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ENTREVISTAS Y REPORTAJES

Entrevista a Tiago Splitter
Maljkovic-Scariolo,
¿cita para una final?
Sobresaliente contra matrícula
(por Juanma Iturriaga)
Entrevista a Dejan Tomasevic
ala-pívot del Panathinaikos
Trayectorias cruzadas de cuatro grandes técnicos
 

OPINIÓN

El sueño número siete
Marina Maljkovic
Un Tau más experimentado
Kornel David
Jugadores determinantes
Dejan Bodiroga
Dos y dos
Juanma Iturriaga
Fortaleza mental
Ricardo Pittis
Un escaparate mundial
Gorka Arrinda
Dos ganadores natos
Pablo Laso
 

VÍDEOS

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Querejeta ilusionado
El TAU viaja a Atenas
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REPORTAJE

Trayectorias cruzadas

Atenas reúne a un cuarteto soberbio de entrenadores: Obradovic, Maljkovic y Messina acumulan doce títulos de la Euroliga y, con Scariolo, 25 participaciones en la ‘Final Four’

MARCO MARTELLI / VITORIA

Los cuatro entrenadores. / El Correo
Uno de los más históricos y prestigiosos entrenadores del baloncesto italiano, Valerio Bianchini, los bautizó como los ‘gremlins’. Sí, el apodo es como aquellos pequeños monstruos creados por la homónima película hace mas de 20 años. ¿Por qué? Muy fácil. Pequeños en cuanto a jóvenes. Y monstruos en cuanto a maniáticos estudiantes, discípulos, enamorados del baloncesto. Desde la cantera, dos entrenadores de 29 y 31 años iban a tomar el mando de las operaciones en dos de los clubes italianos más fascinantes de los años 90. Subiendo al Gotha del deporte italiano. Inmediatamente. Increíblemente.

Así empezó la carrera y la vida baloncestística de Sergio Scariolo y Ettore Messina. El de Brescia tomó el banquillo del Scavolini de Pésaro en el verano de 1989. Y, pocos meses después, ganó el título de la Lega, el primero de la historia del club. Messina, nacido en Catania, criado en Venecia, crecido como entrenador en Bolonia, debutó en el banquillo del Virtus en la misma temporada. Lo hizo ganando el primer título europeo del club: la Recopa de 1990, frente al Real Madrid de George Karl. De esta manera no podían evitar las ironías y las envidias de los colegas más viejos. En pocos años, no obstante, todo llegó a ser respeto.

En Atenas, enfrentándose en un choque estelar de semifinal de la máxima competición europea, las dos únicas banderas italianas de la ‘Final Four’ no podrán olvidarse de aquellos momentos, de los primeros éxitos, de los primeros triunfos. Sin embargo, por diferentes razones, sus trayectorias se han cruzado pocas veces: 10 en 17 años (5 victorias para cada uno), nunca en una final, tampoco en un ‘play off’. Mientras Messina seguía ganando en Bolonia, Scariolo bajaba a la Segunda División. Y cuando la Fortitudo lo llamó para un proyecto de lujo, Ettore ya entrenaba a la selección.

Búsqueda de perfección

De cualquier modo, corriendo la misma calle, un poco copiándose y sin ahorrar unas estocadas, Sergio y Ettore han empujado el baloncesto, el baloncesto italiano, a otro nivel. Un nivel de estudio de particulares y de análisis, de búsqueda de perfección y de desarrollo de sistemas. Por ejemplo, ambos han escrito un libro para relatar sus éxitos: Messina sobre la temporada 2001; Scariolo, sobre la del 2005.

Aquellos libros reflejan, en cada momento, en cada línea, sus maneras de ser ganadores. Si el Unicaja tiene una opción de ganar, está en el trabajo de preparación de Scariolo. En todos los partidos claves del CSKA, detrás hay la mano táctica de Ettore. Una sola palabra: método. Delante de los jugadores, al lado de los jugadores, también en contra. Pero siempre por un propósito: el equipo.

En este trabajo, a veces agotador, pero indiscutible filosofía de vida y de baloncesto, Scariolo y Messina nunca han olvidado que antes fueron ayudantes. Lo que hacen, y lo que le piden a los segundos, es lo mismo que hacían hace años. Es toda una cadena que sigue, si Ettore formó a Giordano Consolini, el técnico que ha liderato la Virtus al retorno en la Lega, Sergio ha trabajado para y con Chus Mateo. Ambos tenían el mismo apodo: ‘El número uno de los números dos’. No es casualidad que al fichar por el CSKA de Moscú, Messina quiso a Emanuele Molin, su ayudante en Bolonia y Treviso. Y Sergio, para suplir la baja de Chus –que se fue al CAI–, llamó a Andrija Gavrilovic, serbio, pero de ‘escuela’ italiana desde 1992.
Scariolo ahondó su conocimiento de ‘Gavro’ en el verano de 2003. Fue, sin duda, su verano más difícil, viendo al Virtus de Bolonia ahogarse a sus pies. Allí pasó el momento más áspero de la relación entre Ettore y Sergio.

Un duro momento

Un año antes, una victoria contundente de la Kinder en Madrid había llevado el grito de «¡Dimisión!» del pabellón Saporta a su entrenador. Pero si aquel fue un partido, un hecho deportivo, lo de agosto de 2003 fue algo más profundo. El día que el Virtus fue expulsado de la Lega, Messina envió a ‘La Repubblica’ una carta abierta en la que enviaba a Sergio «a juicio» en un hipotético proceso de Nuremberg sobre quién había matado al Virtus.

«Habrías podido llamarme y no aceptar una situación que ha ilusionado a millares de aficionados», escribió Messina. «Tú me dijiste que no había un solo euro de crédito», respondió Scariolo, muy fastidiado. Se tiraron meses sin hablar entre ellos.

Cuando llegó la Navidad, todo pasó. Sergio ya era el primer entrenador del Unicaja, a la cabeza de un proyecto ganador. Ettore entrenaba en Treviso: como en Bolonia, y como en Rusia años después, ganó al primer intento. Sergio había hecho igual en el TAU, llegando a la final de la Liga y ganando una Copa en la segunda temporada. Y también en Málaga, dando cada año un paso adelante: la Copa, la Liga, la ‘Final Four’, siempre reflejando, en nuestro país, su fascinación por el baloncesto español. Aquí, en Italia, donde el dinero y la organización bajan a mínimos históricos, sólo podemos ver, sin tocar. Orgullosos de ellos, eso sí.




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