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Gente luchadora
Rafael García Santos
El objetivo se alcanza: el cliente come bien, se siente tratado con estima y le cobran un precio razonable. Expectativas cumplidas. La sopa de mango, melón y menta con mariscos es deliciosa, refrescante, liviana, exótica y hasta tiene algunos estímulos carnales. ¿Qué más se puede pedir? Otro acierto radica en la fina coca de gambas, tomate confitado, piñones, sésamo con ensalada de lolo rosa; gustosísima en su conjunto. El arroz cremoso de pulpo, almejas y setas es, quizás, la formulación estrella, por aquello de que el guiso del cereal compagina naturalidad y suculencia, preservando plenamente la identidad del cefalópodo y el marisco, que aparecen como ingredientes principales coronando la gramínea que les sirve de soporte. En cuanto a pescados, algunas recetas clásicas atestiguan buen tono, como el rubio sobre salsa de ajos confitados con cordón de aceitunas negras, además de patatas torneadas y cebollitas caramelizadas. Y el platillo de conejo con gambas y setas, que está fenomenalmente planteado, resulta muy convincente, pues ninguno de los protagonistas pierde un ápice de su identidad. Por supuesto, no todas las construcciones están bien concebidas y resueltas. Es el caso del crujiente brick estándar de huevo espumado con caviar de trucha y crema de erizos, aunque esto ocurre hasta en las mejores casas. En fin, un proyecto que va asentándose y del que puede esperarse que consolide la notabilidad.
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Bernat Harster y
Ana Martín han logrado algo absolutamente meritorio: coger
un restaurante fracasado y hacerlo triunfar. Son jóvenes
a quienes distingue el trabajo, la constancia, la meticulosidad,
la ilusión y las ganas de ser. En tres años han
conseguido mucho, incluso la notabilidad, con un estilo ecléctico
de cocina que ofrece propuestas muy diversas, pero con el denominador
común del producto, la técnica y la laboriosidad,
además de un relevante sentido del buen gusto.