Entrevista de
Iñaki Esteban a Arturo Pérez-Reverte
BILBAO, 4 de mayo de
2000
EL CORREO |
Arturo Pérez-Reverte. |
Iñaki Esteban: Me gustaría saber por qué te
podemos llamar también Ismael.
Arturo Pérez-Reverte: Como en Moby Dick, y como al principio
de la novela, "Podríamos llamarlo Ismael, pero en
realidad se llamaba Coy" -así empieza-, se me podía
llamar Ismael, supongo que como a cualquier lector, cuando uno
ha leído durante toda la vida y ha leído libros
hermosos, y ha hecho eso que hace cualquier lector de verdad
que es proyectarse él mismo en las páginas del
libro que está leyendo; entonces uno ha sido Ismael, y
ha sido Jean, y ha sido Jim Hopkins, y ha sido Acab, y ha sido
todos ellos. Lo hermoso de un libro es que uno puede multiplicar
su vida por mil vidas cuando los está leyendo; entonces,
a la hora de montar esta novela, yo decidí que iba a utilizar
una especie de esquema personal para el protagonista del libro.
El protagonista del libro, como en mi propia vida, recuerda su
vida por tres etapas literarias: una primera etapa que es la
etapa Stevenson, una segunda etapa que es la etapa Melville,
y la tercera etapa, la etapa Conrad. Y en realidad, esas etapas
las viví yo: uno, al principio, es el lector inocente,
es el joven Jim Hopkins que está en la posada del almirante,
viendo a los piratas y a los marinos que van y vienen, soñando
con aventuras; como uno tiene la inocencia que tiene todo joven
y la vida todavía no te ha quitado, ésa, para mí,
fue la etapa Stevenson. Después está la etapa Melville:
te embarcas, sales, empiezas a vivir, te pasan cosas, descubres
que, aparte de aventura, el mar o la vida tienen horror, tienen
dolor, sufrimiento, angustia...; en fin, maduras.
I. E.:
La vida de los puertos, también.
A. P-R.: Claro,
la vida de los puertos, la vida del ballenero, cuando arponeas
a la ballena, y cuando de verdad le ves los ojos a la vida y
a la muerte. Ésa es la etapa Melville, la etapa, digamos,
del hombre adulto, pero todavía hay una tercera etapa,
que es la etapa Conrad, la etapa de cuando Ulises, después
de haber hecho diez años de mili en Troya y otros diez
años de navegación de vuelta a Ítaca, naufraga
20 veces, y desembarca, y encuentra a Nausícaa y se enamora
de esa jovencita, y al mismo tiempo encuentra a Circe; cuando
el héroe cansado, digamos, está de retorno con
todo aquello que ha vivido, que ha soñado, que ha luchado,
con las marcas en la piel y en la memoria, que es la etapa Conrad.
Yo mi vida siempre la dividí en esas tres etapas, entonces,
a la hora de montar la novela, de montar la historia del marino
sin barco de Coy, pensé que era una buena manera de estructurar
la historia, le presté, en este caso -sabes que, nunca,
ningún personaje eres tú. Tú le vas dando
en herencia una pequeña parte de tí a cada personaje
y con eso construyes personajes-, le cedí a Coy esa especie
de biografía literaria personal o sentimental, y así
fue como construí el personaje.
I. E.:
¿Se podría decir que tú has navegado antes
en los libros que en el mar?
