La noble mandarina
Carmen Otaegui
Los productos cítricos
comprenden cuatro grandes familias: limones, pomelos, naranjas
y mandarinas. Estas frutas han sido siempre ensalzadas por su
aporte vitamínico, su sabor y su importancia en la cocina.
Y en España, también por el comercio internacional
que representan, pues son una gran fuente de divisas: alcanzan
el 15% de las exportaciones agroalimentarias. De ellas, es la
mandarina la que llega primero a nuestros mercados, tras su ausencia
estival.
Considerada como el cítrico más afín a la
naranja, tiene forma casi esférica, corteza lisa, o algo
rugosa, y un dulce sabor ligeramente ácido. Destaca su
contenido en bromo, un componente conciliador del sueño,
lo que la hace un postre muy adecuado para la cena. Posee de
ocho a doce gajos, con un sabroso jugo y piel muy suelta, por
lo que resulta fácil y cómodo pelarla.
Molestas pepitas
Proveniente de Conchinchina, de donde pasó a China, el
nombre de mandarina lo debió de poner algún dignatario
chino, en alusión a su color, que era semejante al traje
que llevaban los mandarines, los altos gobernantes de aquel país.
Mandarina dícese también de la antigua lengua sabia
de China. Era tan estimada, que le dieron un nombre botánico
y nobiliario: citrus nobilis.
Los portugueses, que la conocieron en el Extremo Oriente, la
trajeron a España y Portugal y la llamaron mandario. Su
cultivo se extiende por todos los países de clima propicio,
pero, en este momento, los principales productores son Israel,
Argelia, Marruecos, Sudáfrica, China, Estados Unidos y
España.
Es pobre en azúcares, pero su contenido en agua es mayor
que en el resto de los cítricos. Posee una importante
cantidad de vitamina C, siendo su aporte calórico del
49%, algo menos que el de la naranja, que de un 61%.
La mandarina popular tiene un inconveniente, que es el exceso
de pepitas. Pero hay variedades como la satsuma y la clementina,
que carecen de semillas. La primera apareció en Japón,
después de varios cruces con otros cítricos y desprende
un fuerte aroma. La clementina nace de la unión de una
naranja con una mandarina, realizada en Argelia por un sacerdote
llamado Padre Climent.
Gastronómicamente, es excelente, pues, además de
su consumo natural, permite preparar sorbetes, tartas, zumos,
macedonias, mermeladas, licores... La temporada de las variedades
de mejor calidad puede durar hasta bien entrada la primavera.
Así nos lo recuerda el refrán: «cuando acaba
la buena mandarina, el verano está encima». Ahora
nos espera en el mercado rica, jugosa y olorosa.