22 años desde las inundaciones
> Historias
grabadas en la memoria de la gente
Iratxe Jiménez
Bilbao, 26 de agosto de 1983. Los bilbaínos
se encontraban inmersos en la recta final de sus fiestas. La Aste
Nagusia de ese año se caracterizaba por la constante lluvia
que acompañó a todos los actos y festejos. Pero
nadie imaginaba la catástrofe que se avecinaba.
El día anterior, las previsiones
del tiempo anunciaban: "Algo de inestabilidad en la mitad
norte"; tampoco en aquella época "los del tiempo"
solían acertar. Lo cierto es que aquel 26 de agosto cayó
sobre Bilbao una de las mayores trombas de agua que se recuerdan,
provocando una subida increíble del caudal de la ría
que incluso superó los cinco metros en algunas zonas del
Casco Viejo.
Los expertos achacaron las inclemencias
metereológicas de ese día a una gota fría.
Al parecer, en el cielo los aires fríos del norte chocaron
con los aires cálidos del sur, ambas corrientes soplaban
en sentido contrario y provocaron de alguna manera lo que aquella
tarde de verano sucedió en Bilbao. 34 personas murieron
como consecuencia de las riadas y otras cinco se dan aún
por desaparecidas; las pérdidas superaron los 60.000 millones
de las antiguas pesetas sólo en la metrópoli, la
industria vizcaína acabó fuertemente dañada
y miles de personas perdieron sus hogares, sus vehículos,
sus negocios y sus trabajos...
20 años después, las imágenes de un Nervión
desbordado por las calles de la ciudad permanecen grabadas en la
pupila de muchos bilbaínos. En el Casco Viejo, el mercado
de la Ribera sufrió en sus propias carnes la fuerza devastadora
del agua. La planta baja del mercado, donde se encontraban las cámaras
frigoríficas y el pescado, quedó anegada en pocas
horas, después llegó al primer piso, donde se situaban
la mayoría de los comercios y al final, las aguas alcanzaron
también la última de las plantas.
La imagen del Casco Viejo completamente inundado era algo
más bien inexplicable, ni tan siquiera era triste,
simplemente veías y no te lo creías
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De un día para otro, lo que antes había sido un gran
centro comercial quedó reducido a escombros y barro. Todos
los productos estaban podridos y la mayoría de las máquinas
eran ya inservibles. Dos días después, las aguas ya
habían vuelto a su cauce y llegaba el turno de las labores
de limpieza. Andoni, dueño junto con su hermano desde hace
27 años de una carnicería situada en el primer piso
del mercado de la Ribera, recuerda aquellos días: "Ni
tan siquiera era triste, simplemente veías y no te lo creías"
asegura. La misma impresión de incredulidad tuvieron quienes
desde otros barrios y localidades se acercaban al Casco Viejo para
ver con sus propios ojos las dimensiones de la catástrofe.
El riesgo de epidemias era otro de los miedos entre la población
y las autoridades, de ahí que en determinados sitios estratégicos
se colocasen puestos médicos para atender a los ciudadanos;
además, los hospitales estaban preparados para ello, y el
reparto de vacunas estaba a la orden del día.
La falta de información fue también angustiosa. Había
mucha gente que no sabía nada de sus familiares, los teléfonos
no funcionaban y la necesidad de comunicarse con los seres queridos
o simplemente saber algo de ellos era acuciante. La radio se convirtió
en el medio de comunicación por excelencia, y la gente intentaba
hacer saber a sus familiares que estaban bien a través de
las ondas radiofónicas. Y es que en aquellos días,
la radio fue más que nunca un servicio para el ciudadano.
A través de ella, la gente no sólo podía saber
de sus familiares, sino que también se daban por ejemplo,
avisos de lugares donde se iban a situar camiones cisterna para
el reparto de agua a la población.
