Peras
Carmen Otaegui
Existen diversas clases de peras durante todo el año.
Bajo los diferentes tonos de su piel se esconden diversas texturas,
sabores y perfumes. Por ejemplo, en los comienzos del verano
aparece una pequeñita llamada pera de San Juan. A medida
que avanza la estación se afianza la pera limonera, de
gran venta en el mercado. Son también muy solicitadas
la Ercolini, amarilla y delicada, la blanquilla verde y muy jugosa,
la Tendral, la Duquesa Y, a finales del otoño, adquiere
gran relevancia la Passa Crasana.
Italia es el primer productor de pera, seguido de Francia. Sus
mejores variedades son la Decana del Comicio y la Conferencia,
de deliciosa carne rosada. En España son varias las comunidades
que han apostado por el cultivo de esta última variedad.
«Peras cuántas quieras», dice el refrán.
Y es que es un alimento muy digestible. Contiene mucha vitamina
C, sales minerales, nada de grasa, apenas proteínas y
mucha agua, lo que la convierte en una fruta muy refrescante.
Originaria de Oriente Medio, parece que ni los hebreos ni los
egipcios las consumieron. Pero en el mundo romano, la pera hacía
las delicias de los glotones ya desde antiguo y se cuidaba el
peral con especial celo: «Injerta tus perales, tus herederos
recogerán el fruto», aconseja Virgilio en Las Bucólicas.
Catón enumera seis variedades y Plinio cita nada menos
que cuarenta, señalando que había peras que pesaban
hasta una libra y se reservaban para la mesa de los patricios.
Por tanto, no es de extrañar que la difusión del
peral por Europa se produjese por medio de los romanos.
Así se comprueba que en todos los idiomas europeos ha
conservado, con escasa alteración, el nombre latino de
pira. Crudas, plenamente al natural, son una maravilla. Y si
se quiere lucir, pueden presentarse con muy poco trabajo al vino
tinto. Es una delicia de postre.
Al vino tinto:
Se pelan las peras (tienen que ser de cocer) y, sin quitarles
el rabito, se ponen en una cazuela al fuego con un litro de un
buen vino tinto, un litro de agua, un cuarto de kilo de azúcar
y media rama de canela en palo. Se deja cocer una hora a fuego
suave. Cuando se vea que están bien hechas, se retiran
y colocan en una fuente. El resto de la cazuela, es decir sin
las peras, se deja cocer hasta que la mezcla quede cremosa. Y
con ella se rocían las peras. Se sirven templadas.