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Transcripción conferencia
de José Luis García Delgado, Rector de la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo - 2
Por otro lado, desde la comparación
no ya con nuestra propia experiencia anterior sino con la experiencia
de nuestros "vecinos", ineludibles si queremos ser
exigentes con nosotros -si no queremos serlo nos comparamos con
otros-, el resultado es también muy significativo; nada
excepcional para España, ciertamente, pero sí altamente
significativo.
En el XIX, incluso en su segunda mitad,
España pierde posiciones respecto a las potencias económicas
europeas, sobre todo en relación con esas tres grandes
potencias que denotan el crecimiento y la modernización
económica industrial de la Europa occidental: el Reino
Unido, a la cabeza, Alemania, a partir de la guerra franco-prusiana,
y Francia, que se las apaña siempre para tener una velocidad
de crucero importante. En la primera mitad, las pierde y de forma
devastadora casi, pero, en dicha segunda mitad, con ese paisaje
cambiado, nuestro país sigue haciéndolo con respecto
al promedio de las rentas medias por habitantes de esos países.
Ya en el XX, España comienza
a ganar puestos. Si, por una parte, calculamos un promedio de
la renta por habitante de ingleses, franceses y alemanes a comienzos
de este siglo -se dice pronto-, la renta de los españoles
era poco más de la mitad de dicho promedio, como la de
los italianos, aproximadamente, que también estaban en
situación parecida; en cambio, terminamos el siglo cercanos
a un 85%.
A pesar de todo, han pasado cien años
y, aunque nos parezca largo, el mero transcurso del tiempo no
asegura nada; puede garantizar una aproximación, pero
no está clara ni siempre se cumple. De hecho, los españoles
de 1800 vivían, atendiendo a sus rentas per cápita
-medidora, en definitiva, de las condiciones materiales de vida,
del grado de prosperidad-, más cercanos a los niveles,
por ejemplo, de los ingleses, en cuyo país ya se habían
empezado a experimentar las primeras manifestaciones de la Revolución
Industrial. Curiosamente, vivían más próximos
a la prosperidad de los ingleses que los españoles de
1900, aunque, como ya he dicho, en el siglo XIX se pierden posiciones
que se recuperarán en el siglo XX.
Es situación interesante, no
excepcional, ya que esto está dentro de un movimiento
conjunto de la Europa atlántica y centroatlántica,
por una parte, y, por otra, de la Europa mediterránea.
Casi toda esta última zona, cuyo proceso tenemos bien
reconstruido, pierde posiciones respecto a la primera en el siglo
XIX.
Sin embargo, la referencia europea
me interesa por una cosa -se lo repito yo muchas veces a mis
alumnos, cada vez más jóvenes, puesto que la distancia
va creciendo con respecto a cada hornada de estudiantes-: España,
tanto en el XIX como en el XX -distanciándose en el XIX
de los que van a la cabeza y acercándose a ellos muy notoriamente
durante el XX-, no deja de comportarse como un país perfectamente
europeo. Y los más jóvenes dirán: ´¿por
qué insiste usted en eso? 'Claro que somos Europa!'. Yo
-si me permiten este tono confesional- he sido formado en otra
clave interpretativa; lo que se me enseñó en las
aulas universitarias, hace 35 ó 40 años, era que,
para entender la España contemporánea, había
que acudir a modelos distintos de los que se servían para
explicar la mayor parte de los procesos de modernización
europeos; que éramos un caso atípico, anómalo,
una singularidad en el concierto europeo, en definitiva. Y eso
no es así: la reconstrucción de estos índices,
etc, es patrón europeo; y patrón europeo mediterráneo,
lo que nos lleva a que, siempre bajo patrones o siguiendo pautas
europeas, en el XIX, en definitiva, estamos en los márgenes
de fluctuación del crecimiento, en la parte baja, y en
el siglo XX estamos en la parte alta. Los ingleses se mantuvieron
durante mucho tiempo en la parte alta de esa banda de fluctuación
y durante el XX se han colocado en la parte baja; así
que el resultado final es que, en el XIX, perdemos posiciones
y en el XX el término utilizado es "convergencia":
nos aproximamos a los niveles de vida real de esos países
que nos deben servir de referencia porque han sido las grandes
potencias de la industrialización, del crecimiento económico,
de la modernización de Europa óFrancia, Alemania,
Reino Unido, Italiaó.
Y si el caso de España es significativamente
llamativo por lo exitoso en el XX, más lo es el de los
italianos, que estaban como nosotros respecto del promedio de
ingleses, franceses y alemanes en 1900 y, hoy día, un
poco más de la mitad tiene una renta equivalente al promedio
de éstos. Así que el caso de Italia es un caso
todavía más exitoso en el curso del XX que España,
siendo dos países mediterráneos que han avanzado
posiciones de una forma importante.
Como ya he señalado, desde este
primer indicador, el siglo XX ha sido provechoso; mas déjenme
hacer una aproximación un poco más retórica
al mismo calificativo, en cuanto que permite menos la cuantificación
propiamente dicha, sin caer, eso sí, en la autocomplacencia
-porque si es malo el hipercriticismo, como nos lo han demostrado
determinados pasajes de la vida española contemporánea,
peor es la autocomplacencia-, a través de las siguientes
cuestiones: ¿qué es lo que nuestros mayores (y
todavía muchos de nosotros) han concebido como ideal para
el país en el que han trabajado, por el que se han esforzado
y que han querido para sus descendientes?, ¿cuál
sería el panorama que condensaba y resumía, de
alguna forma, anhelos, objetivos, metas de los españoles
de hace un siglo y de hoy día -por lo menos hasta mi generación,
que somos la gente nacida después de la Guerra Civil-?
Pues, desde hace un siglo, con las gentes del Regeneracionismo,
con Costa, con toda aquella literatura que, ya en el decenio
de los 1890 y en el primer decenio de este siglo, enlazará
con toda la generación de Ortega, etc, está eso
que alguien ha llamado, con una expresión que ha hecho
fortuna, la 'agenda de la modernización'. Había
consenso en que existían una serie de metas que podrían
ser significativas, en que el país, en definitiva, había
prosperado, que era lo que se deseaba.
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