Semana del 16 al 22 de septiembre de
2006
Culto al toro
JESÚS LLONA LARRAURI
El culto al toro es uno de los rasgos
fijos de la cultura mediterránea, incluso en
la mesa. Allí donde hay feria, el rabo de toro
se ha convertido en especialidad gastronómica.
Y el secreto de estos platos es sencillo: hay que conseguir
que aflore la gelatina que tiene la pieza y lograr que
la carne quede tierna hasta separarla del hueso sin
esfuerzo alguno, acompañándola de verduras
y un toque de vino. Sin embargo, las reses de lidia
son carne roja como ninguna, de sabor masculino, fatigadas
y mal sangradas, cargadas de ácido láctico,
y hace años se quedaron en oferta: hospitales
y centros benéficos. Ahora, en cambio, son culto
de restaurantes de postín de la mano de los maestros
de la cocina.
Desde el punto de vista carnicero, el
bovino de carne es en la tipología zootécnica
moderna un animal favorable a las oxidaciones lentas,
con buena cobertura de grasa, preparado para su final
en la carnicería. El toro de lidia, en cambio,
corresponde al tipo respiratorio, con rápidas
oxidaciones a las que se ha acostumbrado en el campo,
largo y magro, con destacado morrillo y predominio del
cuarto anterior, poco adecuado para el consumo aunque
la carne sea excelente.
Las reses que se destinan a carne necesitan un descanso
previo al sacrificio en el matadero, lo que se llama
dieta, y una rápida y exhaustiva sangría.
El toro de lidia, por las circunstancias del juego taurino,
tiene una actividad física prolongada en el ruedo,
lo que descompone las tres condiciones básicas
que debe tener una carne de consumo: sana, sabrosa y
de buen aspecto. Se queda casi siempre con la primera,
y aunque pudiera alcanzar la segunda, nunca llegaría
a la tercera.
La carne de toro o de novillo es ideal para preparar
el ragout, nombre genérico que se utiliza para
designar cualquier estofado, guiso de carne, pescado
y caza. Tiene como base la transformación en
gelatina de los tabiques fibrosos, tan abundantes en
muchos músculos. En el asado, la carne sufre
una coagulación de la albúmina, que toma
costra y con ello impide la salida de los jugos.
Cuando se hace en la parrilla o el asador, como es el
caso de los chuletones o Villagodios, o el solomillo,
la acción del fuego produce una ligera carbonización
a las grasas y una caramelización de las gelatinas
hasta conseguir un grato sabor ligeramente amargo y
dulzón. Al final, la carne, aunque sea una modesta
falda de tercera, queda de primera.
El toro no es un animal sino un tótem, y por
ello acabamos comiéndolo. Antonio Gala, de reconocido
amor a los animales, ha escrito: «Al toro lo alimentamos,
lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos,
lo aplaudimos o lo pitamos; después de su muerte,
lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos, lo
musicamos y lo pintamos».
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