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Bush ofrece a los demócratas participar en el Gobierno para reseñar heridas

Clinton se suma a Gore al señalar su desacuerdo con la sentencia del Supremo. El 50% de los americanos cree que el país no cerrará filas con su nuevo presidente

Mercedes Gallego. Enviada especial. Washington

Los magos de la escenografía política que asesoran a George Bush eligieron ayer una iglesia para su primera aparición con el mismo cuidado con que la víspera habían seleccionado el Congreso de Texas para su primer discurso presidencial. En el escenario espiritual Bush rezó por el país y por su rival derrotado, Al Gore. En el político, donde los demócratas tienen mayoría, prometió demostrar que sabrá trabajar en Washington con el mismo ánimo conciliador con que lo ha hecho en Texas. «No he sido elegido para servir a un partido, sino a una nación», enfatizó. «Es hora de encontrar bases comunes».

Estas palabras llegaban una hora después de que su rival le invistiese con gentileza. Era la última vez que Bush, un principiante en política nacional, se medía con el experimentado vicepresidente en el arte de la oratoria. Era también la primera en la que ya no se jugaba la presidencia, y la única en la que demócratas y republicanos estuvieron de acuerdo en el que el discurso más brillante fue el de Gore.

El candidato más votado que, sin embargo, ha perdido la presidencia dedicó ocho minutos a recitar su paso a la historia, y logró hacerlo con tanta nobleza que a unos y a otros les brillaron los ojos de emoción. «Los sentimientos partidistas deben ceder paso a los patrióticos. Estoy con usted, señor presidente», dijo parafraseando al senador Stephen Douglas al reconocer la victoria de Abraham Lincoln.

Gore era así la primera persona en llamar presidente a Bush en las pantallas de televisión. Tras los muchos despropósitos de la noche electoral, las grandes cadenas se habían prometido formalmente no pronunciar el título hasta que finalizasen los contenciosos judiciales o uno de los candidatos reconociese la victoria del otro. Hizo falta poner a prueba la paciencia de la nación durante 36 días para resolver el entuerto y convertirse en el hazmerreír del mundo. De ello también era consciente Gore.

«A nuestros amigos de la comunidad internacional les digo: No vean esto como un signo de la debilidad de los americanos. La fortaleza de la democracia americana se ha demostrado con más claridad incluso a través de las dificultades que ha logrado vencer», exhortó.

Los conservadores quedaban complacidos por la forma clara y abierta en la que el demócrata reconoció la victoria de su rival y le ofreció su apoyo, pidiendo a todos los americanos que cerrasen filas con él. Los demócratas agradecieron que Gore hubiese encontrado las palabras para hacerlo sin perdonar el hecho de que sea una injusta sentencia del Supremo la que ha convertido a Bush en presidente. «Sé que muchos de mis seguidores estarán decepcionados. Yo también, pero el amor por nuestro país debe superar a nuestra decepción», pidió en busca de la reconciliación. «Que no quede duda. Si bien discrepo fuertemente con la decisión del Tribunal, la acepto».

El primero en agradecer que Gore no se hubiera plegado a la injusticia fue Bill Clinton desde Irlanda del Norte, donde le ha tocado vivir la derrota de su partido. El presidente se sumó a las palabras de su segundo y prometió colaborar con Bush para guiar al país. La Casa Blanca entregó ayer las llaves del edificio donde se llevará a cabo la transición a Dick Cheney, ahora vicepresidente electo.

Prueba amarga

Prueba de lo amarga que ha resultado la victoria tras el penoso contencioso es que no hubo grandes fiestas en Austin. «No tiene humor para celebrar nada», contó el congresista David Dreier. Por contra, Gore y su esposa Tipper, junto con el senador Joe Lieberman y su mujer Hadassah, fueron aclamados a la salida del histórico discurso por centenares de entusiasmados seguidores que les acompañaron a una gran fiesta en la capital. Con los ojos hinchados por las lágrimas, pero aliviados por el desenlace, el matrimonio bailó hasta al amanecer acompañado en el escenario por Steve Wonder, y Tipper tocó la batería con los cantantes de rock Tom Petty y Bon Jovi.

Bush tenía otras cosas en las que pensar. Para cumplir su promesa de formar un gobierno de consenso necesita encontrar al menos un demócrata de confianza al que asignar una cartera. En total, su gabinete de transición ha recibido 21.000 currículos para ocupar 6.000 vacantes. Repartirlas con justo bipartidismo es tan difícil que el 50% de los americanos cree que no habrá forma de que el país cierre filas tras el nuevo presidente, según una encuesta de la cadena NBC.

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