a


AULA DE CULTURA VIRTUAL

ANTERIOR / SIGUIENTE

Transcripción de la conferencia del escritor Lorenzo Silva el 8 de mayo de 2000 - 5

Me aproximé al sitio donde tenía concertada una firma durante una hora y descubrí una inmensa multitud, una ingente multitud, una multitud que casi plantea problemas de orden público; había empujones, apretones, algunos desvanecimientos. Rodeaban de tal manera la caseta en la que yo iba a firmar que me resultó realmente difícil acceder a ella. Utilizando artes que no vienen al caso, conseguí entrar en la caseta y me dieron la bienvenida los responsables, me senté donde me dijeron, delante de aquellas miles de personas -realmente eran miles de personas-, aterrorizado, porque, claro, como ustedes adivinarán, yo tenía una pequeña sospecha que se confirmó instantáneamente: aquellas miles de personas no estaban allí por mí.

Cuando, una vez sentado, sostuve la mirada de aquellas miles de personas valientemente y todos ellos me miraron como diciendo `qué hace ahí ese tío´, fue un momento interesante de mi existencia, además de prolongado, porque estuve en aquel apuro durante tres, cuatro, tal vez cinco eternos minutos. Lo hice con la mayor prestancia de la que soy capaz, con dignidad, mantuve el tipo, hasta que al fin llegó aquél a quien estaban esperando, un actor que, junto a un guionista, había firmado, no sé si escrito también, un libro, libro que dedicaba. Llegó éste, bastante macizo, por cierto, un catalán llamado Joel Joan, un chico realmente guapo; lo comprendí todo. Se montó un griterío ensordecedor y dije `bueno, pues ya está´, en ese momento respiré; pero no, no estaba, aquello era sólo el comienzo. En realidad, Joel Joan se sentó a mi izquierda y empezó a firmar autógrafos como un descosido a quinceañeras que acudían al borde del desvanecimiento y que a mí, además, me veían como un extraño estorbo que les impedía acercarse por la derecha al ídolo. Y por si eso fuera poco, a mi derecha se sentaba el presentador del programa estrella de TV3, que también firmó un libro -desconozco si escrito- para la feria.

Cuando éste llegó, temí por mi integridad física, temí por la integridad física de toda aquella gente, no por la del presentador, que venía fuertemente escoltado, pero sí por la de todos los demás. Fue un delirio, un delirio absoluto; allí tuve que estar mis buenos 45 minutos, como el jueves, por aquello de que está en medio. Lo llevé adelante, ya digo, con la mayor dignidad que pude, y fue una buena experiencia, me enseñó muchas cosas, y también tuvo una cosa muy buena: en medio de aquella masa enardecida, de aquella masa incluso hostil y peligrosa, diez o doce personas que habían leído mi libro consiguieron abrirse paso. Realmente, fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida, y como tal lo recordaré, pero, sobre todo, creo que es bueno como cura para la vanidad, creo que los escritores debemos ser conscientes de que lo que hacemos es algo que es valorado, afortunadamente, por bastantes personas, aunque, sin embargo, éstas son una minoría. No somos personajes famosos y probablemente no es bueno que lo seamos.

Por último, como no quiero incumplir mi promesa de hablarles sobre algunos escritores a los que considero valiosos y que no tienen el reconocimiento que quizá merecerían, les diré que son ellos, precisamente, los que nos permiten esperar buenas cosas de la literatura española del próximo siglo, en el que no sé si estamos, estaremos o estuvimos. Es evidente que el panorama de la narrativa española actual tiene dos capítulos que son muy obvios, en los que no merece la pena detenerse; hay una generación, la generación más veterana, de gente consagrada, de gente que recibe premios como el Cervantes, como el Nobel, etc., para qué voy a hablar de ellos, se defienden solos y todos ustedes saben quiénes son; hay una segunda generación que todavía no ha llegado a conseguir dichos premios y demás, pero, bueno, caerá un día de estos.

