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DÍA 46

Fernando J.Pérez
Enviado especial

Iñurrategi culmina la gesta

Iñurrategi, durante el ascenso. / F. J. PÉREZ
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Lo consiguió. El ochomil que le faltaba. Y no cualquier ochomil: el Annapurna. Ni por cualquier ruta: la arista este. Alberto Iñurrategi llevaba ya tiempo en la historia del alpinismo. Pero ayer rubricó en ella su nombre con letras de oro. En compañía de Jean Christophe Lafaille culminaron la ascensión de la Diosa Madre de la Abundancia por la arista este, también conocida como la arista Loretan . Una vía de alto compromiso técnico, extremadamente larga y, como han podido comprobar durante los últimos tres días, muy peligrosa.

Una ascensión que trasciende incluso el hecho de significar el decimocuarto ochomil del atxabaltarra para adquirir personalidad propia y convertirse en la actividad más destacada en el Himalaya esta temporada y uno de los grandes hitos del alpinismo vasco en las cumbres más altas del planeta. Si Martín Zabaleta abrió época hace 22 años y dos días (14-5-80) con su ascensión al Everest, Alberto Iñurrategi le puso ayer un broche de oro con la suya al Annapurna. De paso, marca a las futuras generaciones de alpinistas una pauta a seguir caracterizada por el compromiso y la seriedad en los planteamientos, la minuciosa preparación de los mismos y su impecable ejecución en la montaña.

Ante la entidad de esta ascensión, parece quedar casi en un segundo plano el hecho de convertirse en el décimo hombre que completa los Catorce Ochomiles (el quinto sin oxígeno), o el de ser el más joven en lograrlo, por apenas unos meses respecto al mexicano Carsolio. En realidad, son valores a los que Alberto nunca ha dado mayor trascendencia que el mero dato estadístico que representan. Junto a su hermano Félix hasta hace dos años y ahora con Jon Beloki y Jon Lazkano, ha preferido buscar la satisfacción de una ética personal en comunión con la montaña a alcanzar una cumbre a cualquier precio.

Más dificultades

Después de dos días de continuas sorpresas, el Annapurna no se iba a rendir así como así. Hasta su último metro iba a defender su feudo cimero. Así que Alberto y Jean Christophe, cuando salieron a las cinco de la mañana de su tienda, iban preparados para lo peor. Y lo encontraron: una nueva banda de rocas en la pala de acceso a la cumbre central (8.051 m.) imposible de superar con el material que llevaban encima. Así que, al igual que con la cima Este el día anterior, tuvieron que sortearla por la cara norte, con pendientes de hasta 50 grados. Una vez superado este obstáculo, remontar hasta la cima principal (8.091 m.) resultó un pequeño paseo en comparación con las dificultades encontradas durante las últimas 72 horas.

Por fin, tras otra mañana de incertidumbre, la radio del campo base vomitaba las palabras mágicas a las diez menos diez (6.05 en Euskadi): ¡Tontorra, tontorra! (¡cumbre, cumbre!). Unos segundos de desconcierto (se había acordado con Alberto que la primera comunicación del día la realizase desde la cima este) daban paso a la alegría y la emoción. ¡Lo había conseguido! Alberto, al margen de sus compromisos con la fotografía, el vídeo y los continuos requerimiento desde el campo base vía radio, debió de disfrutar con especial intensidad de la media hora que permaneció en la cumbre. Un lugar donde también tenía que haber estado su hermano Félix. Y seguramente estuvo.

 

 

 


A esperarle en el campo I con un bocadillo

Cuando Alberto y Lafaille comenzaron a digerir una jornada inolvidable para ambos, Juanjo San Sebastián se puso en contacto con ellos para intentar satisfacer sus anhelos. En una de las últimas conversaciones, ya más relajada que las mantenidas durante el descenso, le planteó a Alberto:

«Pide un deseo,el que quieras, Alber, que nosotros te lo haremos realidad... hoy te mereces todo». Con el mundo a sus pies, el alpinista apenas dudó en la respuesta: «Pues ahora mismo lo que más feliz me haría es que cuando bajemos me estéis esperando en el campo I con un buen bocadillo de chapati y tortilla de bacalao y una cerveza».


Lafaille: «Es mi ascensión más dura»

«Ésta es mi ascensión más dura». La frase, en boca de Jean Christophe Lafaille, tiene un significado muy especial. El francés es un hombre acostumbrado a lo extremo en la montaña: ha intentado ascender el Annapurna por la cara sur tres veces - una de ellas en solitario y otra con la muerte de su compañero de cordada como resultado final-, por lo que sus palabras reflejan como ninguna otra la dimensión real de esta hazaña.

Así que la satisfacción que este pequeño gran hombre mostraba desde la cumbre de la Diosa Madre de la Abundancia era fácilmente comprensible. Tanto como la emoción de Katia, su mujer, que no pudo reprimir las lágrimas cuando oyó a su marido hablar desde la cima del ochomil que más se le ha resistido.

«Ha sido un esfuerzo muy duro. Es una cumbre muy difícil. La ascensión más dura que he realizado. Pero también la más maravillosa cumbre que he escalado nunca. Increíble. Definitivo», explicaba Lafaille todavía jadeante desde el punto más alto de su octavo ochomil .

El francés coincidió con Alberto en destacar las dificultades. «Hemos estado cuatro o cinco horas sobre la arista y hemos encontrado todo tipo de dificultades. Ha sido mucho mas difícil de lo que decía Loretan».