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Conferencia de Dominique Lapierre
y Javier Moro- 3
Dominique Lapierre: Desde luego, cuando el presidente de la multinacional,
Bill Sneath, llegó a Bhopal en un UCC (Union Carbide Corporation),
un avión especial, con su esposa -fueron agasajados con
guirnaldas y demás tradiciones hindúes habituales
de recepción-, no lo hizo con un cuchillo entre los dientes,
dispuesto a explotar el Tercer Mundo, sino preparado para construir
una fábrica de alta tecnología.
Javier Moro: Así es. Y haciendo un inciso, me gustaría
añadir que en la investigación que realizamos,
descubrimos que un tal Eduardo Muñoz, un ingeniero y comercial
argentino, fue el propulsor de la idea de poner la fábrica
en Bhopal. Cuando nos entrevistamos con él, nos contó
cómo tuvo que pelearse con sus colegas norteamericanos
para evitar que pusieran cisternas de almacenamiento de aquel
gas a las puertas de la ciudad. Les advirtió de que eso
era como poner una bomba atómica a las puertas de una
ciudad, y todo lo que le contestaron fue: «no te preocupes,
Eduardo, vamos a hacer una fábrica tan inocente y tan
segura como una fábrica de chocolatinas».
Dominique Lapierre: Bien. Volviendo al presidente de la multinacional,
quería aclarar que fue un hombre que estudió los
productos químicos que tendría la fábrica.
Quería dar una cara humana a la multinacional Union Carbide
y así lo hemos reflejado en el libro, porque no queríamos
hacer un libro polémico, maniqueo, sobre los americanos
que llegan al Tercer Mundo para explotarlo, no, sino contar la
historia de ingenieros de alto nivel que querían hacer
el bien en la India, aunque este bien se transformara en una
pesadilla.
Con respecto al último presidente de la empresa, W. Anderson,
que fue quien vivió la catástrofe, les contaré
que era hijo de un emigrante sueco, que obtuvo el diploma de
ingeniero químico trabajando de noche en la universidad
y que, poco a poco, escaló los peldaños de esta
empresa enorme que tiene 500 fábricas en todo el mundo
y que emplea a más de 150.000 personas. También
él era un hombre bueno que quería dar una cara
humana a esa gran multinacional de la química; sin embargo,
en las paredes de Bhopal, hoy en día, se puede leer: «colgad
a Anderson», porque nunca compareció ante un tribunal
para explicar lo que pasó en la noche del 2 al 3 de Diciembre
de 1984.
Javier Moro: El primer director de la fábrica de
Bhopal, Warren Woomer, un norteamericano, nos contaba el desafío
que supuso encontrarse de repente con 1.000 obreros y empleados
bajo sus órdenes; 1.000 empleados indios de etnias distintas,
de religiones distintas. Nos comentaba, por ejemplo, su dificultad
para obligar a los sik, miembros de una religión del norte
de la India que llevan un turbante, a ponerse un casco de seguridad
-de hecho, ellos están exentos de llevar el casco incluso
en el ejército indio, porque hay una enmienda en su Constitución
que les permite mantener esta peculiaridad-. En fin, que era
absolutamente complicado manejar todo este tinglado de altísima
tecnología con aquel marasmo de gente.
«Menos mal que cuando había algún tipo de
conflicto, al final, llegaba el ara de la química para
ponernos a todos en la misma onda», nos decía, y
es que en Bhopal, a principios de los años 70, con esta
fábrica se hablaba un nuevo lenguaje, el lenguaje de la
ciencia. Era el lenguaje común a todos los indios que
estaban trabajando en la empresa Carbide, los cuales sentían
que su puesto era mucho mejor que el que hubieran podido tener
trabajando para el gobierno, que ya era el colmo. Para ellos,
llevar el uniforme de la empresa era como pertenecer a la más
alta de las castas de la India, porque era una empresa que se
ocupaba de sus empleados, que, por ejemplo, a sus obreros musulmanes
les había dedicado un espacio para que pudiesen rezar
cinco veces al día en dirección a la Meca y a los
obreros hindúes les financiaba el generador para seguir
sus procesiones. Tenía, incluso, un economato y un equipo
de hockey de alto nivel que se llamaba los carbamatos, nombre
de una sustancia perteneciente a la familia de los pesticidas,
equipo que fue el gran campeón de la India durante varios
años seguidos.
