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2002
NOTICIAS La Blanca
agosto


El juego de la tradición
Nuevo récord de asistencia en la plaza de España para ver el descenso del Celedón y la Neska txikis, que estuvieron fenomenales en su papel

F. Góngora - Vitoria


No es multitudinario como el Rosario de la Aurora, pero tiene su arraigo. El largo centenar de padres y pequeños que acuden con sus flores a la capilla de la Virgen Blanca en la parroquia de San Miguel participa en un acto sencillo que se funde con el sentido religioso de la fiesta y que le da sentido. Afloran muchas emociones bajo los cruceros góticos de San Miguel. Una de las madres que lleva a sus hijos a la iglesia recordaba el estilo jovial y ameno del anterior párroco, Juan Carlos Aguillo. José Antonio Goitia, el cura que animó ayer la breve ceremonia, en la que se canta el himno de la Virgen Blanca, ya está pensando en un cambio para el año que viene.

Lo realmente multitudinario es el aurresku que protagonizan el Celedón y la Neska txikis bajo la hornacina de la patrona. Tanto que apenas quedó espacio para que dibujaran en el aire los movimientos sobrios de la danza. Tuvieron que saltar muy juntos y hubo algún paso mejorable. Yaiza y Asier habían ensayado en la sacristía por última vez y la rodilla de la niña se resintió.

Agobio en la foto

El mismo agobio se volvió a vivir en la escalinata con la foto familiar. Una chica que no soltaba el cochecito de su niño espetaba a los demás -fotógrafos profesionales, periodistas, cámaras de televisión- «¿Cómo se nota que no tenéis bebés». Y es que con el invento de las digitales todo el mundo quiere hacer la foto y dar órdenes a los niños a la vez. «Asier abre el paraguas. Mikel mira aquí». ¿Se imaginan? «Esto está cada vez peor», se quejaba el veterano Pedro Elorza, resignado.

Hace menos de cinco años estaba solo. «Como nunca. Cada año viene más gente», explicaba con satisfacción el director de Cultura, Enrike Ruiz de Gordoa, al ver la plaza de España abarrotada de público. Lo decía minutos antes del descenso del pequeño muñeco que representa al aldeano de Zalduondo desde una ventana de la tercera planta del Consistorio hasta la balconada de la oficina municipal de la vivienda. En ese momento se produjo una de las anécdotas del día cuando la presentadora del acto, Rosa Ortiz de Urtaran, le preguntó al chupinero txiki, Ekaitz Busto, de 7 años, si estaba emocionado por tirar el cohete y el pequeño dijo un sonoro «no». Es que no era la primera vez.

A las doce en punto, la figura del celedonito cruzaba la plaza. Tardó unos 4 minutos escoltado por miles de globos naranja lanzados al cielo. En la balconada sur asomaban luego las cabezas de Asier y Yaiza sobre los que estaban fijos los ojos de la multitud.

Llamada con desparpajo

Los sones de la Banda Municipal, y los silbidos atronadores de un blusa de Okerrak ponían fondo musical, bajo la dirección maravillosa de Irati Divar, de 6 añitos. Detrás de los músicos, en el estrado, adultos y niños de la comisión de blusas saltaba y cantaba sin parar encendiendo la mecha de la fiesta que se extendía como un reguero por toda la plaza. Tras un paseo tranquilo entre la muchedumbre de padres y niños, que duró seis minutos, el Celedón y la Neska txikis hicieron con mucho desparpajo la llamada a la fiesta. «Hoy es el mejor día para nosotros», decían los dos. Luego, el alcalde, Alfonso Alonso, y Encina Serrano entregaron una figura de recuerdo a los pequeños.

Antes de abrazar a Gorka Ortiz de Urbina, el Celedón grande, que les dio unos cuantos consejos, fueron entrevistados por los medios de comunicación. A Fidel Amado, padre de Asier, con 23 años de blusa de Galtzagorri, le afloraba la emoción a los ojos. «Siempre ha vivido esto», explicaba.

Los protagonistas de la jornada fueron después rescatados por sus padres y los miembros de la comisión de blusas y volvieron a ser niños jugando en la plaza del Machete. Tras una comida en el Poliki, abrieron por la tarde el paseíllo de ida y vuelta a los toros con algún retraso. El diablillo rojo de Galtzagorri bajó, por una vez, del techo del vehículo de aprovisionamiento de la cuadrilla y se transformó en perro de peluche. Eso sí, rojo. La pareja txiki se dirigió luego al área de juegos habilitada en El Prado acompañado de futuros blusas. La vida, como la tradición, es un juego para ellos.

 

 

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