25 aniversario Inundaciones 1983-2008

22 años desde las inundaciones

> Historias grabadas en la memoria de la gente

Iratxe Jiménez

Bilbao, 26 de agosto de 1983. Los bilbaínos se encontraban inmersos en la recta final de sus fiestas. La Aste Nagusia de ese año se caracterizaba por la constante lluvia que acompañó a todos los actos y festejos. Pero nadie imaginaba la catástrofe que se avecinaba.

El día anterior, las previsiones del tiempo anunciaban: "Algo de inestabilidad en la mitad norte"; tampoco en aquella época "los del tiempo" solían acertar. Lo cierto es que aquel 26 de agosto cayó sobre Bilbao una de las mayores trombas de agua que se recuerdan, provocando una subida increíble del caudal de la ría que incluso superó los cinco metros en algunas zonas del Casco Viejo.

Los expertos achacaron las inclemencias metereológicas de ese día a una gota fría. Al parecer, en el cielo los aires fríos del norte chocaron con los aires cálidos del sur, ambas corrientes soplaban en sentido contrario y provocaron de alguna manera lo que aquella tarde de verano sucedió en Bilbao. 34 personas murieron como consecuencia de las riadas y otras cinco se dan aún por desaparecidas; las pérdidas superaron los 60.000 millones de las antiguas pesetas sólo en la metrópoli, la industria vizcaína acabó fuertemente dañada y miles de personas perdieron sus hogares, sus vehículos, sus negocios y sus trabajos...

20 años después, las imágenes de un Nervión desbordado por las calles de la ciudad permanecen grabadas en la pupila de muchos bilbaínos. En el Casco Viejo, el mercado de la Ribera sufrió en sus propias carnes la fuerza devastadora del agua. La planta baja del mercado, donde se encontraban las cámaras frigoríficas y el pescado, quedó anegada en pocas horas, después llegó al primer piso, donde se situaban la mayoría de los comercios y al final, las aguas alcanzaron también la última de las plantas.


La imagen del Casco Viejo completamente inundado era algo más bien inexplicable, ni tan siquiera era triste, simplemente veías y no te lo creías

De un día para otro, lo que antes había sido un gran centro comercial quedó reducido a escombros y barro. Todos los productos estaban podridos y la mayoría de las máquinas eran ya inservibles. Dos días después, las aguas ya habían vuelto a su cauce y llegaba el turno de las labores de limpieza. Andoni, dueño junto con su hermano desde hace 27 años de una carnicería situada en el primer piso del mercado de la Ribera, recuerda aquellos días: "Ni tan siquiera era triste, simplemente veías y no te lo creías" asegura. La misma impresión de incredulidad tuvieron quienes desde otros barrios y localidades se acercaban al Casco Viejo para ver con sus propios ojos las dimensiones de la catástrofe.

El riesgo de epidemias era otro de los miedos entre la población y las autoridades, de ahí que en determinados sitios estratégicos se colocasen puestos médicos para atender a los ciudadanos; además, los hospitales estaban preparados para ello, y el reparto de vacunas estaba a la orden del día.

La falta de información fue también angustiosa. Había mucha gente que no sabía nada de sus familiares, los teléfonos no funcionaban y la necesidad de comunicarse con los seres queridos o simplemente saber algo de ellos era acuciante. La radio se convirtió en el medio de comunicación por excelencia, y la gente intentaba hacer saber a sus familiares que estaban bien a través de las ondas radiofónicas. Y es que en aquellos días, la radio fue más que nunca un servicio para el ciudadano. A través de ella, la gente no sólo podía saber de sus familiares, sino que también se daban por ejemplo, avisos de lugares donde se iban a situar camiones cisterna para el reparto de agua a la población.

