Turrón, algo más
que miel y frutos secos
La historia de la miel y de
los frutos secos es muy antigua, tanto que podríamos retroceder
a la prehistoria. Siglos después, en civilizaciones como
la hindú, se habla de la miel como producto alimenticio
y remedio curativo.
Centrándonos en Europa, fueron los fenicios los primeros
en traer de Oriente los frutos secos y, también, la caña
de azúcar. Existen estudios en los que se habla de los
egipcios como una civilización muy aficionada al consumo
de aceite de ajonjolí, sobre todo las mujeres, que comían
una especie de golosina compuesta de miel y orujo de sésamo.
En la dominación árabe, los datos se concretan.
Los sarracenos y los hebreos también denominaban el producto
de una manera concreta. En un estudio realizado por el erudito
jijonenco Fernando Galiana, éste especifica que los árabes
llaman al actual turrón, alajun y los cristianos, jalba.
Durante la Reconquista se divulga el consumo de algo semejante
al turrón, sobre todo en el área levantina y, según
parece, los etimólogos apuntan que la palabra turrón
proviene del vocablo torrat: una mezcla compuesta de miel y frutos
secos, que se ponía directamente al fuego hasta conseguir
una masa consistente, fácilmente manejable. En ciertos
documentos catalanes fechados en el siglo XI, aparece esta palabra
junto a otras como bunboils (buñuelos) o nougat (equivalencia
francesa al turrón), pudiéndose asegurar que en
el año 1200 era conocido el producto por ese nombre, y
en el 1300 ya era utilizada su denominación con normalidad.
Levante español y Cataluña
Si nos centramos en el origen geográfico de la denominación,
parece ser que el origen del turrón se concreta en el
Levante español y Cataluña, fundamentalmente, en
la actual Girona. Los investigadores constatan que muchos apellidos
catalanes incorporan la palabra torrat al provenir aquéllos
de las actividades profesionales que desarrollaban sus propietarios.
A partir del año 1100, la elaboración del turrón
fue un complemento a la economía familiar de los agricultores
que comercializaban almendras, avellanas y otros productos secos
en un clima mediterráneo, ideal para ello. Desde entonces,
siempre han existido familias que en épocas navideñas
vendían sus productos lejos de sus hogares. Esto nos traslada
de Girona a Alicante, puerto comercial construido en torno a
una bahía que fundaran los romanos en el año 200
a.C.
Dicen los entendidos que en el Alicante del siglo XIV había
una total libertad para ejercer cualquier trabajo y es, precisamente
en esta época, cuando se organizan y asientan las agrupaciones
profesionales. Por aquel entonces, existía una competencia
entre turroneros, propiamente dichos, y aquéllos que no
disponían de obrador, pero que vendían turrón
como si lo fueran. Consecuencia de este pequeño rifirrafe
entre obradores de Alicante, los de Jijona sacaron partido. La
situación geográfica de la ciudad, cuyos difíciles
accesos complicaban las inspecciones que imponía el poderoso
gremio valenciano a los turroneros alicantinos, propició
una disminución de la venta en beneficio de los jijonenses,
que producían tanto el típico turrón blanco
como de otro tipo.