace ahora 50 años. Había entonces una Europa muy limitada. Se trataba de una comunidad económica cuando ahora tenemos una construcción política, con mecanismos de cohesión económica y social que han contribuido extraordinariamente a la prosperidad de nuestro continente. Y contamos mucho más en el mundo ahora que hace, digamos, sólo 20 años. Yo era ministro de Exteriores en 1992 y puedo asegurarles que Europa pesa hoy por hoy considerablemente más en el mundo que cuando éramos sólo 12 estados miembros. Es así a pesar de lo que digan los que parece que disfrutan alimentando la idea de la crisis. Por supuesto que tenemos problemas. El primero de ellos es de índole económica. Llevamos 10 años en Europa por debajo de nuestro potencial de crecimiento. La tendencia comienza a verse corregida, porque los dos últimos años hemos crecido conforme a nuestro potencial; hemos tenido la mayor creación de empleo de los últimos años. Pero es verdad que, a nivel estructural, Europa ha dado señales de debilidad no sólo ante Estados Unidos, sino también frente a las grandes potencias económicas emergentes, como China o la India. La preocupación ha cundido entre nuestras opiniones públicas. Y tenemos también un problema muy serio, el del paro, a mi modo de ver el más grave de la Unión. Y después, tendremos que hacer mención al otro problema, a la crisis institucional que no hemos resuelto, que resulta del fracaso de la ratificación del Tratado constitucional. Ha proyectado dudas y, cuando hay incertidumbre, el pesimismo medra. Pero si vemos las cosas con un poco de perspectiva histórica, nos daremos cuenta de que debemos sentirnos, primero, orgullosos de nuestro pasado y, segundo, confiados en el porvenir.

La mayor realización

-¿Acaso estamos mejor ahora que hace, digamos, una veintena de años?

-Podríamos demostrarlo fácilmente con ejemplos concretos, si pensamos en Europa en su conjunto. Si hablamos de una sola parte de ella, entonces habría margen para discutir. Pero si tenemos en cuenta que una parte de Europa hace 20 años estaba ocupada, dividida y bajo una dictadura… Ahora, en cambio, estamos reagrupados, reunidos en torno a los valores de la democracia y de la libertad, 27 estados. Es la primera vez que una cosa así sucede. Jamás en la Historia encontraremos un caso equivalente. Es lo que yo llamo el Imperio anti imperial, un Imperio que no se ha creado por la fuerza o el botín. Somos una unión de estados independientes, que voluntariamente se han sumado a un proyecto común. Desde un punto de vista institucional, es la realización más grande que yo identifico en la Historia de las Relaciones Internacionales.

-Luego la crisis constitucional no lo es tanto.

-Lo es. Y muy importante. Necesitamos resolverla no ya porque nos hagan falta instituciones más eficaces y coherentes, y políticamente más legítimas, sino también por una cuestión de confianza en nosotros mismos. Se nos dice: ¿cómo podéis hablar de éxito si no acertáis a resolver vuestros problemas internos? Yo soy optimista. Creo, a diferencia de los pesimistas, que Europa va a devenir cada vez más necesaria por razones estrictamente objetivas: la globalización. Los estados miembros, como decía Paul-Henri Spaak, son todos pequeños, salvo algunos que todavía no se han dado cuenta. La dimensión europea será cada vez más necesaria. Tampoco los países miembros pueden hacer frente en solitario al problema del cambio climático, la inseguridad energética, el terrorismo internacional, la competitividad acrecentada y otros problemas globales. Confío en el futuro de Europa y pido a los que se interesan por Europa que no se dejen impresionar por los pequeños accidentes cotidianos del camino. Las tendencias son claras y señalan una acentuación del proceso de integración. Debemos transmitir a nuestras opiniones públicas y a nuestros gobiernos que, incluso si queremos mantener nuestra situación económica, necesitamos una cierta coherencia política y social, porque Europa no es sólo un mercado. Hay ciertamente un mercado, pero también una construcción política que debe estructurarse en torno a un concepto de cohesión y la solidaridad económica y social.

-¿No tiene usted la impresión de que nos encontramos frente a una última oportunidad? La Unión Política subyacente en la Constitución es un objetivo elusivo, que se ausentó en intentos previos como Maastricht, Ámsterdam o Niza. La Declaración de Berlín deja un regusto de 'déjà vu', pues en 2000 hubo la de Laeken. ¿Vamos a poder seguir insistiendo en el objetivo de Unión Política por siempre jamás, en una Unión Europea cada vez más heterogénea, con países de sensibilidades tan diferentes?