En busca del agua
Tras las lluvias torrenciales, las cañerías y tuberías no dieron a basto y muchas de ellas reventaron dejando sin agua potable a un gran número de municipios. Hasta que los camiones cisterna llegaron a todos los rincones de los pueblos, la gente tenía que ingeniárselas para abastecerse. Las fuentes públicas se convirtieron en uno de los recursos más utilizados. "En Gallarta, subiendo hacia el Triano, hay una fuente natural, la llaman la fuente de la Navarra. Un día después de las inundaciones, había allí unas colas enormes de coches y de gente con garrafones que venían a coger agua" comenta un vecino de la localidad. Y es que de un día para otro, el agua potable pasó a ser un bien de lujo.

La comida no supuso tanto problema, porque generalmente en casa siempre se tiene alguna cosa para alimentarse al menos durante varios días. A pesar de lo catastrófico de la situación y de la buena voluntad de la gente que en esos momentos tan trágicos compartía lo que tuviese con el vecino, hubo personas que intentaron hacer negocio con las inundaciones. Así, en algunas zonas de los alrededores de Bilbao llegaron a cotizarse a cien pesetas la barra de pan.

Las tareas de rescate
Tras el 26 de agosto las tareas de rescate fueron la labor principal de bomberos, policías, Ejército y cientos de voluntarios que se ofrecían cada día para ayudar. En total, alrededor de 6.000 personas participaron en las labores de rescate en Vizcaya y gracias a ellos la cifra de víctimas no fue mayor.

En municipios cercanos a Bilbao hubo gente que incluso tuvo que ser rescatada mediante helicópteros tras pasar gran parte de la noche en el tejado de sus casas. Lo cierto es que la labor de los pilotos tras las riadas fue fundamental tanto para socorrer a las personas que habían quedado atrapadas en sus casas o coches por el agua, como para llevar alimentos, líquidos y medicinas a municipios a los que era imposible llegar a través de las carreteras, o incluso simplemente para apreciar desde el aire las dimensiones de la catástrofe.

Ayudas para los afectados
Los días posteriores a la tragedia fueron muy difíciles. La ciudad tenía que vivir sin agua, sin luz ni teléfono. Las carreteras estaban inservibles y los medios de transporte públicos prácticamente habían desaparecido. Cuando el agua comenzó a bajar de nivel, el paisaje que dejaba tras de sí era desolador; barro y escombros era lo único que podía encontrarse por las calles. Numerosos coches aparecían kilómetros más abajo siguiendo el curso de la ría, y muchas casas no aguantaron el empuje del caudal. La recuperación fue, sin duda, un trabajo difícil, que sólo con las ayudas que llegaron de todos los puntos de España y con la buena voluntad que demostraron los vecinos de los municipios cercanos se pudo lograr. Sin embargo, la colaboración desinteresada de la gente no fue suficiente para paliar los daños causados por lar riadas. En total fueron casi 200.000 millones de pesetas en pérdidas, 60.000 millones sólo en Bilbao, y 101 municipios declarados zona catastrófica.


Un día después de las inundaciones, en Gallarta había unas colas enormes de gente que venía a coger agua de una fuente natural

Durante varias semanas, la radio, la televisión y los periódicos aparecían plagados de anuncios de las aseguradoras que explicaban lo que la gente tenía que hacer para luego demostrar lo que habían perdido. Pasados diez años desde aquel 26 de agosto de 1983, todavía quedaban una docena de comerciantes a la espera de cobrar el seguro. Las aseguradoras tenían que pagar una enorme cuantía de dinero y muchas acabaron en juicios por no ponerse de acuerdo con sus clientes.

Desde las Instituciones, se ofrecieron facilidades para los damnificados, por ejemplo a la hora de comprar un vehículo nuevo. También se estableció durante ese año un impuesto especial en el País Vasco para sufragar las pérdidas. Además, los créditos a bajo interés se convirtieron en una de las ayudas más extendidas.

Hoy, 20 años después, Bilbao vive ya recuperado de aquellos trágicos días. La industria ha superado su crisis, el Casco Viejo ha vuelto a la normalidad y el Nervión ha sufrido numerosas obras de encauzamiento para que lo que sucedió aquel 26 de agosto de 1983 no vuelva a repetirse.

 
 
 
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