En defensa del voto
Jesse Jackson abraza
a negros y judíos en una gran manifestación para
exigir el recuento de Florida
"Ustedes en Europa se lo
están pasando bomba ¿verdad? Bueno, no les culpo.
Hemos ido a Yugoslavia a enseñar democracia y ahora no
somos capaces de arreglar esto", reprocha una manifestante
a los periodistas
MERCEDES GALLEGO. ENVIADA
ESPECIAL PALM BEACH
Negros y blancos habían encontrado ayer causa común
de la mano del reverendo Jesse Jackson, el activista negro que
esta vez también ha abrazado a los judíos en la
causa por el recuento de Florida.
Tras varios días reagrupando tropas, a caballo entre Miami
y West Palm Beach, Jackson encabezó ayer una gran manifestación
en esta última localidad, situada en el ojo del huracán
electoral. Los organizadores esperaban reunir más de 15.000
personas que dirigirían al edificio gubernamental donde
ayer comenzó el recuento manual de todos los votos. «Yo
Sí sé votar», dicen las camisetas de los
seguidores de George Bush que defienden el fin del recuento manual.
Nicole Leggett no votó por ninguno de los dos. Ella es
parte de lo 97.000 votos que obtuvo en Florida el candidato del
Partido Verde Ralph Nader, muchos más de los 228 a los
que se había reducido ayer la diferencia entre Bush y
Gore, según el recuento extraoficial que lleva la agencia
Associated Press. Nicole intenta redimirse gritando aquello de
«Todos los votos cuentan» y «Abajo con el Colegio
Electoral» (grupo de delegados estatales que eligen al
presidente tras ser votados por los ciudadanos).
«Al principio me sentí avergonzada por haber entregado
a Bush la victoria dándole el voto a Nader, pero luego
entendí que no es culpa mía, sino del sistema.
¿Por qué mi voto tenía que contar más
que el de un neoyorquino? ¿Por qué ellos podían
votar por Nader y yo no? Lo que hay que hacer es eliminar el
Colegio Electoral y guiarnos por el voto popular, donde todos
los votos cuenten, y cuenten lo mismo».
Nicole se tiró a la calle con sus amigos el jueves, cuando
vio a Jackson en su tranquilo balneario de West Palm Beach agitando
a las masas en la calle. «Oh, Dios mío! ¿Esto
está pasando aquí?», exclamó ante
su televisor. Desde ese momento se sintió parte de la
historia y decidió sumarse a las movilizaciones hasta
que se reconozca el derecho de sus paisanos a votar con una papeleta
clara y legible.
«Ustedes en Europa se lo están pasando bomba con
esto, ¿verdad?», pregunta con tono de reproche,
señalando la marabunta de cámaras extranjeras que
se agolpan en la cristalera. Atrapada por la pregunta, ladeó
la cabeza con cara de circunstancias y ella misma sale en mi
auxilio. «Bueno, no les culpo, nosotros hemos ido a Yugoslavia
a enseñarles democracia y ahora resulta que no somos capaces
de arreglar nuestros propios asuntos».
Ese es también el mensaje que Jackson enarbola en su cruzada
nacional. «Los americanos no toleraríamos una situación
así en el extranjero», gritaba forzando la voz de
predicador como si estuviera en el púlpito. «La
democracia debe ser abierta, libre y clara, ese es el mensaje
que hemos llevado a todas partes del mundo y el que debe valer
también para Florida. Si dejamos que la integridad de
nuestra democracia quede en duda perderemos el respeto de otros
países».
Ancianos demócratas
El vecindario de Century Village al que se dirigía el
domingo no es precisamente uno de esos suburbios marginales que
frecuenta el reverendo. Los edificios se distribuyen holgados
alrededor de un lago en el que huele a mar salada y a pasto fresco.
En el centro del inmenso complejo se alza a modo de mausoleo
el local comunitario donde hace un mes los jubilados aplaudieron
entusiasmados a Joe Lieberman, el primer judío que aspira
a la vicepresidencia.
La mayor parte de los 15.000 vecinos, casi todos ancianos, votaron
el martes. «Mi generación vivió la II Guerra
Mundial», explica Anne Kressler, una mujer de 78 años
que ejerció de observadora en la mesa. «Desde el
día en que nacimos nos han dicho lo importante que era
votar. Sabemos que mucha gente ha muerto por ese derecho. Muchos
vinieron en silla de ruedas o apoyados en muletas, pero vinieron.
No es justo que su voto se pierda».
«¿Usted también cree que votó por
Buchanan?», le pregunto a otra anciana que le sigue en
la cola para firmar el documento de protesta. «¿Yoo?
¡Nooo! Yo perforé el número 5, que es el
que me habían dicho que tenía Al Gore». ¿Y
entonces? »Es que yo lo que quiero es que mi hombre sea
presidente», admite con una sonrisa traviesa.
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