El campo base vive una fiesta para celebrar
el regreso de Iñurrategi
· «Ha sido mi montaña
más dura»
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MOMENTO ESPERADO.
Iñurrategi y San Sebastián se abrazan en el
campo base. / F. J. PÉREZ |
Alberto Iñurrategi y Jean Christophe Lafaille alcanzaron
ayer la definitiva cumbre del Annapurna: el campo base. Y todos
sus habitantes se esmeraron para ofrecerles un recibimiento como
merecían. La emoción se desbordó cuando ambos
alpinistas llegaron: abrazos, lágrimas, risas y champán
corrieron entre las tiendas. Sin estridencias -todo hay que decirlo-
porque ni los cuerpos de los dos protagonistas estaban para demasiados
excesos ni son amigos de las demostraciones desaforadas de júbilo.
Como queriendo demostrar su enfado por ver profanado su largo
brazo este hasta la misma testa, la Diosa Madre de la Abundancia
despidió a los dos alpinistas con una fina lluvia que incomodó
sus últimas horas de descenso. Escaso contratiempo para
dos hombres que han luchado contra enemigos mucho más terribles
miles de metros más arriba. En la odiada morrena del glaciar
Lafaille, el primero en llegar, tuvo una inesperada sorpresa.
Sobre la pedriza le esperaba su esposa Katia. Con la que se fundió
en un larguísimo abrazo. Allí mismo tuvieron lugar
las primeras confidencias, antes de alcanzar, sin soltarse ya
de la mano, las tiendas del CB.
Llamadas a casa
Un rato más tarde, por fin se le divisó a Alberto
Iñurrategi en el fondo del glaciar. Abría la marcha
Beloki y la cerraba Lazkano. Habían salido un buen rato
más tarde que el francés del campo I. El último
repecho de la morrena, los primeros abrazos, un pequeño
paseo... y el campo base. Sin dejarle siquiera quitarse la mochila,
Juanjo San Sebastián se avalanzó sobre el en un
largo y sentido abrazo. El alpinista bilbaíno lleva ya
varios años retirado de las expediciones a altas montañas
y sólo su amistad con Alberto le había traído
hasta aquí.
Fue la primera de las emociones fuertes que tuvo que soportar
el de Aretxabaleta. Le siguieron las sentidas felicitaciones de
Viesturs y Veikka -el reencuentro con sus dos compañeros
de la expedición Oinak Izarretan ya se había producido
en la intimidad de la montaña- el correspondiente descorche
de champán y las primeras bromas con Jean Christophe.
Especialmente emotiva fue la presentación que el francés
hizo de su esposa a Alberto. Katia llegó al CB cuando los
dos alpinistas habían partido ya hacia la cima y sólo
se conocían de haber hablado por radio. No es difícil
vaticinar el inicio de una buena amistad entre el alpinista vasco
y el francés a raiz de esta ascensión.
El banquete
Y por fin llegó la hora del esperado y merecido banquete.
Un menú especialísimo diseñado y elaborado
por Juanjo San Sebastián en honor al nuevo catorceochomilista
, por supuesto con tortilla de bacalao incluida, del que los expedicionarios
dieron buena cuenta sin temor a los esperados revolcones intestinales.
Por la tarde, más tranquilo, llegó el turno para
el reencuentro, aunque sólo fuera por teléfono vía
satélite, con los seres más queridos. Sendas llamadas
a su compañera Ane y a sus aitas cerraron otra jornada
agotadora para Alberto, la última, aunque en este caso
más para los sentimientos y el corazón que para
los músculos.
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«Ha sido mi montaña
más dura»
Quien esperase ver ayer a su llegada al campo base a un Alberto
Iñurrategi demacrado, con aspecto cansado y el reflejo
del sufrimiento en su cara se equivoca. Una vez más, el
atxabaltarra ha dejado evidencia de su gran fortaleza física
y mental. Después de ocho días en las alturas -la
mitad de ellos en la arista- llegó al CB con el mismo buen
aspecto físico de siempre y esa vitalidad que despliega
allí donde está. Sólo una persistente tos
seca evidenciaba la dureza de los días pasados.
Sin embargo, las huellas de la gesta están marcadas a
fuego en su interior. La ascensión al Annapurna por la
arista este es el mayor reto alpinístico afrontado por
el guipuzcoano, pero también es el que más exigencia
física le ha supuesto. «Es la montaña más
dura que he ascendido. Hemos estado muy al límite en lo
físico», afirmaba ayer en la tranquilidad de la sobremesa.
Y con su habitual humildad, Alberto reconocía también
los distintos factores que se han conjugado en favor del éxito
de la ascensión. «Hemos tenido suerte y el tiempo
nos ha acompañado. La mayor parte del tiempo que hemos
estado en la arista apenas hemos tenido viento y casi todos los
días hemos disfrutado de unos mares de nubes espectaculares»,
afirmaba.
En su relato de los días en la arista, Alberto no se olvidó
de su compañero de corada de cima, Jean Christophe Lafaille,
para el que tuvo palabras de elogio. «Es muy técnico
y muy seguro. Da gusto verle escalar por lugares de dificultad.
Se ve que está acostumbrado a encontrarse situaciones difíciles
en los Alpes [es profesor de la prestigiosa Escuela de Alta Montaña
de Chamonix]. Es un profesional como la copa de un pino»,
sentenciaba.
«Durante el descenso -continuó su relato Alberto-
a él le preocupaba sobre todo el cansancio que teníamos
acumulado para volver por toda la arista, mientras que a mí
lo que mas me preocupaba era los delicados pasos que había
para descender el Roc Noir. Cuando se lo comenté me contestó:
Tranquilo, ese es mi trabajo ».
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