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MEDIOS DE INCOMUNICACIÓN
JOSÉ ANTONIO LÓPEZ
"TONINO", periodista del programa CQC
Vitoria, 22 de octubre
de 1999
EL CORREO |
José Antonio López
"Tonino" |
Para comenzar, diré que,
a lo largo de mi trayectoria profesional, he sido empujado a
realizar varias cosas; incluso he sido empujado a abandonar varios
medios de comunicación -amablemente, eso sí, siempre-:
«Tonino se te ha acabado el contrato», «eres
muy simpático pero te invitamos, empujándote, a
que te vayas de aquí»... Así que espero que
esta charla sea productiva para todos, que no tengamos que empujarnos
unos a otros -al fín y al cabo, nos acabamos de conocer
y sería una tontería-. Seré breve, unas
tres horas, más o menos, de charla entretenida y divertida
sobre medios de comunicación.
Os agradezco, por otra parte, que seáis tan numerosos
hoy, sobre todo sabiendo que se vende un piso justo aquí
al lado, por unos 11.000.000, más o menos: tres habitaciones,
dos cuartos de baño...; me congratula que no acudáis
para aprovechar esa oportunidad que se os brinda. El caso es
que, ya que es un periódico el que me invita a hacer esta
charla, he decidido hablar de algo en lo que soy bastante experto,
que son los medios de comunicación. Entonces, voy a dividirla
en unas 8 ó 9 partes, en las que incluiría, primero,
la diferenciación entre la incomunicación plana
y lo que es la incomunicación traumática; luego,
lo que es el proceso incomunicativo en sí; después,
la prensa incomunicativa; tras esto, cómo no, la televisión
incomunicativa, los medios necesarios para llegar a una perfecta
incomunicación, el problema de la desconfianza, la cosificación
-que es una cosa muy interesante- y, por último, y unido
a este punto, Albacete y la resolución del problema, lo
que luego explicaré.
En primer lugar, explicaré una parte de la primera de
ellas: la incomunicación plana. Como todos ustedes sabrán
-y si no lo saben es porque están un poco incomunicados
con el mundo exterior-, existen dos modelos de incomunicación:
la plana y la traumática. La plana consiste en un deseo,
una voluntad propia, por parte del comunicador y de quien es
comunicado, de no comunicar. Es una sensación agradable,
muy placentera, en los dos casos; por ejemplo, cuando viene nuestra
tía Adela a casa, a merendar con sus tres niños
y ella comienza a hablar, nosotros vemos cómo mueve los
labios, cómo nos habla, pero no escuchamos.
La tía Adela es un poco pesada y no nos interesa nada
-seguramente nos cuenta sus vacaciones en Benidorm y ha traído
unas fotos-, entonces, el que va a ser comunicado no da ninguna
muestra de tener interés hacia esa charla -espero que
no haya nadie aquí que se llame Adela o que tenga una
tía-, con lo cual, se corta ya el proceso comunicativo.
Por otro lado, esto resulta bastante placentero, porque se ve
a la tía Adela hablando, evolucionando, y uno está
tranquilamente en su sofá sonriendo -vamos, sí
puede decir alguna palabra en plan «sí claro, te
entiendo», «qué bonito» para mantener
la charla-; además, la tía Adela no tiene la sensación
de estar pasándolo mal, ya que está encantada viéndonos
sonreir, contando, incluso, anécdotas un poco más
animadas, picantes, quizá, de su estancia en Benidorm,
y los niños están comiendo la merienda; asi que,
en realidad, no se está estableciendo ningún tipo
de comunicación, por eso hablamos de comunicación
plana o, en fín, sin más, de incomunicación.
Este ejemplo también podría aplicarse cuando vamos
a pedir un aumento de sueldo a nuestro jefe: «me gustaría
que me subieses el sueldo, tengo unos problemas..., acabo de
tener un niño...», y nos responde «¡caramba!,
¿cuánto tiempo llevas trabajando aquí? »,
«pero si no le he preguntado eso» -piensas tú-;
esto también es incomunicación. Así como
lo que ocurre en algunos matrimonios cuando se pide a la pareja
un poco de sexo oral y responde que ha tenido un día muy
difícil, o incluso en los partidos de fútbol, cuando
se le grita al jugador que chute y se dedica a regatear, le quitan
la pelota y no mete gol. Todo es lo que se ha de llamar en algunas
universidades incomunicación plana.
Luego existe la incomunicación traumática, que
es cuando el emisor y el receptor del mensaje no pueden llevar
a cabo la comunicación por algún tipo de impedimento
no ajeno a ellos, es decir, que los dos están implicados:
un cartel de recién pintado y un invidente, por ejemplo;
hay una serie de manchas, nadie sabe qué ha pasado, y,
evidentemente, el mensaje no ha sido recibido por ninguno de
los dos. También podría ser por motivos psicológicos,
como puede ocurrir, verbigracia, en una pareja de enamorados,
que se miran durante horas, durante meses, incluso años,
a los ojos, sin decirse gran cosa, hay un gran vacío en
sus mentes, no ocurre nada, «cariño», «¿qué?»,
«no sé»; pasan horas, días, así,
no hay una real comunicación, hay un poco de desazón,
casándose al fín -éste, ya, es otro tipo
de incomunicación del que no vamos a hablar aquí-.
Y, por último, hay una incomunicación también
traumática, inducida por el error, sencillamente por el
error: «¿me da usted un quilo de patatas»,
«no, esto es una mercería», «ah, caramba»;
o el que ocurre en algunas curvas de carretera cuando no han
puesto el cartel indicador y uno se sale de la curva porque,
claro, faltaba el mensaje. Todas éstas suelen ser las
cosas traumáticas.
Una vez diferenciado lo que es la incomunicación placentera
de la traumática, podemos pasar a ver cómo ocurre
en sí mismo el proceso incomunicativo. Como todos sabeís,
las ideas y los pensamientos se producen de dos maneras; una,
en la propia parte craneal de la persona, es decir, en el cerebro,
y otra, mediante palabras. Entonces, el proceso incomunicativo
correcto consiste, únicamente, en cortar la parte de las
palabras; o sea, uno se queda con los pensamientos en la cabeza,
igual que ocurría con los libros de El Quijote,
con alguna serie de televisión...Yo prefiero, como método
para llevar a cabo dicha incomunicación, la visión
de un telefilm, un telefilm en el que te encuentras con un mundo
irreal que no tiene nada que ver contigo; normalmente, es una
familia de negros americanos cuya vida transcurre en Nueva York
y no tiene nada que ver con la tuya, pero tú lo estás
viendo agradablemente, «¡caramba!, ¡qué
divertido es esto! », «no tiene nada que ver conmigo,
aunque la verdad es que lo estoy pasando bien».
Sin embargo, en tu cerebro se quedan todas esas ideas porque
tampoco se las puedes comunicar a nadie: «acabo de ver
el príncipe de Bell Air», «ha estado bien»,
«¿qué tiene que ver esto con mi vida»;
ahí se acaba la cuestión. Ése es el proceso
mismo de la incomunicación, ¿por qué?, porque,
mientras ocurren todos estos hechos, perdemos la ocasión
de caer en la tentación, por ejemplo, de leer un libro
-cosa espantosa-, o de leer el periódico, -que sería
una monstruosidad-, incluso de tener una conversación
agradable con alguien, ya que, así, todo nuestro esfuerzo
incomunicativo quedaría en nada; es como decir «llevo
diez horas viendo la televisión y me has tenido que hacer
una pregunta interesante, ¡me cachis la mar!, con lo bien
que estaba yo viendo Al salir de clase».
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