De esta generación tampoco hace falta hablar mucho, aunque yo sí quisiera decir que en ella, afortunadamente, en los últimos 25 años, se han producido libros magníficos; yo destacaría, sobre todo, dos grandes libros, dos grandes novelas, dos novelas ejemplares, en el sentido de que creo que son una lección de cómo escribir una novela, de cómo contar una historia y de cómo proyectar esa mirada crítica sobre la realidad: son La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, y Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán -este último, de tema bastante vasco, ya que aquí estamos-. Tampoco voy a defender a estos dos autores, que se defienden solitos desde sus columnas y desde sus muchos amigos y círculos donde están reconocidos, sino que quisiera hablar de la gente de mi generación, y tampoco de la gente que ya se defiende sola.

Yo les diría que en ésta, en la generación de los que tenemos entre treinta y cuarenta años, han aparecido casi superficialmente, y supongo que irán asomándose poco a poco, escritores magníficos. Yo no me resisto a darles los nombres de algunos, no porque espere que los retengan todos, pero sí con la mínima esperanza de que alguno se quede en sus memorias y lean su libro -creo que, realmente, harán algo que les merecerá la pena-. Diría que, en tal recomendada generación, hay escritores de gran talla, como, por ejemplo, Carlos Castán; me sorprendería que alguien en esta sala conociera este nombre, porque no es uno de esos escritores que saltan a los periódicos o que están todos los días en las revistas, y, sin embargo, yo creo que ha escrito algunos de los mejores relatos que se han escrito en español en el siglo XX; parece una burrada, pero realmente lo estimo así, creo que es un clásico en ciernes.

Otro tanto podríamos decir de Antonio Orejudo, que ha escrito una novela hasta la fecha y que es uno de esos escritores por ambición, por dominio, o por muchas otras cosas que ya no existen. Tiene un detalle muy simpático que le hace especialmente valioso: es un gran humorista y un gran pornógrafo -la pornografía es, quizá, uno de los géneros literarios más difíciles, y Antonio Orejudo es un virtuoso-; les recomiendo que lo lean. Otro gran narrador, también joven y poco conocido es Antonio Álamo, quien tiene un libro de relatos en el que trata el Londres que él conoció, no como personaje brillante, sino como pinche de cocina, en hoteluchos de mala muerte, como el chaval que limpiaba los servicios en hostales, lo que le permitió conocer el Londres en la época de Thatcher.

Creo que ha hecho un retrato realmente admirable, por lo bien hecho que está, por lo intenso que resulta y por lo atractivo, y sobre todo por lo cargado de sentido y de ideas interesantes sobre esa realidad social de nuestro fin de milenio. Siguiendo con la enumeración, otro gran escritor -éste quizá les sea más conocido, y, desde luego, no hubiera pretendido descubrírselo a nadie- es Juan Bonilla, otro de los que tiene 33 años y que también es autor de algunos de los mejores relatos que se han escrito en España en este siglo. Y ya que estoy en Bilbao, voy a ser un poco bilbaíno; hay un par de grandes escritores nacidos en Bilbao, y alguno, incluso, todavía residente, como Fernando Marías y Juan Bas; además, son dos escritores amigos míos, aunque advierto de que fui admirador suyo antes que amigo: me pareció tan loable lo que escribían que sentí casi la necesidad de hacerme amigo suyo, tuve la manera de hacerlo y lo hice.

Yo creo que son dos de esos rarísimos en el panorama español, escritores absolutamente profesionales, absolutamente respetuosos del oficio; merecerían ser escritores norteamericanos, pero, por una inexplicable suerte, han nacido en Bilbao y los podemos leer en español. Por cierto que siempre me acusan de sexista porque sólo digo chicos, asi que me anticipo al reproche y les señalo a otras dos escritoras poco conocidas por ahora, pero más conocidas, seguro, en adelante, como son Ángela Balbei, una novelista realmente notable, y Blanca Riestra, que también ha escrito una muy buena novela.

ANTERIOR / SIGUIENTE

Enviar la noticia a un amigo

subir




info@diario-elcorreo.es

Pintor Losada 7
Teléfono: +34 1 944870100 / Fax: +34 1944870100
48004BILBAO