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AULA DE CULTURA VIRTUAL

Transcripción conferencia Mario Vargas Llosa 3

Lo que resulta extraordinario en el caso de Trujillo es cómo todo lo que fue haciendo parecía orientado en una sola dirección: acumular más y más poder. El poder político lo adquirió muy rápidamente y lo hizo crecer, y en pocos años no existía políticamente nada en la República Dominicana sino el Trujillismo, a tal extremo que, en ciertos momentos, cuando la comunidad internacional presionaba demasiado al régimen, él inventaba partidos de oposición, creaba partidos de oposición con gentes que le eran absolutamente adictas; a veces, no sólo uno, sino varios partidos. Él tenía una predisposición muy grande hacia el teatro, hacia la ceremonia, y, muchas veces, la política dominicana adquirió un tono realmente farsesco; por ejemplo, en un momento dado, decidió presentarse como candidato de oposición a una gobernación del país para mostrarle al mundo que existía tal oposición, que el mismo Trujillo podía ser opositor del régimen de Trujillo. Esto parece cómico, y, sin embargo, esa comicidad formaba parte de la realidad dominicana. Junto al poder político, el poder económico: Trujillo llegó a ser dueño, él y su familia, de casi el 50% de la renta nacional, las empresas más eficientes pertenecían a Trujillo, o pertenecían a los familiares de Trujillo, y, de hecho, no había una sola empresa que pudiera ser eficiente sin que Trujillo fuera socio de la misma. Essto era algo que él no ocultaba, era algo para lo que tenía una justificación, y una justificación que, en cierta forma, tiene visos de realidad; su justificación era la siguiente: a una empresa del Estado todos le roban, los empleados, los gerentes, los administradores, no tienen el más mínimo escrúpulo en meter la mano o en portarse mal, en incumplir sus obligaciones, porque el Estado ¿qué cosa es?, el Estado es una abstracción que no inspira respeto, y menos, miedo. Ahora, a una empresa del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, a ver quién le roba, a ver quién se atreve a hacer malos manejos con sus presupuestos, o a incumplir sus obligaciones. Y, en cierta forma, así ocurría, las empresas de Trujillo funcionaban de una manera muy eficaz, las empresas de Trujillo eran siempre exitosas y, seguramente, los gerentes, administradores y empleados de las haciendas, de las fábricas, de los astilleros, los aserraderos, en fin, de los comercios de Trujillo, eran un modelo de organización comercial e industrial. La Hacienda nacional pasó a formar parte, directa o indirectamente, del patrimonio personal de Trujillo. Cuando él quería tener algún gesto espectacular, hacía inmensos donativos con los dineros públicos; unos dineros que, además, el país entero reconocía como suyos. El dinero se convirtió en un extraordinario instrumento de relación entre Trujillo y su pueblo; él andaba constantemente con una cartera llena de dinero en pesos dominicanos o en dólares que repartía en los mítines o en las manifestaciones públicas, pero también entre sus colaboradores más estrechos, entre personas prominentes, entre sus ministros, entre sus parlamentarios; la manera de gratificarlos, de reconocerles los servicios prestados, eran los cheques o fajos de billetes que además entregaba, no a ocultas, sino en público.

Gratificar a sus colaboradores era también alguna manera de humillarlos, era una forma de mostrar públicamente el grado de sujeción en que estos colaboradores se encontraban. Esto podía llegar a unos extremos que a ustedes les parecerán exagerados, fantasía de un novelista, y, sin embargo, no era así. Una de las cosas que a mí más me impresionó en esa documentación que hoy existe sobre la relación de Trujillo con sus partidarios -muchos de ellos, como digo, figuras prominentes- era la imposibilidad de no servir al dictador cuando éste decidía. Se jactaba de haber llevado a colaborar con él a las cabezas del país, y eso es cierto: muchas personas eminentes fueron llamadas a gobernar junto a Trujillo a pesar de que habían sido antitrujillistas o habían hecho esfuerzos denodados para mantener una cierta distancia frente al régimen; cuando Trujillo llamaba a alguien a colaborar no había manera de negarse. Ahora bien, la relación con los ministros era una relación, en muchos casos, indescriptible por lo degradante y humillante que podía resultar. Una de las historias que escuché yo en el año 1975 fue la de un médico, del que me hice muy amigo, que me contó lo siguiente. Cuando él era niño, frente a su casa vivía un ministro de Trujillo, uno de sus ministros más importantes, y él recordaba esta anécdota. Estaba allí un día que no tenía colegio, en la puerta de su casa, y de pronto vio llegar y detenerse, enfrente de ésta, a un auto de lujo del que bajó el generalísimo; entonces pequeño, al ver aparecer la figura del dictador, quedó como encantado, y vio que entraba a dicha casa y que, bueno, permanecía equis tiempo; luego salía y se iba. A la hora de la comida les contó a sus padres, muy excitado, lo que había visto; les dijo que había visto al generalísimo entrar a la casa del ministro por la mañana. Lo que él recordaba de aquel momento era la estupefacción y el horror de sus padres al oirle decir esto, la manera como su padre y su madre le dijeron "no, te equivocas, tú no has visto al Jefe, estás absolutamente equivocado", "cuidado con repetir esto", "olvídate de eso", con tal angustia, con una ansiedad, que él inmediatamente sintió que, sin saberlo, se había adentrado en terrenos peligrosísimos. Es una imagen que nunca se le borró. Más tarde, entendió por qué el terror de su familia y cuál era la razón de esa visita intempestiva de Trujillo a la casa del ministro. Trujillo tenía amores con muchas de las esposas de sus ministros, pero lo terrible es que estos amores parecen en muchos casos haber sido perfectamente decididos por una razón que no tenía nada que ver con el deseo, ni con el amor, sino con el poder. Era una manera de poner a prueba la lealtad de sus colaboradores, era una manera de hacerles sentir quién mandaba y qué sacrificios podía exigir él de ellos. Todo esto parece increíble, literario o cinematográfico; sin embargo, no era así, eso llegó a ser la vida de los dominicanos entre 1930 y 1961.

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