A. P-R.:Yo
nací junto al mar, yo nací en una ciudad, como
decía el video de Javier Reollo, donde el mar está
muy presente. Mis recuerdos primeros son yo mismo jugando a la
orilla del mar, viendo pasar los barcos a lo lejos, las velas
por el mar, esos tíos que bajaban de los barcos con tatuajes
y esas mujeres que fumaban y te hablaban de tú en los
puertos; ese mundo tan singular cuando yo me escapaba del colegio,
de los Maristas, al que iba hasta que me echaron, y me iba al
puerto a ver al Piloto y gente así. Entonces, yo me asomaba
al mar pero aún no formaba parte de ese mar, eran los
libros los que me completaban lo que me faltaba, yo leía
y decía "un día me iré por ahí,
un día viviré aventuras y viajes, y a lo mejor
hasta naufrago y desembarco en puertos...", ese tipo de
cosas. Digamos que los libros fueron los que me hicieron pensar
que el mar era un camino, los libros me ayudaron, pero además
me ha pasado siempre -yo creo que le pasa a cualquiera-: cuando
tu vas a la vida, si tienes libros que te invitan a interpretar,
la vida tiene mucho más sentido. Como yo era un lector
precoz, un lector que leía desde muy jovencito, yo sabía
que esos libros que leía me daban contexto, y entonces,
cuando yo me iba al puerto y miraba un barco, yo estaba ya viendo
todo lo que había detrás de la figura de ese barco;
en ese caso, digamos que los libros fueron mi primera navegación,
los que me hacían sentir a bordo del barco. Para mí
no era un mundo ajeno, ese era mi mundo, era un mundo en el que
yo me sentía a mis anchas, y yo sabía que un día
eso sería parte de mi vida, y así fue; de hecho,
cuando yo me fui de mi casa, cuando por fin agarré la
mochila y me fui, pues me fui en un barco, me fui en un petrolero.
I. E.:
¿Hasta dónde?
A. P-R.:Hasta
el Golfo Pérsico fue el primer viaje
I. E.:
¿Esa fue la primera vez que navegaste o habías
navegado ya?
A. P-R.:No,
ya había navegado antes muchas veces; yo tengo muchos
marinos en mi familia, todos marinos mercantes. Ya había
navegado, primero, con la imaginación, después,
con mis hermanos, y cuando, no sé, un día encontrabas
en la playa una madera de deriva, o un pedazo de una estructura
o un palet de esos de madera, en fin, eso era el barco, y soñabas
que naufragabas, y hacía como que me agarraba a mi tronco
y era Ulises. Después, empiezas a navegar con los amigos,
en los balandritos, por allí, a pescar... No hay un momento
en el que diga "hoy me embarco", sino que, de pronto,
un día te das cuenta de que llevas ya un montón
de años metido en eso desde jovencito.
I. E.:
La sensación de aventura que quizá tenías
en tu niñez, en tu adolescencia, cuando ibas en esas pequeñas
embarcaciones, ¿todavía se mantiene cuando sales
a la mar?
A. P-R.:Sí,
sí, lo que pasa es que ahora ya no soy inocente.
I. E.:
¿Estás en la época Conrad?
A. P-R.:Claro,
esa es la diferencia. Entonces, para mí eso era..., me
sentía heroico, yo arponeaba ballenas, y estaba navegando
naufrago, desembarcaba y había un tesoro en cualquier
cala por ahí escondida... Yo me acuerdo, además,
de que hasta enterraba tesoros, y cogía chapas de ésas
de chorizo, las cortaba, las juntaba y las metía allí
debajo, y después iba a buscarlas; lo que hemos hecho
todos los críos, sólo que, en mi caso, el juego
está muy vinculado al mar y a ese entorno que era en el
que yo me movía desde pequeño. Yo era inocente,
ahora es diferente, ahora hay un momento, que es el momento mágico,
que es ver el despertador a las dos de la mañana, o a
las tres, o a la una, te levantas, te lavas, ya está todo
preparado, enciendes el motor, está todo el puerto tranquilo,
no hay nadie, pones los prismáticos, las vengalas, te
pones el arnés, el chaleco, pones el motor, preparas un
café, sales del puerto despacito ... -a esas horas no
hay viento nunca-; ese momento de salir, de dejar la tierra atrás,
de volverte y ver que se van quedando atrás las luces
y el faro, que se van quedando atrás y que delante tienes
oscuridad y el mar abierto, y resulta que estás tú
solo ... -bueno, cualquier marino sabe a lo que me refiero-,
el saber, por fin, que la compleja cadena de eslabones que es
la vida en sociedad se ha reducido a un eslabón que eres
tú, que eres el único eslabón que hay, que
ahora no hay policías, ni abogados, ni guardias, ni políticos,
nadie, estás tú solo y el barco, y que ahora es
tu talento, tu lucidez, tus conocimientos náuticos, tu
imaginación, y tu barco, y el mar, lo que cuenta. Esa
libertad es la única. Fíjate que he dado vueltas
por ahí, por el mundo, y he tenido de todos los colores,
y sin embargo, jamás en mi vida he tenido tanta libertad
personal, tanta libertad intelectual y física como en
el mar, jamás, nunca.
