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Transcripción de la conferencia
"Cristianismo y Tercer Milenio" de José Ignacio
González Faus 2
Quizá el aspecto más
serio sea el olvido del dolor, del dolor a la hora de hablar
y de pensar en Dios. Gustavo Gutiérrez tiene un librito
sobre este tema que, seguramente, muchos conoceréis Hablar
de Dios desde el sufrimiento del inocente. La filosofía
griega llega a Dios a base de experiencias exclusivamente positivas,
por lo que se construye un lenguaje sobre Dios donde todo es
armónico, todo está claro, todo es positivo. Cuando,
luego, aparecen el dolor y el sufrimiento, viene esa gran pregunta
que se llama la pregunta de la teodicia, ¿cómo
se justifica Dios ante el sufrimiento de los inocentes?, de lo
que Dostoievski y Camus han acusado muchas veces al cristianismo
y demás. Otra vez, curiosamente, el cristianismo viene
de una tradición bíblica donde el lenguaje sobre
Dios no está separado del dolor. Coged los evangelios.
No encontraréis allí ninguna argumentación
de tipo aristotélico que nos lleve al motor inmóvil,
que nos lleve al pensamiento del pensamiento, que nos lleve a
la idea suprema del bien...; encontraréis una gente que
está enferma, sorda, leprosa y excluida, por eso, de la
sociedad, que le echa la culpa de su enfermedad. Desde siempre,
el cristianismo arranca de una manera determinada de hablar de
Dios, hasta terminar creyendo que era Criasto aquél que
dijo ´Dios mío, -por qué me has abandonado?'.
Ya sé que esto no resuelve el problema de la teodicia,
que el problema del mal será no solamente una dificultad
insoluble para unos y otros, sino también un escándalo
para un creyente, pero, por lo menos, hace ver que quizá
el planteamiento ese de que a Dios se llega por la armonía
total, por la argumentación clara, por la positividad,
y luego sale ahí el mal con una objeción insoluble,
no es auténtico. El problema del mal no tendrá
respuesta; no obstante, puede tener unos caminos para soportarlo,
una forma de salir de él. Lo que es indudable es que el
dolor lo tenemos muy presente, aunque tratamos de esconderlo.
Gustavo Gutiérrez, en el libro
sobre Job que he citado antes, al hablar de Dios, del sufrimiento
del inocente, dice, y me parece muy bien dicho -yo lo he repetido
muchas veces-, que mucha de la teología que se hace aquí
en Europa se parece a la que hacían los amigos de este
hombre bíblico. Los amigos de Job se encuentran con su
amigo inocente, sufriendo y sin saber por qué, y les preocupa
más defender a Dios que entender el sufrimiento, que acompañar;
por eso le dicen: ´Tú, si sufres es porque estás
en pecado. Evidentemente, esto es un castigo de Dios', etc. Es
la única teología que tienen. Job, por su parte,
llega a un momento en el que les dice: ´Realmente, sois
unos consoladores inoportunos, porque, al que está allí,
ir a decirle eso...'. Lo que quiero expresar con todo esto es
que mucha de la teología que se hace en Europa es el lenguaje
de los amigos de este personaje, de consoladores inoportunos,
a los que les preocupa más salvar el propio sistema, la
propia ortodoxia sobre Dios, que acercarse al sufriente, aunque
eso les desmonte muchas cosas. Ése es, dicho rápidamente,
el binomio Platón-Aristóteles.
