Escuchas ‘alfajor’ y sabes que la criatura destila tufo moruno por sus poros. Acudan al diccionario y descubran que viene a ser una rosquilla de alajú, en una de sus acepciones. ¿Y qué demonios es el alajú? Pues más o menos una pasta de almendras, nueces o piñones, pan, especias finas y miel bien cocida. ¿Se les hace la boca agua? Recién probamos un praliné de alfajor rellenando unas minúsculas tejas y casi morimos de gozo. Las manufacturan en Montilla, en la confitería y pastelería Manuel Aguilar. Las tejas, elaboradas con almendra, azúcar, huevo y mantequilla, son de un crujiente espectacular, y el praliné las convierte en un pecado capital, con ese regusto a turroncito del bueno pero sin empalagar. No dejen de probar los alfajores finos, una especie de bombón rectangular y pringoso elaborado con azúcar, almendra, canela, ajonjolí y clavo, puro néctar imperial.