Como anécdota, les contaré que Bhopal fue gobernado
durante siglos por generaciones de mujeres que iban vestidas
con la burka, con el chador, como fantasmitas, cubiertas de los
pies a la cabeza, y que, paradójicamente, eran mujeres
muy progresistas. Las Begum fueron las que inauguraron el primer
colegio para niñas que hubo en la India, así como
el París Bazar, un centro comercial donde las dependientas
iban sin velo, lo que permitía que cundiera el ejemplo
entre las señoras pudientes que iban allí para
hacer sus compras. Una de ellas incluso llevó el progreso
de occidente a Bhopal. Decidió transportar el agua del
lago hasta el centro de la ciudad, y quiso que la primera cantidad
recogida llenara la pileta de abluciones sagradas que hay en
la mezquita, para lo que se celebró toda una ceremonia
de inauguración a la que fueron invitados los ingenieros
indios, los administradores británicos, los representantes
del pueblo, etc. Nunca nos hubiéramos podido imaginar
que, un siglo más tarde, aquella noche del 2 de Diciembre
de 1984, esa pila de agua iba a servir para que los habitantes
del centro de la ciudad, que corrían de puro pánico,
que huían de aquella nube de gas tóxico, pudieran
encontrar un poco de alivio, el único, en aquella agua
que lo disolvía.
Dominique Lapierre: Sí. Aquella noche se comprobó
qué consecuencias tuvo el "favor" de la alta
tecnología occidental a la ciudad de Bhopal: una fábrica
situada a 800 metros de la estación del ferrocarril y
solamente a 20 metros de los barrios de chabolas, donde vivían
más de 100.000 personas. Todo un "regalo" era
este templo de la más absoluta megalomanía que
nació con buenas intenciones. Una originaria buena idea
que, por poner un ejemplo, tenía como imagen publicitaria
a un empleado de la compañía, un sik, con un paquete
de Sevin, al que le decían: «con cada rupia que
este pobre campesino indio gaste para comprar Sevin, tú
vas a ganar 5 rupias».
Javier Moro: Un montón de chabolistas fueron a
instalarse a la sombra de esta fábrica esperando conseguir
trabajo, y muchos de ellos lo consiguieron. Hay que tener en
cuenta, también, que toda esta gente procedente del campo
que se instalaba en las afueras de la ciudad iba instalando en
ella sus tradiciones de aldea.
El caso es que el usurero de estos barrios de chabolas superaba,
como se suele decir, la ficción; si hubiéramos
escrito una novela no le habríamos incluido, porque un
personaje inventado se quedaría corto a su lado. Sin embargo,
era más real que la vida misma. Pulpul Singh era un sik
detestado por todos los vecinos, que nos contaban la impresión
que les causaba ver a este hombre escapando la noche de la tragedia.
Dejó completamente tirada a su familia; salió en
calzones y en camiseta, llevando en un carrito un bien más
preciado que su propia vida: la caja fuerte que contenía
las escasas riquezas de los pobres del barrio; un diente de oro
por ahí, una pulserita por allá..., en fin, lo
que le habían dejado en prenda a cambio de un poco de
dinero.
Otro personaje que también parecía de cuento era
"el padrino" de Bhopal, el hombre más temido
por las demás mafias y también por la policía.
Era un auténtico experto en sobornar a la policía,
el mayor traficante de opio de toda la región, el mejor
comprando edificios con inquilinos para aterrarlos, echarlos
y vender rápidamente los pisos. No obstante, este diablo
también tenía su corazoncito: los fines de semana
se dedicaba a llevar a los hospitales a los pobres y desvalidos
de los barrios de chabolas -él vivía en una especie
de castillete sito en una "isla" en medio de la pobreza-,
e incluso se aseguraba de que los médicos atendieran a
tal o cual vecino. Se había hecho famoso gracias a ser
el agente electoral del partido del congreso. Se llamaba Munné
Baba y también era conocido por su pasión: la lucha
de gallos. Aquella noche consiguió salvar a todos los
miembros de su comunidad organizando una evacuación como
lo hubiera hecho un capitán, un general de un ejército.
Eso sí, a la mañana siguiente, descubrió
que su mejor gallo, el que había conseguido ganar todo
el circuito, toda la liga de la India de aquel año, estaba
con las garras mirando al cielo, fulminado por el gas de la fábrica.
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