En definitiva, se va produciendo lo
que los puristas llaman cosificación de la mujer ¿Por
qué? Porque se convierte en un objeto propiedad del hombre,
más que en una compañera. Él dispone de
ella cuando quiere y como quiere, y de semejante uso surge, acompañando
a la agresión mortal, la terrorífica expresión
que dice: «tú eres mía o de nadie».
Esa deformación de la realidad acaba contagiando a la
propia víctima, que cree ser posesión de su compañero.
Así, está claro, difícilmente se detendrá
la violencia, que en el mejor de los casos se convertirá
en una presión psicológica tan insoportable como
una paliza.
Buscar una solución es, entonces,
una necesidad urgente, ya que debemos tener claro que la violencia
no desaparecerá por sí sola. La mujer tiene todas
las dificultades del mundo para superar la situación,
puesto que vive asustada. El terror, como decía al principio,
es fundamental para que exista un sometimiento, y ella sabe que
cuando el hombre amenaza, como la mujer cuando besa, amenaza
de verdad. El momento en el que él diga «si me dejas,
te mato» será el de mayor gravedad, y la mujer percibe
y teme su llegada porque si acude a su familia o a las instituciones
en busca de ayuda, no encuentra protección posible. En
el primer caso, si decide aguantar, le recriminarán que
se casara con ese hombre y le recordarán que ya le advirtieron
de lo violento que era, y si decide separarse, entonces será
la responsable de dejar a sus hijos sin padre, de romper su familia.
Por lo tanto, haga lo que haga siempre será la culpable.
Efectivamente, no lo tiene nada fácil
para huir y restablecer su vida después de haber estado
sometida a continuos malos tratos, y si decide hacerlo a pesar
de las dificultades pero no toma las medidas adecuadas, es cuando
se produce, en la mayoría de los casos, el homicidio.
Un poco antes, durante o justo después de la separación
es cuando mayor riesgo hay de que esto suceda, lo que no significa
que la mujer no deba denunciar su situación o decidir
separarse, sino que, al mismo tiempo, debe procurar obtener los
medios necesarios para estar protegida de su agresor. Y para
ello, para evitar que las consecuencias negativas se vuelvan
en su contra sólo por el hecho de haber denunciado su
caso, debe contar con una buena información, basada en
un análisis fiable, y no maniqueo, del agresor en particular,
que en absoluto suele ser el demonio que a veces presentan los
medios.
Esa mitología que nos hace ver
al violento como a un psicópata, a un legionario o cosas
por el estilo no corresponde con la cruda realidad. La mayoría
de los agresores, por el contrario, son hombres normales e incluso
simpáticos en público y tremendamente peligrosos
en privado. Buenos vecinos, compañeros de trabajo, amigos
de sus amigos, pero maltratadores en el interior de su casa.
Así, el verdadero perfil del agresor sería el siguiente:
hombre, varón o de sexo masculino, que viene a ser lo
mismo. Eso significa que realmente no existe un perfil psicológico
para él. Cualquier hombre puede serlo si decide llevar
a cabo la violencia para controlar a la mujer en el seno de su
relación de pareja, luego no hay que buscar en sectores
marginales a ese agresor alcohólico, drogadicto, parado
y/o de bajo nivel sociocultural, porque ésa sólo
es la imagen que la propia sociedad ha querido crear para ocultarse
a sí misma una realidad que quebraría toda una
estructura social: la utilización de la violencia para
someter a las mujeres a la voluntad del hombre.
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