Herbert von Karajan | Portada


Herbert von Karajan dirigió durante años la Sinfónica de Berlín
El director salzsburgués, en una de sus cuidadas imágenes con la batuta ..

El emperador de la música

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CÉSAR COCA

Se cumplen cien años del nacimiento de Herbert von karajan, el director que impuso su ley en la clásica durante cuatro décadas


Herbert von Karajan sube a su avión en el aeropuerto de Salzburgo, su ciudad natal. El piloto le pregunta: «¿A qué ciudad vamos, señor?» El músico duda un momento y luego responde: «Da igual. Me esperan en todas». Es sólo un chiste, pero refleja a la perfección el enorme peso del director austriaco en la cultura europea durante cuarenta años. Porque quizá no fuera estrictamente el mejor ni suscitara un respeto unánime, como Furtwängler o Celibidache, pero es imposible entender la evolución de las orquestas, la difusión de la música en disco y la creación del 'star system' de la clásica sin su aportación. Reverenciado y odiado en su momento en dosis similares, el tiempo transcurrido permite valorar con más objetividad su trayectoria y su legado. Y si la primera tuvo claroscuros, el segundo es sencillamente descomunal. El próximo sábado 5 de abril se cumple el primer centenario del nacimiento de un verdadero gigante y el sector discográfico, que tanto le debe, se dispone a conmemorarlo con una serie de lanzamientos tan espectaculares que suspiraría por ellos la más rutilante estrella del rock.

Si uno nace y crece en Salzburgo tiene muchas posibilidades, por razones de influencia ambiental, de ser músico. Así que a nadie sorprendería que con sólo ocho años, en 1916, el pequeño Herbert anunciara su deseo de estudiar piano. No era el único en aquella familia de clase acomodada que mostraba inclinación por la música: su padre tocaba el clarinete y su hermano mayor, el órgano. En el Mozarteum estuvo diez años y de allí dio el salto a Viena, donde se matriculó en los cursos de dirección. Tres años más tarde debutó con la batuta: lo hizo en Salzburgo y con una obra ('Salomé') de quien habría de convertirse en uno de sus autores predilectos: Richard Strauss.

Comenzaba una carrera meteórica que había de llevarlo a la cima en muy pocos años. Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, había dirigido de forma regular las filarmónicas de Viena y Berlín y la Ópera estatal de esta ciudad, había sido director artístico de la Ópera de Ulm y la Sinfónica de Aquisgrán, se había convertido en el más joven 'Generalmusikdirektor' de la historia, había firmado un contrato con Deutsche Grammophon y la crítica alemana se refería a él como 'el milagro Karajan'.

Por esos años se produjo el oscuro episodio de su inscripción en el Partido Nazi. Hitler estaba en el poder desde 1933 y de inmediato dejó clara su intención de controlarlo absolutamente todo. Karajan siempre restó importancia a esa inscripción, que hizo, explicó, forzado por las circunstancias. Si quería hacer música, debía hacerlo. Sus críticos recuerdan que otros directores prefirieron abandonar el país. La lectura de los argumentos de defensores y detractores no permite despejar todas las dudas. Es cierto que Karajan pudo dejar Alemania y no lo hizo; que pudo haber evitado dirigir ante Hitler, y no lo evitó. Pero no es menos cierto que en 1942 contrajo matrimonio con Anita Gütermann, de ascendencia judía. Si sólo buscaba el favor del régimen, aquel matrimonio era un disparate. Tampoco beneficiaba a su carrera dirigir, como hizo, obras de Einem, un compositor encarcelado por la Gestapo, cuyas partituras fueron prohibidas en los últimos meses de la guerra.

