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DÍA 48

Fernando J.Pérez
Enviado especial

El campo base vive una fiesta para celebrar el regreso de Iñurrategi

· «Ha sido mi montaña más dura»

MOMENTO ESPERADO. Iñurrategi y San Sebastián se abrazan en el campo base. / F. J. PÉREZ

Alberto Iñurrategi y Jean Christophe Lafaille alcanzaron ayer la definitiva cumbre del Annapurna: el campo base. Y todos sus habitantes se esmeraron para ofrecerles un recibimiento como merecían. La emoción se desbordó cuando ambos alpinistas llegaron: abrazos, lágrimas, risas y champán corrieron entre las tiendas. Sin estridencias -todo hay que decirlo- porque ni los cuerpos de los dos protagonistas estaban para demasiados excesos ni son amigos de las demostraciones desaforadas de júbilo.

Como queriendo demostrar su enfado por ver profanado su largo brazo este hasta la misma testa, la Diosa Madre de la Abundancia despidió a los dos alpinistas con una fina lluvia que incomodó sus últimas horas de descenso. Escaso contratiempo para dos hombres que han luchado contra enemigos mucho más terribles miles de metros más arriba. En la odiada morrena del glaciar Lafaille, el primero en llegar, tuvo una inesperada sorpresa. Sobre la pedriza le esperaba su esposa Katia. Con la que se fundió en un larguísimo abrazo. Allí mismo tuvieron lugar las primeras confidencias, antes de alcanzar, sin soltarse ya de la mano, las tiendas del CB.

Llamadas a casa

Un rato más tarde, por fin se le divisó a Alberto Iñurrategi en el fondo del glaciar. Abría la marcha Beloki y la cerraba Lazkano. Habían salido un buen rato más tarde que el francés del campo I. El último repecho de la morrena, los primeros abrazos, un pequeño paseo... y el campo base. Sin dejarle siquiera quitarse la mochila, Juanjo San Sebastián se avalanzó sobre el en un largo y sentido abrazo. El alpinista bilbaíno lleva ya varios años retirado de las expediciones a altas montañas y sólo su amistad con Alberto le había traído hasta aquí.

Fue la primera de las emociones fuertes que tuvo que soportar el de Aretxabaleta. Le siguieron las sentidas felicitaciones de Viesturs y Veikka -el reencuentro con sus dos compañeros de la expedición Oinak Izarretan ya se había producido en la intimidad de la montaña- el correspondiente descorche de champán y las primeras bromas con Jean Christophe.

Especialmente emotiva fue la presentación que el francés hizo de su esposa a Alberto. Katia llegó al CB cuando los dos alpinistas habían partido ya hacia la cima y sólo se conocían de haber hablado por radio. No es difícil vaticinar el inicio de una buena amistad entre el alpinista vasco y el francés a raiz de esta ascensión.

El banquete

Y por fin llegó la hora del esperado y merecido banquete. Un menú especialísimo diseñado y elaborado por Juanjo San Sebastián en honor al nuevo catorceochomilista , por supuesto con tortilla de bacalao incluida, del que los expedicionarios dieron buena cuenta sin temor a los esperados revolcones intestinales.

Por la tarde, más tranquilo, llegó el turno para el reencuentro, aunque sólo fuera por teléfono vía satélite, con los seres más queridos. Sendas llamadas a su compañera Ane y a sus aitas cerraron otra jornada agotadora para Alberto, la última, aunque en este caso más para los sentimientos y el corazón que para los músculos.

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«Ha sido mi montaña más dura»

Quien esperase ver ayer a su llegada al campo base a un Alberto Iñurrategi demacrado, con aspecto cansado y el reflejo del sufrimiento en su cara se equivoca. Una vez más, el atxabaltarra ha dejado evidencia de su gran fortaleza física y mental. Después de ocho días en las alturas -la mitad de ellos en la arista- llegó al CB con el mismo buen aspecto físico de siempre y esa vitalidad que despliega allí donde está. Sólo una persistente tos seca evidenciaba la dureza de los días pasados.

Sin embargo, las huellas de la gesta están marcadas a fuego en su interior. La ascensión al Annapurna por la arista este es el mayor reto alpinístico afrontado por el guipuzcoano, pero también es el que más exigencia física le ha supuesto. «Es la montaña más dura que he ascendido. Hemos estado muy al límite en lo físico», afirmaba ayer en la tranquilidad de la sobremesa.

