«Ese aroma poderoso de la trufa, ese perfume bravío que las caracteriza, su personalidad única, no se logran más que en plena libertad, lejos del hombre y de la civilización». Esta sentencia definitiva y certera la escribió don Julio Camba, ese gallego cachondo que se bebió la vida de un trago y gozó con los asuntos del comer. La trufa fresca tiene algo de atávico y de pura magia, su recolección siempre estuvo rodeada de misterio y su interior concentra el bosque en escasos centímetros. Ahora mismo despliega todo su esplendor la trufa de verano que, exteriormente, al igual que la de invierno, es oscura y rugosa mientras que su interior muestra un color avellana claro. Se trata de la Tuber Aestivum, de suave olor a malta y con un sabor peculiar en el que se adivinan también los frutos secos. Es menos poderosa que la de invierno pero igual de sutil y principesca. Los amigos de Trufas Frescas te las ponen en casa en un abrir y cerrar de ojos, ejemplares bien hermosos que recolectan con la ayuda de perros adiestrados. Laminada en lascas coronando unos huevos revueltos o fritos o sobre una pasta son el despelote total.