Además de eso, está la
otra pareja, ya señalada en párrafos anteriores,
de Constantino-Carlomagno -no voy a hablarles de sus batallas,
ni de aquellas cosas...-. Hay un libro por ahí, que cité
también el año pasado en la Facultad de Teología,
Constantino contra Cristo, que es un análisis de
todas las veces que, en el mundo del emperador y los teólogos
que están a su alrededor, se habla de Dios. Lo muestra
el autor con infinidad de ejemplos: no existen citas de Cristo
a este respecto para nada, como si tuviéramos otro acceso
a Dios diferente del que nos ha manifestado Él. En el
universo griego se nos acerca a la Figura Suprema como si de
un poderoso titán se tratara, como el Dios de las instituciones
religiosas; sin embargo, el cristianismo óde hecho, ésta
ha sido una de sus grandes revolucionesó nos lo presentaba,
al principio, de manera más humana: como el Dios del amor,
de los vencidos y de las relaciones personales. Con la primera
transformación de la idea de Dios, por la que éste,
como digo, pasa a ser poder sobre todo lo demás, hay una
de las mayores deformaciones sufridas por la doctrina cristiana,
aquel sueño que, según dicen, tuvo Constantino
óyo no sé si lo tuvo o no lo tuvo, pero eso se
cuentaó, en el cual vio la cruz y un letrero debajo que
decía: ´con este signo vencerás'.
La cruz, que es el signo de la derrota
de Dios en este mundo, se ha convertido ahora en el signo de
la victoria, y de la victoria militar, así que no nos
extrañemos de que buena parte de la evangelización
que se hace desde Europa en América latina consista en
´¿Por qué nuestro Dios es el verdadero y
no el vuestro? Porque os hemos ganado la batalla', ni de que,
cuando se convierte Clodoveo con los francos, ocurra, nuevamente,
lo mismo, que Dios sea el Dios del poder. Eso es preocupante.
No nos damos cuenta, nos parece normal, pero aquí hay
algo que no acaba de ser del todo cristiano.
Por otra parte, me gustaría
añadir, para terminar este punto, unas palabras sobre
Europa, entidad enormemente compleja, complicada. Hace poco me
han hecho firmar un libro sobre las raíces del viejo continente,
El cristianismo y la justicia, un análisis de algunos
mitos fundadores surgido de una charla. Lo primero que
piensa uno cuando se asoma a la Historia europea es que empieza
con una guerra mundial y, por el momento, termina con otra. La
Ilíada, el magnífico poema de Homero, es una
guerra mundial concerniente no sólo a griegos y troyanos,
sino también a todos los demás, a gente que acudía,
como reza el poema, de otros muchos sitios. Esta obra muestra
la violencia, el sufrimiento de la guerra, y, aunque acaba estetizándose
ante el dolor, no trata de ser una apología bélica.
Otro de los mitos fundacionales como es La Odisea, que
trata de la famosa epopeya de Ulises cuando vuelve a su tierra
después de la guerra de Troya, presenta óasí
está interpretado por ciertos filósofos; ya no
es mi opiniónó, claramente, al tipo de hombre engañador.
Ulises es el astuto, el que tiene mil
caras y el que, a lo largo de su travesía, consigue gozar
de todos los atractivos con los que se encuentra en el camino
y que, en un principio, eran peligros, zafándose de los
mismos. Es aquello del canto de las sirenas, contra el que lucha
atándose al mástil y poniendo tapones en las orejas
a sus marinos; aquello de la famosa Circe, guapísima mujer
que se acostaba con todos los que pasaban por su casa y los convertía
en animalitos. Es decir, se trata de la política del engaño,
por la que, como digo, astutamente, Ulises va escapando de todos
lo peligros, llevándose las ventajas. Yo creo que, si
miramos la Historia de Europa, las raíces comunes con
este Odiseo son del todo ciertas y comprobables: hoy queremos
librarnos del SIDA manteniendo el mismo libertinaje sexual, hacer
todas las inversiones en Bolsa sin el riesgo de perderlo todo
en un día, etc. Claro que, hasta cierto punto, este mal
puede ser algo muy humano, no sólo europeo, pero, en fin,
dota a nuestro historial de una cierta ambigüedad; ambigüedad
que también se manifiesta en torno a otro gran mito griego:
el de Prometeo. Prometeo es como el héroe del progreso,
que roba a los dioses la técnica para dársela a
los hombres. Júpiter le castiga porque no quiere que los
hombres progresen, y, muchas veces, la idea de algunos cristianos
se parece más, todavía hoy, al Júpiter que
castiga a Prometeo que al Dios de Jesús. La Europa actual
es la del holocausto y, a la vez, la de los derechos humanos.
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