La apuesta de un productor

Al final de la misma, Karajan era poco menos que un apestado. En 1946 el Ayuntamiento de su ciudad le encargó organizar el festival de verano, pero las autoridades estadounidenses lo prohibieron, y tuvo que limitarse a estar junto al apuntador ayudando a los cantantes. En ese momento, apareció su salvador. Era Walter Legge, un productor discográfico inglés a quien le habían encargado buscar un director capaz de ponerse al frente de una nueva orquesta, la Philharmonia, con la que grabar todo el gran repertorio para la compañía EMI. Karajan era el hombre que Legge necesitaba: ambicioso, soberbio, riguroso y genial. Con la ayuda de Legge, Karajan ascendió los primeros peldaños de la escalinata que separa a un gran director de un mito. Su contratación como director titular vitalicio de la Filarmónica de Berlín a la muerte de Furtwängler, compitiendo por el favor de los músicos con Celibidache (que sólo obtuvo un voto frente al salzburgués) le dio el impulso definitivo.

Hasta su muerte, Karajan lo fue todo en la música: dirigió la Ópera de Viena y el festival de Salzburgo, era titular de la Filarmónica de Berlín y al mismo tiempo lo fue de la de París y colaboraba habitualmente con la Philharmonia y la Filarmónica de Viena, hizo giras interminables por Japón y Estados Unidos... Y, sobre todo, grabó discos. Karajan contó con las mejores orquestas de su tiempo y fue el primer director que se dio cuenta de que la música en disco no suena exactamente igual a como el oyente de la fila 17 del auditorio la percibe cuando escucha a la orquesta en vivo. Por eso, se empeñó en crear un sonido refinado, brillante, carnal, que fue la auténtica marca de la casa. Lo logró. Durante los años sesenta, cuando los LPs ya eran estereofónicos y la calidad de las grabaciones alcanzaba niveles no muy distantes de los actuales, decir Karajan equivalía al refinamiento más absoluto, al sonido más perfecto, a las interpretaciones canónicas.

Durante décadas fue un director imprescindible. Tanto que, con la gran cantidad de compositores en activo que estaban disponibles, cuando la Comisión Europea decidió encargar un arreglo de la Novena de Beethoven para que se convirtiera en el himno de la UE, lo encargó a Karajan, quien no tenía experiencia como compositor ni adaptador de obras. Su país, Austria, ni siquiera estaba entonces en la Unión. Pero no había nadie más famoso.

Ególatra y genial

Hasta su muerte, Karajan se empeñó en dirigirlo todo: desde Bach hasta la música del primer tercio del siglo XX. Sus críticos dicen que primó en exceso el brillo y que en sus interpretaciones de obras anteriores a Beethoven se nota un cierto acartonamiento. Sin embargo, todos reconocen que su integral de comienzos de los sesenta de las sinfonías del sordo de Bonn (las grabó nada menos que cuatro veces en disco y una en vídeo; también hizo numerosos registros de sinfonías "sueltas") es un monumento artístico sencillamente insuperable y está a la altura de las de Toscanini y Furtwängler, pero se beneficia de una calidad de sonido que no se da en las de éstos. Sus interpretaciones de Brahms, Chaikovski, Richard Strauss, Ravel, Bartók y unos cuantos compositores más son unánimente calificadas de excepcionales. Es cierto que en los últimos años de su vida, a partir de comienzos de los setenta, su búsqueda de una sonoridad cada vez más brillante da a veces como resultado versiones algo huecas. Así lo reconocen incluso sus más ardientes partidarios, aunque su última grabación, una Séptima Sinfonía de Bruckner, es de enorme profundidad. Quizá el dolor causado por una espalda destrozada y el presentimiento de una muerte cercana le hicieron volver a sus orígenes.

En el podio era, como sucede con casi todos los directores, un dictador. Pero también cuidaba de sus músicos como pocos, hasta el extremo de buscar personalmente el mejor médico o el hospital más adecuado cuando alguno de ellos, o uno de sus familiares, enfermaba de gravedad. Para compensar, como siempre tenía otra orquesta esperándolo, "castigaba" a aquella que osaba rebelarse. Es lo que sucedió cuando la Filarmónica de Berlín se negó a admitir a la clarinetista Sabine Meyer , a la que había recomendado: redujo al mínimo contemplado en el contrato sus actuaciones con ellos y las grabaciones -con el consiguiente perjuicio económico para los músicos- y se volcó en la Filarmónica de Viena.