I. E.:
¿Esa libertad solitaria poniéndose frente a un
gigante, frente a una ola de cuatro o cinco metros, tú
en tu embarcación, no da, digamos, no sólo respeto
sino también miedo, miedo físico incluso?
A. P-R.:Yo
en el mar paso mucho miedo cuando estás y, de pronto,
empieza a subir el viento una octava, otra octava, y ves en ese
momento que va subiendo 25, 30, 32, 33, 35, 38; entonces te asustas
de verdad, claro. Lo que pasa es que, bueno, el mar es muy perro
y muy malo, el mar, como decía el Piloto en el video,
es una niña bonita una semana de agosto; el resto del
tiempo es muy perro y muy malvado. Entonces, a lo más
que puedes aspirar es a que el mar te tolere, a que te deje estar
ahí; si tú cumples las reglas, si eres buen marino,
si tienes lucidez, si tienes talento para navegar, si conoces
lo que estás haciendo, el mar te permite estar ahí,
pero, aun así, si quiere, te mata, aun así, dice
"bueno, vale, has hecho todo lo que querías hacer
pero te voy a matar". El mar siempre te puede, aunque la
sensación, al menos, es la de que no me voy como un imbécil,
como un dominguero, me voy como alguien que ha llegado al punto
en el cual tiene que irse, me voy como un hombre cabal que ha
hecho lo que tenía que hacer. Esa sensación de
que sé en qué latitud, longitud, estoy cuando el
mar me mata, ese tipo de cosas, es algo que te hace sentir bien.
Cuando llegas y, después de seis días de navegación,
ves que el faro está donde tú esperabas que estuviera
y que lo has hecho bien, dices "¡diablos, soy marino!";
eso es algo que es muy especial, y para mí eso es lo que
tiene el mar.
I. E.:
Pero siempre tienes que tener un poco en cuenta la precariedad
de la vida, es decir, "lo acabo de hacer bien, pero ahora
puede venir una...."
A. P-R.:Pero
eso ya lo tenía antes. Ten en cuenta que llevo casi 21
años en lugares poco agradables, entonces, ahí
aprendes que la vida es muy frágil, que basta un semáforo
en rojo, una cosita así que se llama bala, un virus, cualquier
cosa, para que, de pronto, todo se vaya al diablo. Ves que arden
bibliotecas, arden vidas, y que arden mundos y ciudades, y países
enteros, y eso te da una sensación de que todo es muy
provisional, de que todo es muy relativo y de que la vida nos
está tolerando un cierto tiempo. Entonces, el mar confirma
eso, el mar, como la guerra, como la vida, para cualquier persona
que sea lúcida ópero, en realidad, entre mar, vida,
guerra, hay muy pocas diferencias para míó, te
da esa certeza de que tú estas aquí de una forma
provisional, relativa, de que son dos días.
I. E.:
Y de que, por tanto, no hace falta ser muy gallito ¿no?
A. P-R.:No,
al contrario, te diría que los gallitos son los primeros
que desaparecen. Una cosa es ser consecuente y otra cosa es ser
gallito ¿no? Está esa especie de humildad personal
e interior, y eso es muy importante. El mar es un continuo recordatorio
de que somos gotitas en un mar eterno y de que la cuestión
es cómo navegas. Si la aventura es como la vida, es ir
de A a B y en el camino de A a B te pasan cosas, ¿no?,
lo terrible es ir de A a B viendo Tómbola, eso
sí que es espantoso, pero si vas de A a B con la lucidez
de quien está navegando, de quien está viviendo,
y dices "son dos días, pero dos días en los
que debo ser consecuente, coherente con las cosas en las que
creo, y defender y amar aquello que amo y cada momento que estoy
vivo", cada copa con un amigo, cada cigarrillo que te fumas,
cada piel que tocas mejor que la tuya, más interesante
que la tuya, cualquier cosa de esas, hace que la vida se justifique;
entonces, cuando llegan los momentos malos dices "bueno,
pues tampoco me he perdido lo bueno". Por resumir de algún
modo, el mar es un lugar donde todo eso es mucho más manifiesto.
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