Las sensaciones del vino
La primera bodega adaptada
para cubrir las necesidades de discapacitados visuales
abre sus puertas a un grupo de
aficionados a la enología de la ONCE
FERNANDA DOMÍNGUEZ
 |
Más
información
ONCE, La Rioja, con Rafael
Serrano.
T 941 270 172.
|
Las bodegas en las que se guarda y elabora
el vino siempre han sido un universo de sensaciones
que entraba por los ojos y se desbordaba por los otros
sentidos. Poder ver se suponía una
condición necesaria para andar por sus instalaciones
y apreciar sus cada vez más audaces formas arquitectónicas.
Ya no. La vanguardia rompe barreras y se adentra en
la tierra para conformar nuevos espacios. Y también
conceptos. ¿Un invidente es incapaz de percibir
los secretos que envuelven los diferentes procesos de
elaboración del vino?
Escenario: Viña Real, en la Rioja alavesa, distinguida
recientemente por acomodar su bodega al uso de invidentes.
Protagonistas: un grupo de discapacitados visuales de
ONCE-La Rioja; más ansiosos que temerosos por
probar una experiencia pionera en España. Ensayo
general: un sábado de julio, se abren las puertas
Sabían que no debían perderse
ningún detalle. Iban a conocer a través
de sus manos la gigantesca tina de cedro rojo y los
túneles perforados dentro del cerro, que, según
les habían explicado, compagina la tecnología
punta con el tradicional cuidado de la uva. Hace apenas
unas semanas que esta bodega recibió el galardón
del Cascabel de Oro por poner rótulos
y placas especiales en braile e infogramas en relieve,
que permiten a las personas invidentes que nunca antes
habían estado en una bodega familiarizarse con
los procesos y áreas por donde pasa el vino;
así como con la forma y el diseño de la
bodega en sí.
Eliminar barreras
«La
ley de Accesibilidad no discrimina ni a los que ven,
ni a los que ven poco o no ven», apunta Ruth Azosra,
miembro del colectivo Due Braille, que asesoró
el proyecto de señalización que llevó
a cabo la Compañía Vinícola del
Norte de España (CVNE) en su bodega. Eliminar
barreras físicas fue la principal acción
que desarrolló CVNE antes de comprometerse a
concertar la primera cita con el grupo de la ONCE. «Es
verdad que un invidente percibe los obstáculos
un metro o antes, pero necesitamos referencias. Lo peor
que puedes hacerle a una persona ciega es cogerle tú
y llevarle por delante, porque los enfrentas al vacío»,
comenta Claudio Congosto, afiliado a la ONCE en el País
Vasco.
El camino a través de una bodega es un recorrido
por distintas sensaciones que pueden apreciarse perfectamente
sin necesidad de encender la luz, con sólo pasear
las manos de un sitio a otro y prestar atención
a las respuestas del cuerpo. Así, observando
a estos visitantes, se descubre que captan las diferentes
temperaturas, los olores particulares que invaden la
bodega y los tactos: el cuerpo frío y vibrante
de las tinas, la humedad intensa en el calado, la leve
aspereza de las barricas, hasta el calor vivo del vino
en la garganta. «Tira palante que no tenemos
ningún problema», observa divertido uno
de los discapacitados a su compañera mientras
se desplazan, seguros, moviendo sus bastones.
Viña Real tendrá que acostumbrarse a recibir
a los fieles perros lazarillo que, como
Reto, el primer labrador que visita la bodega,
acompañan a sus amos en cada una de las paradas
imprescindibles del vino. Dicen que conviene ir para
rescatar las sensaciones atrapadas en la memoria. Así
le ocurre a Manuel Moncayo. «Trabajé muchos
años en una bodega. Les tengo mucho cariño,
me encuentro ahora emocionado», confiesa mientras
sostiene su bastón dentro de la sala de barricas,
la más fotografiada de todas por sus moderna
estructura, que le valió el primer puesto en
la feria de Expobois celebrada en Francia en 2004.
Da la impresión de que su techo se inclina hacia
el centro, un efecto óptico que se produce por
su diseño arquitectónico. Pero, esta vez,
los visitantes de la sala de barricas no están
ahí para sacar fotos. La iluminación no
es para ellos un factor determinante. Ni la oscuridad
un enemigo. La imaginación, más poderosa
que la vista, gana terreno a la necesidad de apreciar
con los ojos el decorado.
El singular trayecto también brinda a las personas
que nunca antes habían estado en una bodega la
oportunidad de percibir y familiarizarse con nuevas
sensaciones. Soraya Díez lo sabe. Entusiasmada,
no pierde la oportunidad de recrearse con las texturas.
Lo quiere tocar todo. «Aquí me siento muy
a gusto, muy cómoda», revela la joven.
Nuria
Rota es la que pone voz al periplo, de hora y media
de duración, que tiene precisamente como objetivo
que las personas se recreen palpando lo más posible.
«Para elaborar el discurso me he servido de un
guión en la cabeza, he intentado hablar lo más
despacio posible y ponerme en situación. También
ha sido fundamental disponer de los paneles en braile.