En busca del agua
Tras las lluvias torrenciales, las cañerías y tuberías
no dieron a basto y muchas de ellas reventaron dejando sin agua
potable a un gran número de municipios. Hasta que los camiones
cisterna llegaron a todos los rincones de los pueblos, la gente
tenía que ingeniárselas para abastecerse. Las fuentes
públicas se convirtieron en uno de los recursos más
utilizados. "En Gallarta, subiendo hacia el Triano, hay una
fuente natural, la llaman la fuente de la Navarra. Un día
después de las inundaciones, había allí unas
colas enormes de coches y de gente con garrafones que venían
a coger agua" comenta un vecino de la localidad. Y es que de
un día para otro, el agua potable pasó a ser un bien
de lujo.
La comida no supuso tanto problema, porque generalmente en casa
siempre se tiene alguna cosa para alimentarse al menos durante varios
días. A pesar de lo catastrófico de la situación
y de la buena voluntad de la gente que en esos momentos tan trágicos
compartía lo que tuviese con el vecino, hubo personas que
intentaron hacer negocio con las inundaciones. Así, en algunas
zonas de los alrededores de Bilbao llegaron a cotizarse a cien pesetas
la barra de pan.
Las tareas de rescate
Tras el 26 de agosto las tareas de rescate fueron la labor principal
de bomberos, policías, Ejército y cientos de voluntarios
que se ofrecían cada día para ayudar. En total, alrededor
de 6.000 personas participaron en las labores de rescate en Vizcaya
y gracias a ellos la cifra de víctimas no fue mayor.
En municipios cercanos a Bilbao hubo gente que incluso tuvo que
ser rescatada mediante helicópteros tras pasar gran parte
de la noche en el tejado de sus casas. Lo cierto es que la labor
de los pilotos tras las riadas fue fundamental tanto para socorrer
a las personas que habían quedado atrapadas en sus casas
o coches por el agua, como para llevar alimentos, líquidos
y medicinas a municipios a los que era imposible llegar a través
de las carreteras, o incluso simplemente para apreciar desde el
aire las dimensiones de la catástrofe.
Ayudas para los afectados
Los días posteriores a la tragedia fueron muy difíciles.
La ciudad tenía que vivir sin agua, sin luz ni teléfono.
Las carreteras estaban inservibles y los medios de transporte públicos
prácticamente habían desaparecido. Cuando el agua
comenzó a bajar de nivel, el paisaje que dejaba tras de sí
era desolador; barro y escombros era lo único que podía
encontrarse por las calles. Numerosos coches aparecían kilómetros
más abajo siguiendo el curso de la ría, y muchas casas
no aguantaron el empuje del caudal. La recuperación fue,
sin duda, un trabajo difícil, que sólo con las ayudas
que llegaron de todos los puntos de España y con la buena
voluntad que demostraron los vecinos de los municipios cercanos
se pudo lograr. Sin embargo, la colaboración desinteresada
de la gente no fue suficiente para paliar los daños causados
por lar riadas. En total fueron casi 200.000 millones de pesetas
en pérdidas, 60.000 millones sólo en Bilbao, y 101
municipios declarados zona catastrófica.
Un día después de las inundaciones, en Gallarta
había unas colas enormes de gente que venía
a coger agua de una fuente natural
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Durante varias semanas, la radio, la televisión y los periódicos
aparecían plagados de anuncios de las aseguradoras que explicaban
lo que la gente tenía que hacer para luego demostrar lo que
habían perdido. Pasados diez años desde aquel 26 de
agosto de 1983, todavía quedaban una docena de comerciantes
a la espera de cobrar el seguro. Las aseguradoras tenían
que pagar una enorme cuantía de dinero y muchas acabaron
en juicios por no ponerse de acuerdo con sus clientes.
Desde las Instituciones, se ofrecieron facilidades para los damnificados,
por ejemplo a la hora de comprar un vehículo nuevo. También
se estableció durante ese año un impuesto especial
en el País Vasco para sufragar las pérdidas. Además,
los créditos a bajo interés se convirtieron en una
de las ayudas más extendidas.
Hoy, 20 años después, Bilbao vive ya recuperado de
aquellos trágicos días. La industria ha superado su
crisis, el Casco Viejo ha vuelto a la normalidad y el Nervión
ha sufrido numerosas obras de encauzamiento para que lo que sucedió
aquel 26 de agosto de 1983 no vuelva a repetirse.
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