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DÍA 27

Fernando J.Pérez
Enviado especial
El Annapurna más alto

Lafaille, ante una pared que pretende escalar como atajo. / F. J. PÉREZ
Los himalayistas dividen las catorce cumbres más altas del planeta en dos bloques: los ‘ochomiles’ altos y los ‘ochomiles’ bajos. Los primeros son cinco: Everest, K-2, Kangchenjunga, Lhotse y Makalu, todo ellos por encima de los 8.450 metros. Los segundos, los otros nueve, del Cho Oyu (8.201) para abajo. Esta distinción no es baladí. Marca el tiempo de permanencia de los alpinistas por encima de los 7.500 metros, en la llamada ‘zona de la muerte’, con lo que eso supone de desgaste físico y de riesgo por la permanencia en alturas extremas.

En los ‘ochomiles’ altos se suelen pasar dos noches en la ‘zona de la muerte’. Durante la ascensión, la noche previa al ataque a cumbre se duerme entre los 7.800 y los 8.200 metros, según la altitud de la montaña. Y en el descenso, salvo los alpinistas más fuertes, que consiguen descender en la misma jornada más abajo, vuelven a descansar a ese campo. En los bajos, el último campamento se instala entre los 6.800 y los 7.200. La permanencia en la ‘zona de la muerte’ se limita a unas horas y, sobre todo, el alpinista pasa la noche por debajo de ella.

Es una diferencia que sólo los que la han experimentado saben calibrar. «Aunque son sólo quinientos metros de desnivel, representan un mundo. Al margen de lo poco que se descansa la noche anterior al ataque a cumbre por los nervios y la tensión, las sensaciones son totalmente distintas. La altitud se deja notar de una forma increíble. No descansas, no te recuperas», explica Alberto Iñurrategi.

‘Ochomil’ bajo

El Annapurna, con sus 8.091 metros, es uno de los ‘ochomiles’ bajos –el décimo por orden de altura-–y reúne todas las condiciones antes explicadas por cualquiera de sus vertientes. Menos por una: la arista sureste, la vía elegida por la expedición de Iñurrategi. Ésta ruta reúne unas características que convierten a la ‘Diosa Madre de la Abundancia’ en un ‘ochomil’ de los altos, «por encima de los 8.500 metros», apunta Juanjo San Sebastián.

La culpa la tienen los ya famosos siete kilómetros y medio de arista, la mayoría de ellos por encima de los 7.500 metros de altitud. Hasta el campo III el Annapurna es un ochomil ‘lógico’ pero a partir de ahí la estancia en la ‘zona de la muerte’ es equivalente a la del K-2 o el Kangchenjunga, por no citar el Everest, comparable en días, aunque no en altitud. A los alpinistas les espera como mínimo tres noches en la arista (dos de ida y una más de vuelta). En el mejor de los casos, cuatro días de permanencia en la ‘zona de la muerte’, con el desgaste que eso conlleva.

Y con una agravante añadido: en cualquiera de los grandes ‘ochomiles’, la decisión de descender, la tomes donde la tomes, implica eso: comenzar a perder altura de forma inmediata, en el momento en el que te das la vuelta.En la arista, por el contrario, para perder altura y salir de la ‘zona de la muerte’, hay que realizar una larga travesía que puede llevar días.

La conclusión es que la arista sureste es una ruta de un sólo intento. «El desgaste es tan grande que no creo que tengamos una segunda oportunidad. Por eso tenemos que elegir muy bien el momento de salir hacia la cumbre, en cuanto a aclimatación, puesta a punto...», explica Iñurrategi. Por algo la definió Erhard Loretan como su «experiencia más dura en el Himalaya».

Medio metro de nieve

La expedición parece haber contratado la meteorología a la medida. Los días de mal tiempo han coincidido con los periodos de descanso en el campo base. Ayer, justo al día siguiente de bajar de los campos de altura, el cielo obsequió a la expedición con una colosal nevada que dejó casi medio metro de nieve en el campamento base.

«Menos mal que decidimos bajar ayer» comentó Alberto a Jon Beloki. Lo que a primera hora de la mañana parecía una nevada como la de días anteriores acabó por poner en peligro la integridad de las tiendas, a punto sucumbir bajo el peso de la gruesa capa. Alberto incluso llegó a dar por destrozada su tienda, hundida bajo la nieve tras once años de expediciones a cuestas. Sobre las tres de la tarde, el cielo se aclaró, los copos dejaron de caer y el sol hizo su aparición.