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NOTICIAS
El texano quiere ser
Reagan
Bush presume de ser un independiente
con tono llano, que llega a Washington desde fuera para devolverla
dignidad a la Casa Blanca
Mercedes Gallego. Enviada especial.
Washington
A George
Bush no le gusta que las reuniones duren más de una hora
o que los memorandos pasen de una página. Son las primeras
cosas que tendrán que tener en cuenta los jefes de la
diplomacia a la hora de recibir al nuevo presidente de Estados
Unidos, un hombre al que le gusta ver su agenda despejada y el
día terminado a las nueve de la noche. No hay que confundir
a un Bush con otro, por mucho que ambos sean presidentes.
En la familia siempre se contó con que uno de los vástagos
siguiera los pasos de progenitor, pero muchos pensaban que ese
destino estaba pensado para Jeb, el hermano menor que se erigió
gobernador antes que George, primogénito de seis. Ansiosos
por ver al partido reconquistando la Casa Blanca, los republicanos
pensaron que compartir un nombre que ya sonaba a presidente era
un valor añadido que no se podía despreciar. El
hecho de que su carrera política fuese inexistente hasta
hace seis años les pareció un mal menor. La clave
de la campaña sería, como se vio, el efectismo.
Este George Bush, que por segunda vez en la historia pone en
la Casa Blanca al hijo de un presidente, nació en Connecticut
en 1946, pero se mudó con su familia al lado petrolero
de Texas cuando tenía apenas tenía dos años.
Con esos datos se empezaban a crear las similitudes de perfil
con el monstruo político republicano al que se quería
imitar, Ronald Reagan.
Bush hacía bien el papel de 'cowboy' que Reagan interpretara
en las películas, y reemplazaba el cine con el béisbol,
otro campo de estrellas en el que presidió el equipo 'Texas
rangers'. Bastaba con cambiar el rancho de California por el
de Texas, y lo mismo con el puesto de gobernador para recuperar
el tono directo y llano que con el que se caracterizan ambos
políticos.
Con su educación de Yale, sus fracasos como accionista
petrolero y sus errores juveniles con el alcohol, Bush se hacía
humano. Dos hijas gemelas adolescentes y una esposa abnegada
que jura no tener el menor interés de seguir los pasos
de Hillary Clinton en la política completan la foto de
familia presidencial a la antigua. El propósito, transformar
la imagen «denigrante» que han dejado los Clinton.
Detrás de Bush habrá un hombre en la sombra que
ya ha acaparado tantas luces como él mismo. Dick Cheney,
de 59 años, fue el ministro de Defensa de Bush padre y
ahora segundo de abordo con el hijo. El propio presidente ha
admitido que espera cubrir sus lapsus con la experiencia de Cheney
y, entre ambos, afrontar la tarea de reunificar al país.
Dentro del partido Bush presume de poder ganarse a los centristas
y Cheney a la vieja guardia que está instalando de nuevo
en Washington tras ocho años.
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