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AULA DE CULTURA VIRTUAL

Transcripción conferencia Mario Vargas Llosa 4

Bueno, naturalmente, un material de este tipo, por una parte, espanta y, por otra parte, si uno es novelista, lo encandila. La novela es la aventura, la novela es un esfuerzo de explicación a través de la invención, de las infinitas posibilidades de lo humano, y no necesariamente las posibilidades hacia la generosidad, hacia el idealismo, sino más bien las otras, hacia el espanto, hacia el horror, hacia la crueldad. Para escribir el libro hice una investigación lo más prolija posible de las fuentes históricas, de los periódicos y revistas de la época, y también entrevisté a muchos dominicanos. En los años 70, todavía había una gran reticencia en la República Dominicana a hablar de Trujillo, la Dictadura no estaba muy lejos y había muchos pudores y temores para que la gente hablara con total libertad, pero, cuando empecé a escribir esta novela hace tres años, eso había cambiado radicalmente, y, por el contrario, se publicaban muchos libros y muchos testimonios sobre el dictador, y la gente estaba dispuesta -y a veces hasta encantada- a poder hablar y dar su versión de lo que fue esta época. Estoy muy agradecida a los dominicanos, la verdad, hablé con decenas de ellos, de muy distintas posiciones políticas, e incluso con colaboradores cercanos a Trujillo que, a sabiendas de cuál es mi rechazo, tanto visceral como intelectual, de la dictadura, aceptaron recibirme y me dieron su versión de los hechos. Desde luego, toda esta documentación no la hice con la idea de escribir una historia fidedigna, disfrazada de novela, sobre Trujillo y la dictadura, no, ni mucho menos, siempre quise escribir una novela, es decir, una obra de ficción, una obra en la que la invención, la imaginación, fuera mucho más importante que la memoria histórica. Me puse la siguiente obligación, eso sí: no inventar nada, no atribuir a ningún personaje nada que no hubiera podido ocurrir dentro de lo que fueron las coordenadas morales, políticas, sociales, de la vida dominicana en esos años, y creo haberme ajustado a esa regla. Utilicé personajes históricos y personajes imaginarios, pero los personajes imaginarios, muchas veces, aprovechan experiencias, siluetas, rasgos de seres que existieron y, a la vez, los personajes históricos están tratados con la libertad con la que trata un novelista a los personajes inventados. Me encontré, cuando empecé a redactar la novela, con un material riquísimo, un material tan abundante que, en cierta forma, me abrumaba; hubiera podido escribir con él, no una novela, sino una verdadera saga novelesca, como ésas que escribían los novelistas del siglo XIX. Asi que uno de los retos mayores que tuve cuando escribí esta novela fue la de eliminar, eliminar muchos ingredientes, muchos hechos que tenían, potencialmente, mucha fuerza novelesca; también tuve que eliminar otros porque, aunque eran hechos históricos, resultaban imposibles de justificar dentro de la novela, parecían inverosímiles, parecían hechos que la novela misma no podía aceptar como creíbles, como persuasivos para un lector, un caso más -que yo he experimentado en carne propia- de cómo a veces la realidad puede superar la ficción, sobre todo en el dominio de la crueldad.

La crueldad a la que se pudo llegar en la Dictadura de Rafael Leonidas Trujillo es vertiginosa; con algunas de las historias, uno mueve la cabeza y dice "no es posible, eso no pudo ocurrir"; no hay mentalidad que pueda llegar a concebir una barbarie, un horror semejante, y, sin embargo, está documentado, eso ocurrió. Bueno, pues, uno de mis esfuerzos al escribir esta novela ha sido mostrar que eso, efectivamente, ocurrió, no porque Trujillo fuera una anomalía, porque se tratara de un superhombre, o de un superdemonio, sino porque Trujillo era un ser humano, y que lo que hizo posible que él llegara a cometer excesos semejantes fue el poder que acumuló; ese poder tan desmedido, tan desmesurado, que le permitía convertir en realidad, al instante, cualquier capricho, cualquier reacción emocional o pasional, o instintiva, que, desde esas alturas olímpicas en que Trujillo tronaba, inmediatamente generaba una acción. Muchas veces, para complacer a Trujillo -como ocurre siempre con las dictaduras-, los colaboradores, los ejecutantes de sus órdenes, extremaban el celo y aumentaban y duplicaban la violencia y el horror. Desde luego, esto ocurre en todas las dictaduras sin excepción; todas son crueles, todas son corruptas, todas degradan, envilecen al conjunto de la sociedad y dejan luego unas toxinas, unas secuelas duraderas que, una vez que las dictaduras han muerto, siguen gravitando como una amenaza en las sociedades que hacen el aprendizaje de la libertad; ése es otro aspecto que yo quise, también, que apareciese en mi novela.

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