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DÍA 43

Fernando J.Pérez
Enviado especial

Iñurrategi y Beloki se enfrentan a la hora de la verdad

Los alpinistas, ayer junto a sus tiendas. / F. J. PÉREZ

Llega la hora de la verdad para Alberto Iñurrategi y Jon Beloki: la arista este del Annapurna. Los dos alpinistas vascos, en compañía de Jean-Christophe Lafaille, que desde ayer cuenta con la presencia de su mujer Katia en el campo base, Ed Viesturs y Veikka Gustaffson, durmieron ayer sin novedad en el campo III (7.100 m.) y hoy partirán hacia terreno desconocido y en estilo alpino. Se acabaron las cuerdas fijas y los campos de altura instalados. Desde ahora son ellos y la montaña. Frente a frente.

La de ayer fue otra jornada de transición, al margen de la mayor dureza del terreno entre los campos II y III. Los alpinistas emplearon cuatro horas en salvar los 700 metros de desnivel entre ambos campos de altura y tuvieron la alegría de la ascensión: encontraron el depósito extraviado sobre los 7.000 metros. Alberto recupera así su piolet y sobre todo el grupo pasa a disponer de 300 metros de cuerda con la que ya no contaban.

La aparición del material les plantea un dilema: equipar o no el tramo de acceso a la arista en el que no pudieron poner cuerdas fijas. Lo decidirán hoy mismo sobre la marcha, pero no será fácil. Instalarlas les aportaría una seguridad impagable de cara al descenso, pero retrasaría sus planes de mañana de entrar en la arista cuanto antes.

Lo que les queda a partir de ahora da miedo sólo de pensarlo. Accederán a la arista y ascenderán el Roc Noir (7.490 m.) para continuar ya hacia los Annapurnas. Aunque ese terreno es virgen para ellos, las fotos que han podido ver y lo que les ha contado Loretan les ha permitido hacerse una idea bastante aproximada de lo que se van a encontrar: por la cara norte, palas de nieve de 35 o 40 grados y, por la cara sur, un abismo casi vertical.

La arista está formada por una sucesión de promontorios y puntas, en algunos casos con desniveles de decenas de metros. Además, encontrarán cornisas (masas de nieve suspendidas sobre el vacío por el efecto del viento). En principio, lo normal es que estén hacia el sur, porque el viento ha soplado prácticamente todo el mes del norte, pero Alberto explicaba hace pocos días que en la arista entre el Glaciar Dome y el Roc Noir las había visto hacia el norte, formadas por los remolinos que el viento crea a esas altitudes.

Esas cornisas les impedirán caminar por la misma arista en muchos tramos, por lo que tendrán que hacerlo varios metros por debajo de ella, siempre por la cara norte.

En esas condiciones discurrirá la travesía hasta que lleguen a la base del Annapurna Este (8.026 m.), cumbre secundaria del Annapurna I y el primero de los tres ochomiles que subirán en su periplo por las alturas. Allí encontrarán una de las grandes dificultades de la arista, imprevista inicialmente y descubierta por los alpinistas al llegar al campo III: un extenso tramo de rocas que deberán de sortear hasta la cima.

Una vez en esta primera cumbre les restará la parte más técnica de la arista: bajar el Annapurna Este, subir el Central y llegar a la cumbre principal, con varios tramos de escalada en roca, uno de ellos de cerca de cien metros de desnivel entre la Central y la principal.


Carta a Alberto y Jon

Perdonad el atrevimiento de escribiros esta carta, pero un mes de estrecha convivencia en el campamento base otorga ciertas confianzas. Y yo me he tomado ésta. Hoy entráis en la arista este. La famosa arista este. Aunque suene irónico cuando lleváis ya tres días subiendo, el Annapurna empieza de verdad ahora para vosotros. Ni la montaña ni la ruta son normales. La primera era inevitable -es la única que te falta- pero la segunda no. Sin embargo tú, Alberto, eres así. Eliges el camino más díficil para terminar los ochomiles y lo justificas diciendo que es el más seguro de los posibles. Y además tienes razón.
Ya se que es difícil, pero me gustaría poder explicar a quienes nunca han subido a un monte lo que vais a vivir durante los cuatro, cinco o seis próximos días -mejor sin son cuatro- en esa maldita arista. Cómo, por encima de sus 7.500 metros, el cuerpo humano vive una agonía permanente y se rebela contra una mente que, de todas formas, recibe el suficiente poco oxígeno como para tampoco tener las cosas demasiado claras. Cómo os deja de agotados el simple hecho de grabar una pequeña secuencia de cuatro o cinco segundos, en los que tenéis que contener la respiración ¡a ocho mil metros! para que el jadeo no quede reflejado en la cámara.
Cómo si decidís abandonar, no podréis salir de la pista y enfilar tranquilamente hacia los vestuarios, no. Sí lo hacéis, aún os quedarán varios días de lucha contra el agotamiento hasta llegar a la seguridad del campo base. Cómo bajaréis con ese carácterístico olor a acetona de quien ha rebasado sus límites físicos y, después de agotar todas las reservas de su cuerpo, ha comenzado a quemar músculo. Cómo, en definitiva, vais a vivir durante unos días al límite de vuestra propia existencia. Con los pies más cerca de las estrellas que nunca, pero también más lejos que nunca de quienes os esperamos donde el oxigeno es respirable, de Ane o Maider, de vuestras familias y amigos.
Alberto, Jon, para los que os conocemos y además llevamos las montañas en el corazón, vosotros ya habéis subido el Annapurna con el mero hecho de intentarlo por esta ruta, logréis o no llegar a su punto más alto. Por eso os esperamos en el campo base más que en ningún otro ochomil . Nadie mejor que vosotros sabéis que, como finaliza Maurice Herzog su libro, «hay otros Annapurnas en la vida de los hombres...»