Y con su habitual humildad, Alberto reconocía también los distintos factores que se han conjugado en favor del éxito de la ascensión. «Hemos tenido suerte y el tiempo nos ha acompañado. La mayor parte del tiempo que hemos estado en la arista apenas hemos tenido viento y casi todos los días hemos disfrutado de unos mares de nubes espectaculares», afirmaba.

En su relato de los días en la arista, Alberto no se olvidó de su compañero de corada de cima, Jean Christophe Lafaille, para el que tuvo palabras de elogio. «Es muy técnico y muy seguro. Da gusto verle escalar por lugares de dificultad. Se ve que está acostumbrado a encontrarse situaciones difíciles en los Alpes [es profesor de la prestigiosa Escuela de Alta Montaña de Chamonix]. Es un profesional como la copa de un pino», sentenciaba.

«Durante el descenso -continuó su relato Alberto- a él le preocupaba sobre todo el cansancio que teníamos acumulado para volver por toda la arista, mientras que a mí lo que mas me preocupaba era los delicados pasos que había para descender el Roc Noir. Cuando se lo comenté me contestó: Tranquilo, ese es mi trabajo ».


Metódico hasta el final

Comparado con lo que habían vivido los días anteriores Alberto y Lafaille, el descenso desde el campo III (7.100 metros) hasta el campamento base (4.200 m.) era casi un paseo. Pero había que hacerlo. Así que sobre las seis de la mañana se pusieron en marcha. El trabajo del día iba a ser más tedioso que cansado. Ya que durante el descenso fueron desmontando los distintos campos de altura y echándose a la espalda todos los pertrechos.

Esta circunstancia había provocado una pequeña discusión entre los miembros de la expedición el día anterior. Mientras desde el campo base conminaron a ambos alpinistas a que evitasen cargar con más peso del estrictamente necesario, Alberto Iñurrategi seguía empeñado en descender el equipo al completo. Al final, la decisión quedó pospuesta a hoy, a la espera de ver el ánimo y las fuerzas de los dos montañeros.

Y como no se podía esperar otra cosa del atxabaltarra, su decisión fue bajar todos los pertrechos de altura. Así es como llegaron sobre las diez de la mañana con las mochilas cargadas hasta arriba al campo I, donde les esperaba Jon Lazkano.

Allí descansaron un rato, desmontaron el campo y continuaron el descenso. Más cargados todavía. Tanto que decidieron contactar con el campo base para que Jon Beloki y Ed Viesturs remontasen un tramo de la ruta y se acercasen a echarles una mano. Y eso hicieron. Por fin, sobre la una de la tarde, la pequeña figura de Lafaille aparecía en la morrena del glaciar. Poco después lo hacía Alberto, escoltado por sus dos compañeros de expedición, Jon Lazkano y Jon Beloki. La celebración les esperaba en el campo base.


Lafaille: «Es mi ascensión más dura»

«Ésta es mi ascensión más dura». La frase, en boca de Jean Christophe Lafaille, tiene un significado muy especial. El francés es un hombre acostumbrado a lo extremo en la montaña: ha intentado ascender el Annapurna por la cara sur tres veces - una de ellas en solitario y otra con la muerte de su compañero de cordada como resultado final-, por lo que sus palabras reflejan como ninguna otra la dimensión real de esta hazaña.

Así que la satisfacción que este pequeño gran hombre mostraba desde la cumbre de la Diosa Madre de la Abundancia era fácilmente comprensible. Tanto como la emoción de Katia, su mujer, que no pudo reprimir las lágrimas cuando oyó a su marido hablar desde la cima del ochomil que más se le ha resistido.

«Ha sido un esfuerzo muy duro. Es una cumbre muy difícil. La ascensión más dura que he realizado. Pero también la más maravillosa cumbre que he escalado nunca. Increíble. Definitivo», explicaba Lafaille todavía jadeante desde el punto más alto de su octavo ochomil .

El francés coincidió con Alberto en destacar las dificultades. «Hemos estado cuatro o cinco horas sobre la arista y hemos encontrado todo tipo de dificultades. Ha sido mucho mas difícil de lo que decía Loretan».