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La saga de los héroes

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ALEJANDRO ZABALA. Pianista y director de Musikene

El nacionalismo es hermano del romanticismo y en éste el pianista es quien encarna la épica y el drama


En el brevísimo plazo de tres años nacen cuatro extraordinarias figuras pianísticas que configurarán el paisaje musical más específico de la primera mitad del XIX y ejercerán gran influencia en la segunda parte de ese siglo y también, en determinados aspectos, en el XX… e incluso hoy. Se trata de Mendelssohn (1809-47),Chopin (1810-49), Schumann (1810-56) y Liszt (1811-86), cuya creación y arte pianístico continúan ocupando el porcentaje más alto de todas las programaciones y de la discografía dedicada a este sector musical.

El calificativo de ‘héroes’ que aparece en el título es un símil mitológico: al igual que en el mundo griego, después de la época de los dioses –que en nuestro caso serían Haydn, Mozart y Beethoven– llega la de los héroes, que aquí son aquellos cuatro personajes ya citados de la primera mitad del s. XIX. Es esta una época en la que el pianista estaba en igualdad de condiciones con el compositor. Como se sabe, Mozart y Beethoven fueron excelentes intérpretes de teclado, pero su condición de autores era más reconocida. Desde el comienzo del ochocientos, la importancia del instrumentista virtuoso se torna inmensa, como es el caso del violinista Niccoló Paganini. Los cuatro protagonistas del presente escrito se convertirán pocos años más tarde en grandes cumbres del virtuosismo pianístico (excepto Schumann en condición de pianista, por otras razones que luego se mostrarán) y ejercerán una ineludible influencia formadora sobre la música de piano de mediados del s. XIX.

El piano había alcanzado su máxima popularidad dejando de lado al clavicémbalo. El perfeccionamiento del instrumento avanza respondiendo a las exigencias de los grandes virtuosos. Virtuosismo de diversos frutos, como lo demuestra, por ejemplo, que durante el XIX las obras para varios teclados causaran furor como en el caso de Czerny, que en Viena realizó un arreglo de la obertura del ‘Guillermo Tell’ rossiniano para 16 pianistas tocando a 4 manos en 8 pianos, o de Gottschalk, quien, tras un concierto para 10 pianos en Madrid en 1852, se superó a sí mismo con su siguiente conjunto de 40 pianistas para un espectáculo en La Habana. El novedoso ‘aire’ de Paganini

Niccoló Paganini fue, como se ha referido, una de las estrellas musicales de principio de siglo y pionero del nuevo virtuosismo. Chopin y Liszt tienen en común la influencia decisiva del violinista italiano, en el sentido de descubrir sus recursos, hasta entonces desconocidos, y alcanzar cumbres de virtuosismo nunca imaginados (reflejados en su obra pianística). En este terreno, hacer justicia a su música requiere igual cúmulo de resistencia física que de sentido poético. Después, muchos siguieron otros caminos aprovechando una mayor regularidad en la vida concertística. Asimismo, con la fundación de conservatorios (el de París, tras la revolución; el de Madrid, en 1831, en la regencia de María Cristina) surgió la posibilidad de hacer carreras estables como profesores.

Adquirieron tal popularidad los virtuosos que, durante sus interpretaciones, solían destacar más ellos mismos que la música que estaban interpretando. Los ‘recitales’, antes normalmente un tanto cerrados, se convierten asimismo en populares, hasta el punto de que los conciertos se transforman en eventos por sí mismos y surgen grupos internacionales de fans de pianistas: los avatares de las vidas de éstos serán un tesoro para los biógrafos sentimentales.

Desde 1830 hasta la Primera Guerra Mundial los concertistas de piano eran los ídolos del pop de la época y sus historias de amor serían la comidilla de la sociedad. En París, Viena, Londres o Nueva York, los pianistas se contaban entre los ornamentos sociales de mayor prestigio. Los nobles se desvivían por asistir a las veladas que ofrecían los talentos pianísticos y, al contrario que en el XVIII, los músicos ya no entraban en sus moradas por la puerta de servicio.

Los cuatro protagonistas

A cada uno de los cuatro genios virtuosísticos citados podrían dedicarse largos e interesantes textos, pero ajustémonos aquí a mostrar tan sólo algún rasgo expresivo. Félix Mendelssohn era un hombre de una enorme cultura, que a los 12 años mantenía correspondencia con Goethe, prócer entonces de toda Europa y ya setentón. A los 20 estaba ya considerado como uno de los pianistas más destacados de su época. Es también un compositor que descubre y desarrolla hasta la perfección su propia ‘voz’.

Frédéric Chopin queda profundamente deslumbrado por el virtuosismo de Paganini en 1829, en Varsovia. En 1829 da sus primeros conciertos en Viena. Llega a París en 1831 y su primera actuación pública obtuvo tan fabuloso eco que se convirtió en el tema de conversación de toda la ciudad. Chopin prefiere las veladas que se ofrecían en los salones de la aristocracia parisina, fruto de su activa vida social. Chopin se caracteriza por su aire de misterio, su doloroso exilio, su refinamiento y su temprana muerte por la tisis.

Hasta la I GM, los concertistas de piano eran los ídolos pop de la época


Robert Schumann, quien prácticamente dejó inútil un dedo a causa de unos terribles ejercicios técnicos, contó con la pianista extraordinaria que fue su esposa Clara Wieck (situación dual que es un símil de la subdivisión de su propia personalidad en los caracteres del apasionado y extrovertido Florestán, y del sereno y reflexivo Eusebius). Por su parte, Clara (1819-96) a los 16 años aclamada ya en Europa entera, encontró también tiempo para componer. De la influencia paganiniana sobre Schumann nos han quedado, entre otras huellas, los ‘Estudios sobre los caprichos de Paganini’.

Franz Liszt asistió en París a un recital de Paganini en 1831, quedando impresionado por su presentación y técnica. Entre 1840 y 1847 realiza grandes giras de conciertos. Es Liszt quien inventa el recital de piano, tal como lo asumimos hoy en día. Entre otros rasgos, es un artista obsesionado con el concepto del héroe (entre sus obras figura ‘Mazeppa’, emblema de la libertad). Además de la importancia de su música, debe destacarse que fue Liszt quien estableció el modelo que rige aún hoy la vida de los concertistas. A él se debe la idea de los recitales. Fue el primero en tocar de memoria un programa completo, en colocar el piano en los ángulos rectos del escenario, de modo que al abrir la tapa el sonido se proyectara hacia la audiencia y fue también el primero que actuó para un público de más de 3.000 personas. Existen también otras figuras de justo culto, como Thalberg (1812-71) gran virtuoso del piano recordado hoy casi exclusivamente por su rivalidad pública con Liszt, o Alkan (1813-88), pianista de fabulosas dotes que en 1838 tocó junto con su amigo Chopin. Pero ninguno de ellos ha llegado a adoptar ese sobrenombre mítico de ‘héroes’.





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