Adeptos y detractores coinciden también en que Karajan estaba obsesionado por su imagen. De ahí esas fotos en las que aparece en el podio, con la mirada en el infinito, con frac o jersey negro de cuello alto y su melena blanca impecablemente despeinada. Llegó a extremos insólitos, como elevar el podio en el foso de la orquesta, durante una ópera, para que el público pudiera verlo. O decidir dónde se colocaban las cámaras y los focos en un concierto filmado, de manera que su figura adquiriera un protagonismo absoluto. En definitiva, era un ególatra, algo en lo que tampoco se distinguía tanto de otros colegas de su tiempo. Recuerden, si no, el chiste de los tres directores reunidos tomando un café y hablando de sus cosas: Solti, Bernstein y Karajan. El primero se dirige a los otros para comunicarles que ha soñado que Dios le decía que él es el mejor director del mundo. Bernstein le contesta que él no lo ha soñado: directamente se le ha aparecido Dios para otorgarle esa categoría. A lo que Karajan replica: «Yo no he dicho nada a nadie».

Legado gigantesco

Egolatrías a un lado, Karajan dejó un legado discográfico excepcional, en los formatos más variados (LP, CD, laser-disc, DVD, vídeo) y junto a los solistas y las orquestas más relevantes. Cuando deseaba algo, lo mismo dirigir a una joven promesa para un lanzamiento internacional (lo hizo con una Anne-Sophie Mutter de sólo 13 años) que colaborar con los mejores solistas (reunió a Rostropovich, Oistrakh y Richter para el Triple concierto de Beethoven; nunca hubo tanto talento junto en un disco), allí estaban los sellos discográficos para proporcionárselo. Uno de los efectos de todo ello fue la creación de un verdadero "star system" musical que elevó los cachés hasta la estratosfera. Bueno para los intérpretes, malo para las instituciones públicas que financian las orquestas en Europa y los sellos discográficos, incapaces de rentabilizar muchas grabaciones.

En su vejez, el director general de música de Europa, como llegaron a llamarlo, se dedicó a grabar de nuevo -e interpretar en concierto- las obras que habían sido los hitos de su carrera. Estaba entusiasmado con el laser-disc (que permitía perpetuar su imagen ya envejecida y a veces con un rictus de dolor) y el disco compacto. Él había sido desde el lado artístico el primer impulsor del CD. La leyenda dice que exigió que se ampliara su capacidad -en los primeros prototipos era de sólo 60 minutos- para que la Novena de Beethoven entrara completa en un disco.

Todos sabían que estaba enfermo, pero su muerte cogió por sorpresa al mundo artístico. Era el 16 de julio de 1989 y faltaban apenas unos días para que comenzara el festival de Salzburgo, que él elevó artísticamente y convirtió en un gigantesco negocio para la ciudad. Su tumba, lugar de peregrinación para los melómanos, llama la atención por su sencillez. La eligió él mismo. Se comenta que, haciendo su propia caricatura, solía decir que no creía conveniente disponer una sepultura especialmente llamativa. «Total, para tres días...» Karajan no resucitó al tercer día, pero casi dos décadas después de su muerte sus discos siguen arrasando en el mercado.

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c.coca@diario-elcorreo.com


Vídeos

Vídeo de Herbert von Karajan en acción
Karajan en acción (I)
Vídeo de Herbert von Karajan
Karajan en acción (II)
Vídeo de Karajan y María Callas
Callas, bajo su batuta
Visita de Karajan a París en plena guerra
Visita a París en plena guerra
Vídeo de Karajan enseñando
En plena enseñanza