Nuestro compromiso con los padres fundadores, nuestro compromiso con nuestros hijos

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POR J.L. RODRÍGUEZ ZAPATERO. Presidente del Gobierno.J.L. RODRÍGUEZ ZAPATERO. Presidente del Gobierno.

Presidir el Gobierno de España es un privilegio en sí mismo, pero también lo es en la medida en que nuestro país es un miembro destacado de la unión de estados más próspera del mundo, del mayor espacio de libertad, solidaridad y desarrollo económico que existe: 500 millones de ciudadanos y ciudadanas, 27 estados y la mayor economía agregada del planeta.

La Unión Europea no siempre fue así, por supuesto, y la celebración del 50 aniversario de la firma del Tratado de Roma es un acontecimiento muy oportuno para rescatar juntos la idea primigenia y original de la Unión, tal como fue propuesta por sus fundadores en 1957.

Es bien cierto que la idea de la unión de Europa ha acompañado a sus pobladores siempre, desde la caída del Imperio Romano. Pero también es cierto que, cuando existió alguna forma de unión, fue como antítesis de otros pueblos del mundo: los europeos se unían, pero lo hacían para luchar contra los invasores del sur o del este. Por lo demás, la historia moderna de Europa, hasta la Segunda Guerra Mundial, fue más bien la historia de los nacionalismos enfrentados, la historia de la diferencia, la historia de la división.

La respuesta, después de pasar por dos guerras mundiales trágicas, sólo podía estar en la Unión. «No hay otro futuro para el pueblo europeo que la unión», afirmó con clarividencia Jean Monnet ya en 1943.

Es muy probable que la construcción europea, después de dos guerras brutales, sólo pudiera hacerse a golpe de pragmatismo. Y el pragmatismo ha sido la pauta que ha guiado nuestros pasos desde la constitución de las primeras comunidades previas al Tratado de Roma, y hasta hoy, en esta suerte de 'crisis de los 40' por la que atravesamos.

Yo no reniego de ese pragmatismo. Sin él la Unión Europea no sería lo que es hoy. Con más realismo que idealismo, estos cincuenta años nos han permitido llegar hasta aquí. Han sido cinco décadas en las que se producían dos procesos paralelos: la profundización de la Unión, y su ensanchamiento. Pasamos de ser una unión económica asentada en las cuatro libertades -libertad de movimiento de bienes, servicios, capitales y personas- a ser una unión también política. Y la Unión pasó de ser un selecto club de seis países, los seis que firmaron el Tratado de Roma, a ser 27.

Los españoles, que llegamos tarde y que sólo hemos podido compartir algo menos de la mitad de la historia de la Unión Europea, obtuvimos beneficios enormes tras nuestro ingreso: casi un punto del crecimiento de nuestro Producto Interior Bruto se ha explicado por los fondos que aportaron nuestros socios; cuatro de cada diez kilómetros de carreteras fueron construidos gracias a su solidaridad; si en 1986 estábamos tan sólo en el 68% de la renta per capita media de la Unión, ahora ya la superamos; casi tres cuartas partes de lo que exportamos tiene Europa como destino, y nueve de cada diez turistas que vienen a España lo hacen desde dentro de la Unión; compartimos con Europa una moneda -la más fuerte del mundo- que simplifica nuestra vida; nuestros jóvenes viajan y estudian por el continente como si estuvieran en su propia casa; Europa es, de hecho, nuestra casa; ha sido el periodo más largo de paz, estabilidad, cooperación y solidaridad de Europa, aunque para nosotros sólo hayan sido 21 años.

No seré yo quien se lamente de lo que podríamos ser y no somos. Prefiero reconocer con admiración el ingente trabajo que los países fundadores -Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Alemania, Francia e Italia- hicieron en un principio, y el que han ido desarrollando después los países que se fueron uniendo al proyecto hasta hoy. El balance que puede presentar la Unión hoy, cincuenta años después, es indiscutiblemente positivo: paz entre nosotros, instituciones en las que resolver nuestras controversias, unidad progresiva en nuestras leyes, crecimiento económico y creciente competitividad. Europa ya es mucho más que el sueño de unos cuantos visionarios. Es el proyecto más apasionante del mundo en materia de solidaridad entre naciones, de cooperación entre pueblos, de articulación de intereses comunes. No hay nada sobre la tierra comparable a Europa en historia, pero tampoco en proyección de futuro. Es cierto que hay economías emergentes que alterarán los equilibrios económicos actuales, pero Europa es mucho más que su economía y su competitividad. La Unión Europea es todo un modelo de cooperación política y social entre países.

Debemos superar pronto esta crisis que ahora nos atenaza, después de un proceso de ratificación de la Constitución europea más bien accidentado. Tenemos ante nosotros la gran oportunidad de hacer posible el sueño de un continente unido bajo los mismos valores de libertad, solidaridad y cooperación. No sólo es nuestro compromiso político con los padres fundadores de la Unión, hace medio siglo, sino también el compromiso que asumimos ante nuestros hijos. Debemos trasladar la ilusión de nuestra generación por ser genuinamente europeos a las generaciones que vendrán. El sueño europeo se mantendrá si dejamos esa herencia a quienes nos sucederán.