-Todo depende de lo que usted entienda por Unión Política. Si la ve como un superestado que suprima las identidades nacionales, entonces no habrá Unión Política de Europa. Es mejor decirlo. Podría incluso discutir si valdría la pena. Ahora bien, si me habla usted de Unión Política en los dos términos que han estado presentes en la construcción europea, es decir, de una unión de estados y de mecanismos comunitarios de integración, los mecanismos originales en la creación comunitaria, que están por encima de una cooperación intergubernamental pura, entonces le dire que es posible, y que en cierta manera la tenemos ya.

Conquistas

-Comprendo bien por qué debemos estar orgullosos del pasado, pero no sé por qué deberíamos mirar el futuro con confianza. Tenemos el modelo de la Constitución. ¿Qué es lo que podemos salvar de ella?

-Bueno, eso habría que preguntárselo a los estados miembros, a los que han votado en contra. Pienso que se va a buscar un acuerdo en torno a un texto que guarde los equilibrios esenciales de la Constitución. Necesitamos resolver el problema porque proyecta dudas sobre Europa, aunque no sean merecidas porque en dos años, sobre los que yo tengo una visión bien precisa, hemos sacado adelante la polémica Directiva de Servicios; Reach, la legislación sobre productos químicos que llevaba 6 años sobre la mesa; las Perspectivas Financieras, que es un presupuesto a 7 años para 27 estados... O el Fondo de Ajuste a la Mundialización, el Instituto Europeo de la Tecnología, el VII Programa Marco de Investigación… ¿Qué no hemos resuelto? El Tratado Constitucional. Pero a mi modo de ver, no es una razón para cuestionar todo lo que hemos conseguido, incluido el lanzamiento de una vasta iniciativa sobre la energía y el cambio climático que ni existía hace dos o tres años.

-¿No encuentra usted que la presentación de una Europa soportada, sufrida, por los líderes políticos, que les deja poco margen para la expresión, está en el origen del desencanto?

-La Comisión no es la responsable de Europa. No se puede criticar a Bruselas como si se tratara de una potencia extranjera. Las decisiones que nosotros ejecutamos son los estados miembros quienes las toman. Seamos honestos. La Comisión propone, ¿pero quién dispone? Son el Parlamento y los estados miembros. Hay políticos que no se recatan: si es bueno, lo hago yo; si malo, Bruselas. Es un error considerar que es el microcosmos de Bruselas y Estrasburgo el que resuelve los problemas. Hoy, Europa es un proyecto político. Al principio era sólo diplomático: la Declaración de Messina la firmaron los ministros de Exteriores. Pero hoy la gente no quiere que sean los diplomáticos, menos los tecnócratas, y aún menos los burócratas, los que saquen adelante esta construcción común. La gente quiere una Europa política. Los Tratados originales no fueron adoptados en referéndum, el Acta Única tampoco, incluso el Tratado de Maastricht fue objeto de consulta pero muy restringida, el euro no fue sometido a referéndum en la mayor parte de Europa. Hoy, las opiniones públicas son más exigentes. Y nosotros tenemos que ganárnoslas, en dialéctica con los estados miembros.

Mercado interior

-La Globalización reclama coherencia pero en Europa nos encontramos con contradicciones como la de Galileo.

-Sí. Toda apelación al nacionalismo es negativa, lo mismo en el plano económico que en el cultural. En el plano económico, el nacionalismo es estúpido. Cuando un país europeo reacciona contra otro con dialéctica de nacionalismo económico, comete una estupidez, porque él mismo se está limitando la posibilidad de expansión de sus intereses. Debilitamos nuestro mayor recurso y la mayor expresión de fuerza, que es el mercado interior. Las empresas españolas, francesas, italianas, portuguesas o eslovenas no piensan en sus mercados respectivos, de algunos millones de personas, sino en el gran mercado interior de 500 millones de consumidores. Si no aprovechamos plenamente nuestro mercado interior, vamos a perder la carrera con nuestros competidores, que tienen mercados mucho más vastos que el nuestro, y que están en pleno crecimiento.

-¿No tiene la impresión de que la Comisión europea está siendo soslayada, marginada, por pactos nacionales en el proceso de compra de Endesa?

-No me pronuncio sobre casos que están 'sub judice', es decir, que están siendo estudiados por los servicios. Dicho lo cual, y en términos generales, si los mercados funcionan sin violación de las reglas de competencia que nos hemos dado, si ese tema se resuelve con los mecanismos del mercado, no tendremos nada que objetar. No nos opondremos.