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Fernando J.Pérez
Enviado especial |
El
Annapurna más alto
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Lafaille, ante una
pared que pretende escalar como atajo. / F. J. PÉREZ |
Los himalayistas dividen las catorce cumbres
más altas del planeta en dos bloques: los ochomiles
altos y los ochomiles bajos. Los primeros son cinco:
Everest, K-2, Kangchenjunga, Lhotse y Makalu, todo ellos por encima
de los 8.450 metros. Los segundos, los otros nueve, del Cho Oyu
(8.201) para abajo. Esta distinción no es baladí.
Marca el tiempo de permanencia de los alpinistas por encima de los
7.500 metros, en la llamada zona de la muerte, con lo
que eso supone de desgaste físico y de riesgo por la permanencia
en alturas extremas.
En los ochomiles altos se suelen pasar dos noches en
la zona de la muerte. Durante la ascensión, la
noche previa al ataque a cumbre se duerme entre los 7.800 y los
8.200 metros, según la altitud de la montaña. Y en
el descenso, salvo los alpinistas más fuertes, que consiguen
descender en la misma jornada más abajo, vuelven a descansar
a ese campo. En los bajos, el último campamento se instala
entre los 6.800 y los 7.200. La permanencia en la zona de
la muerte se limita a unas horas y, sobre todo, el alpinista
pasa la noche por debajo de ella.
Es una diferencia que sólo los que la han experimentado saben
calibrar. «Aunque son sólo quinientos metros de desnivel,
representan un mundo. Al margen de lo poco que se descansa la noche
anterior al ataque a cumbre por los nervios y la tensión,
las sensaciones son totalmente distintas. La altitud se deja notar
de una forma increíble. No descansas, no te recuperas»,
explica Alberto Iñurrategi.
Ochomil bajo
El Annapurna, con sus 8.091 metros, es uno de los ochomiles
bajos el décimo por orden de altura-y reúne
todas las condiciones antes explicadas por cualquiera de sus vertientes.
Menos por una: la arista sureste, la vía elegida por la expedición
de Iñurrategi. Ésta ruta reúne unas características
que convierten a la Diosa Madre de la Abundancia en
un ochomil de los altos, «por encima de los 8.500
metros», apunta Juanjo San Sebastián.
La culpa la tienen los ya famosos siete kilómetros y medio
de arista, la mayoría de ellos por encima de los 7.500 metros
de altitud. Hasta el campo III el Annapurna es un ochomil lógico
pero a partir de ahí la estancia en la zona de la muerte
es equivalente a la del K-2 o el Kangchenjunga, por no citar el
Everest, comparable en días, aunque no en altitud. A los
alpinistas les espera como mínimo tres noches en la arista
(dos de ida y una más de vuelta). En el mejor de los casos,
cuatro días de permanencia en la zona de la muerte,
con el desgaste que eso conlleva.
Y con una agravante añadido: en cualquiera de los grandes
ochomiles, la decisión de descender, la tomes
donde la tomes, implica eso: comenzar a perder altura de forma inmediata,
en el momento en el que te das la vuelta.En la arista, por el contrario,
para perder altura y salir de la zona de la muerte,
hay que realizar una larga travesía que puede llevar días.
La conclusión es que la arista sureste es una ruta de un
sólo intento. «El desgaste es tan grande que no creo
que tengamos una segunda oportunidad. Por eso tenemos que elegir
muy bien el momento de salir hacia la cumbre, en cuanto a aclimatación,
puesta a punto...», explica Iñurrategi. Por algo la
definió Erhard Loretan como su «experiencia más
dura en el Himalaya». |
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Medio metro de nieve
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La expedición parece haber contratado la meteorología
a la medida. Los días de mal tiempo han coincidido con los
periodos de descanso en el campo base. Ayer, justo al día
siguiente de bajar de los campos de altura, el cielo obsequió
a la expedición con una colosal nevada que dejó casi
medio metro de nieve en el campamento base.
«Menos mal que decidimos bajar ayer» comentó
Alberto a Jon Beloki. Lo que a primera hora de la mañana
parecía una nevada como la de días anteriores acabó
por poner en peligro la integridad de las tiendas, a punto sucumbir
bajo el peso de la gruesa capa. Alberto incluso llegó a dar
por destrozada su tienda, hundida bajo la nieve tras once años
de expediciones a cuestas. Sobre las tres de la tarde, el cielo
se aclaró, los copos dejaron de caer y el sol hizo su aparición.
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