POR JOSEP PIQUÉ. Diputado por el PP en el Parlamento de Cataluña.
El Tratado de Roma dio origen a lo que hoy denominamos construcción europea. Y en estos cincuenta años se han dado pasos trascendentales impensables en la perspectiva de lo que ha sido la historia de Europa desde hace siglos.
Europa ha sido siempre escenario de confrontación, de guerra, de lucha por la hegemonía entre potencias que se disputaban no sólo el dominio en el continente sino en buena parte del mundo. Un dominio político, económico, sobre las materias primas, militar, cultural... En definitiva, una disputa sobre el dominio estratégico del planeta conocido.
Y en esta interminable confrontación, las diferentes potencias europeas han ido sucediéndose en su afán hegemónico: España, Francia, Alemania, el Reino Unido, el Imperio Austro-Húngaro, Rusia, el Imperio Otomano... La Primera Guerra Mundial es, probablemente, la expresión más sofisticada -y cruel- de esa cruenta historia. Y también del progresivo desplazamiento de Europa del centro de gravedad del planeta. La Primera Guerra Mundial es, en gran medida, una lucha por el dominio colonial del mundo. Desde Europa. La culminación de una visión eurocéntrica de los grandes conflictos geoestratégicos.
El período de entreguerras, con la emergencia de los totalitarismos -fascismo y comunismo- que son un fenómeno fundamentalmente europeo, no puede impedir la aparición evidente de potencias mundiales extraeuropeas: EE UU, Japón, y también, en cierto sentido, la Unión Soviética. Pero Europa sigue siendo el centro del mundo. Y el origen de la confrontación bélica más cruenta de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. Pero los escenarios del conflicto ya no son sólo estrictamente europeos. África, Oriente Medio y, sobre todo, el Pacífico cobran una importancia trascendental. Y ahí empezaron a cambiar muchas cosas.
El desenlace de la guerra permite visualizar la aparición de un mundo bipolar en torno a los EE UU y la URSS. La Guerra Fría, la destrucción mutua asegurada, el equilibrio del terror... Y las antiguas potencias europeas diluidas en ese nuevo escenario. Pero Europa sigue siendo trascendental: es el teatro básico del conflicto bipolar. Estratégicamente imprescindible. Hasta la caída del Muro de Berlín. Y luego, después del 11-S.
Mientras, Europa, si se me permite la expresión coloquial, hace lo que puede y saca pecho. Y hace algo muy importante: el Tratado de Roma y la construcción europea como un espacio común de libertad y de prosperidad. Y lo plantea, desde el principio, como un proyecto político: jamás volverá la guerra al escenario europeo. Y la aproximación es estrictamente pragmática: la economía, el mercado común, los intereses compartidos. A la política desde la economía.
Y Europa hace muchas cosas: de 6 a 27. Del Mercado Común al proyecto político de la Unión Europea. Del euro a la política de seguridad y de defensa común. Impresionante. Para España espectacular. Europa ha sido y es nuestro referente básico, nuestro horizonte y nuestro acicate imprescindible. Y nuestro colchón. Sin él no podríamos sostener, por ejemplo, nuestro déficit exterior, reflejo, por otra parte, de nuestra pérdida de competitividad. Le debemos mucho a Europa.
Y Europa ha sabido ampliarse al Atlántico, al Báltico, al Mediterráneo, al Este, y no ha fijado todavía sus fronteras... Ha sabido ampliar sus competencias, su contenido político... Pero el mundo va...
Y el mundo tiene su centro de gravedad lejos de Europa. Cada vez más. En el Pacífico y en el Índico. Y nuestro papel va a ser progresivamente más periférico. Y si aceptamos el tópico de que China va a ser la fábrica del mundo e India las oficinas y, de momento, EE UU la potencia hegemónica a nivel estratégico, el papel de Europa puede reducirse a ser un espléndido -eso sí- parque temático. Estratégicamente ya no somos imprescindibles.
Y esto es lo que hay. Yo soy un europeísta pasional. He procurado, en mi ámbito de responsabilidad, avanzar en este ideal. Y debemos perseverar. Sin duda. Pero en todos los ámbitos de la vida el realismo es exigible. Y Europa debe optar entre ser cabeza de ratón, cada vez más insignificante, o cola de león, en estrecha alianza con EE UU, y con pleno compromiso occidental.
Y para eso, un impulso institucional es condición necesaria. Pero la condición suficiente es que Europa vuelva a confiar en sí misma. Es decir, en sus valores. Sin complejos. Con EE UU y el mundo occidental.
23 lenguas que suenan en la UE |