Ha sido una experiencia muy buena, espero que se repita
muchas veces», explica. El tono claro y el volumen
apropiado con que maneja su voz son claves para que
los invidentes logren retener en sus sentidos todos
los detalles posibles. En el túnel de calado,
el polvo en las botellas apiladas pasa de ser una extraña
sensación táctil a generar exclamación
de sorpresa cuando Nuria detalla que hay tres millones
de botellas, unas sobre otras.
El grupo de la ONCE llega al final del recorrido con
las mismas ganas de saborear los secretos
del vino con los que comenzó. Les aguarda un
Viña Real crianza 2002, tinto o blanco el
color no es importante cuando lo que prima es el paladar.
Con la copa en la mano, rodean el aroma con la nariz,
sienten su tacto, su forma, su peso. Comparten sus impresiones
y, sólo entonces, se disponen a probarlo como
los amantes de la enología que son. Muchos no
dejan escapar la oportunidad de disfrutarlo con una
delicia artesanal traída desde casa. Chorizo.
Es de Delia Cabezón y Maria Luisa Jalón.
Las dos amigas se justifican: «No hay nada mejor
que un buen chorizo y un buen vino, como si estuviéramos
en La Rioja».
Caldos con corazón
Existe
una medida para determinar los colores, pero no para
la infinidad de gustos y aromas. Por ello, la experiencia
de la cata es personal, subjetiva. La degustación
más conocida es aquella que tiene como primer
paso inclinar la copa sobre un fondo blanco. La intención
de este gesto consiste en observar la intensidad del
color del vino, ya que, a través de la vista,
se pueden determinar la edad, longevidad, densidad,
fluidez, movilidad, matiz... La cata es un recurso que
ayuda a apreciar por los sentidos todas las cualidades
de un caldo. Hay varios tipos: técnica, analítica,
comercial, horizontal y vertical. Todas estas pruebas
incluyen tres fases: visual, olfativa y gustativa. Pero,
además, hay una forma de catar poco conocida,
que es la que traslada la experiencia personal a una
compartida. Ésa es la que se emplea en el método
sensorial.
Para hablar de los inicios de este singular procedimiento,
hay que adentrarse en el espacio mismo de la vitivinicultura,
cuando el enólogo José Antonio Tomás
Palacios se reencuentra con su amigo y compañero
de profesión Francisco Peña, quien ha
quedado repentinamente ciego, lo que no le impide seguir
practicando el arte de elaborar caldos a pequeña
escala. Los dos colegas, con la ayuda de la Facultad
de Enología de la Universidad de La Rioja, logran
desarrollar un método de cata basado en la sensibilidad
sensorial, gustativa y olfativa, amplificadas por la
ceguera.
La técnica permite detectar de forma prematura,
a través de la cata y al ritmo de los acontecimientos
enológicos, las posibles desviaciones en la elaboración.
¿Por qué? Para así poder encaminarlo
hacia una evolución correcta y positiva antes
de que sea demasiado tarde. A la vez, permite tomar
las decisiones oportunas que ayudan a obtener una mayor
riqueza aromática. El ejercicio consiste en tratar
de reconocer las desviaciones fermentativas, es decir,
los restos de los compuestos químicos que se
añaden a los vinos, y bajar progresivamente los
umbrales de sensibilidad; la cantidad mínima
detectable de una sustancia reconocida.
El método de elaboración sensorial se
adapta perfectamente a las personas ciegas, gracias
a que pueden llegar a adquirir bajos umbrales de percepción
olfativa y gustativa que no podrían ser posibles
sin su gran capacidad de memoria. A continuación,
todas las decisiones que se tomen en la bodega se harán
por la cata. Así, los procesos de trasiegos,
descubes, temperatura de fermentación, mezclas
y coupages se valoran sensorialmente para
después aplicarse a la práctica. La diferencia
con las máquinas que las bodegas industriales
utilizan consiste en que éstas necesitan unos
umbrales de sensibilidad más altos para poder
detectar las desviaciones.
Este método lleva desarrollándose seis
años en la Universidad. Fue en 2004 cuando se
dio la primera añada de Francisco Peña,
de donde surgieron unas botellas oscuras con etiquetas
naranjas y negras escritas en braile y dirigidas al
público en general: el LazarusWine. Entre mayo
y julio de 2006 se han formado en las intalaciones de
la ONCE de La Rioja una veintena de alumnos, bajo la
tutela del enólogo Gonzalo Gonzalo. En la fase
inicial del curso adaptado, los discapacitados visuales
aprenden viticultura, enología y cata. Dos o
tres, los más aventajados, continúan descubriendo
este mundo a través del método sensorial
y pasan a la bodega donde se elabora el LazarusWine.
Gonzalo abre la invitación a todos los afiliados
de la ONCE, y también a los no afiliados, que
quieran formar parte de esta experiencia. «El
objetivo final es aumentar la autoestima y, por supuesto,
pasarlo bien», avanza.
|