Semana del 29 de septiembre al 5 de octubre
de 2007
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Una receta
Lavar muy bien las setas para eliminar los rastros
de tierra, escurrirlas y trocear. Picamos el ajo
y la cebolla y los rehogamos en una sartén
hasta que estén transparentes. Añadimos
el jamón y removemos el conjunto a fuego
alegre. Bajamos el fuego y añadimos las
setas, que se cocinarán destapadas durante
diez minutos. Añadir la harina, la leche,
la sal y la pimienta, que se cocerán hasta
que se espese. Batir los huevos y dejarlos al
fuego dándoles vueltas sin parar hasta
que estén cuajados.
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Un paseo por el bosque
La preservación de
los aromas de los hongos resulta fundamental para sacar
partido a un producto cuya temporada llama a nuestras
puertas
RAFAEL GARCÍA SANTOS
Qué tiempos aquellos en que comíamos
marmitako, condumio que en los últimos años
ha quedado relegado a un segundo plano gastronómico.
Vamos, que quizás se siga papeando en la privacidad
del hogar o adorne la mesa corrida de un txoko o una
sociedad gastronómica. Sin embargo, en los restaurantes
de postín ya no se ofrece, quizás porque
se le dé la consideración de un rancho
de patatas ilustrado con unos pedazos de bonito o atún
con el que ahitarse. Sea por los motivos que fuere,
el marmitako en la cocina profesional ha quedado reducido
a una salsa y/o una guarnición integrada que
sirve de soporte o complemento a un buen pedazo de túnido,
que ocupa el centro de la vajilla.
Algo parecido sucede con el revuelto, que tampoco tiene
prestigio social. Parece relegado a tabernas, casas
de comidas, mesas rústicas y ancestrales... Y
no será por asunto del huevo, que a baja temperatura
está en todas las cartas, desde las que cobran
40 euros por comensal a las que tarifan 150, pasando
por los distintos niveles intermedios. Por supuesto
que existen huevos de gallinas que comen maíz
y viven en libertad, pero no llegan para abastecer a
10 restaurantes de una provincia. Para qué nos
vamos a engañar.
Se plantea la duda de si la depreciación del
revuelto se fundamenta en que no se valora gastronómicamente
el huevo o, acaso, porque no se valora su tratamiento
técnico. Sea por una u otra razón, lo
cierto es que el revuelto de setas tiene hoy la consideración
de pitanza más que de exquisitez culinaria. Y
esa es la nueva realidad, como sucede con el marmitako,
independientemente de que existan excepciones encomiables.
Es el caso del revuelto de perretxikos o sisas del Etxebarri,
elaborado con huevos propios y sacado en un punto de
cremosidad que para si hubiera querido lograr el mismísimo
Augusto Escoffier. Siempre estará la incógnita
de conseguir un punto de hechura optimo del hongo en
un revuelto. No es fácil, pues resulta más
sencillo si se prepara en solitario.
Posibilidades
Y aquí caben distintos criterios. En cualquier
caso, el éxito de la ejecución implica
preservar en todo su esplendor los aromas silvestres
y los jugos sápidos. Por tanto, aquella vieja
teoría de que suelte su agua, que se evapore,
va en detrimento de las fragancias boscosas, de su gusto
silvestre y de su textura carnosa. El hongo cortado
en fino y crudo en ensalada muestra su manjarosidad
inmaculadamente. Salteado unos instantes, o a la plancha
vuelta y vuelta, tiene la potencialidad que le aporta
el calor, siempre que la hechura sea comedida.
En papillote, en una estancia ajustada, preserva a las
mil maravillas sus aromas. Todo vale siempre que no
se guise y que no se entremezcle con otros ingredientes,
pues perderá sus cualidades intrínsecas,
para terminar incurriendo en una gustosidad con menor
definición.
El hongo admite todo tipo de compañías
y todo tipo de papeles. Ingrediente principal, salsa,
sopa, guarnición, realce... Una pasta al aceite
de oliva con cualquier marisco y cubierto de un carpaccio
de hongos, tomando las láminas el calor de los
espaguetis o macarrones, representa un primor de la
naturaleza. Más aún las lascas crudas
y trozos hechos en distintos cortes y tiempos nadando
en un licuado gelatinizado y tibio del propio hongo.
Un paseo por el bosque, esa es la sensación que
ha de reproducir un gran plato de hongos.
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