Dicen que el origen de este plato se sitúa en la costumbre que tenían los guerreros tártaros que, para ablandar la carne, la ponían bajo su silla de montar y así, al cabo de unas horas de cabalgadura, esta quedaba machacada y comestible. Sobre una rebanada de pan se pone carne cruda de solomillo que en esta ocasión se enriquece con trufa alavesa. Una delicia.
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