Pleno. Votación en una sesión plenaria del Parlamento europeo. / EFE

Vascos en Bruselas

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POR ELENA SIERRA

Cuatro funcionarios explican su experiencia en la capital de Europa


Allá por el siglo XIII los vascos llegaron a Brujas y todavía hoy existe allí la Bizkajerplain, o Plaza de los Vizcainos. Aquellos primeros vascos fueron a hacer negocios, explica Alberto Allende, e instalaron el primer consulado -poco que ver con los actuales, ya que venía a ser más un centro de reunión para los comerciantes que de gestión-. Muchos siglos después, Bélgica, y especialmente Bruselas, volvió a convertirse en un buen destino para los vascos como sede de la Europa unida. Alberto Allende y Eneko Landaburu llegaron hace más de 20 años, tras unos cuantos trabajando en su propia tierra al servicio de esa suma de esfuerzos con los vecinos europeos y convencidos de las bondades de la adhesión para el País Vasco y para toda España.

Un poco más tarde desembarcaron en Bruselas Ana Díaz-Emparanza y Marta Marín, que reconocen que encontraron en los despachos en los que se teje la realidad europea oportunidades laborales inimaginables. «En Euskadi no podría desarrollar mi trabajo al nivel que aquí lo hago», explican Marta, funcionaria del Gobierno vasco, y Ana, del área de Salud y Consumidores de la Comisión. «Asistir a reuniones, conocer a mandatarios, tratar temas tan relevantes...», apuntan desde su experiencia.

Son sólo cuatro ejemplos de los muchos que hay entre los 25.000 funcionarios europeos de Bruselas. Son muchos los vascos que hicieron de 'transmisores' de las ideas europeístas para sus familiares y amigos, porque Europa no era un concepto fácilmente entendible. Tampoco hoy lo es. «Es muy difícil para la gente de a pie saber qué significa algo tan abstracto, que afecta a ámbitos tan dispersos, que no genera información impactante», coinciden Díaz-Emparanza y Marín. «Que se pueda viajar sin pasaporte y sin cambiar la moneda han sido los grandes hitos porque han sido palpables para los ciudadanos».

Para ellos, los que viven en la capital europea, esos fueron también dos grandes pasos. Las idas y venidas a casa han sido más frecuentes con el paso del tiempo. «Antes Bruselas no estaba a cuatro horas de viaje. Era una odisea», recuerda Allende, que reconoce sin embargo que ahora que tiene dos hijos le resulta más difícil organizarse para volver. «Estabas fuera de tu ciudad y parecía que estabas en otro mundo», completa Marta Marín. Y regresaban de las vacaciones con los coches cargados de aceite, vino, comida... «Como los marroquíes que cruzan el Estrecho en verano», compara Díaz-Emparanza.

Ella, cuyos padres son ya mayores, vuelve cada poco a Getxo. «El sueldo no compensa la distancia, los momentos que te pierdes... Y sobre todo la preocupación por la familia», comenta. La ventaja, «que si me cojo cinco días para ir a cuidar a mis padres, dos están recogidos en el estatuto».

Para estos cuatro funcionarios la adhesión a Europa ha supuesto «abrir la mentalidad», dicen. Modernización, comunicaciones, intercambios, más democracia. Para Eneko Landaburu, director general de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, ése era el objetivo principal. «Estando en un club de demócratas, dejábamos atrás definitivamente la dictadura», insiste este militante incansable de la integración europea. «Poner España aquí era un sueño. Y estar presente en el proceso, otro», dice quien considera sin embargo que su casa es la que tiene en Euskadi. «Por eso vuelvo dos o tres días cada poco tiempo, un mes en verano y dos o tres semanas en invierno».

Pero el terrorismo sigue presente. «Se vive muy bien en Bruselas. Hay mucha gente perseguida en Euskadi», resume el vasco que más alto ha llegado gracias al puesto de director general de Relaciones Exteriores. «Egoístamente, la vida aquí es mejor, y aunque la preocupación es constante, todo se atenúa», prosigue. Alberto Allende, del Comité Económico y Social, coincide con él. «El terrorismo fue también una razón para realizar nuestra tarea fuera. El País Vasco podría haber sido un modelo para las regiones europeas, pero el terrorismo nos ha hecho vivir agazapados».

Eso en lo exterior. En lo íntimo, «ha sido una carga durísima para todos. El terrorismo es una losa», dice. Por ello, y porque tiene «la convicción de que no me confundí queriendo formar parte de este proceso», no se ha planteado la vuelta. «Estoy muy orgulloso de que mis hijos hayan nacido en la capital de Europa». Una ciudad «cosmopolita y también cosmopaleta», en la que se cruzan personas de orígenes muy distintos y al mismo tiempo se conserva un ambiente «de pueblo en muchos barrios».

Las nostalgias están ahí, pese a la «calidad de vida». El mar, la luz, el sol, la simpatía de la gente, la naturaleza, la comida... Aunque la comida, reconocen todos, está más cerca que antes. Eneko dice que es un lujo pasear en bici por «los bosques maravillosos», aunque Marta echa en falta «más contacto con la naturaleza». «Salir y saber dónde puedes encontrar a los amigos de siempre; la vida social», eso es de lo que Ana siente más nostalgia, además de un cielo «que no parezca que se cae sobre tu cabeza». Y Alberto echa de menos el carácter: «Cómo te reciben al entrar en una tienda, cómo tratan a tus niños».