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DÍA 8

Fernando J.Pérez
Enviado especial


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Algo más que un rito

Porteadores cargan con el material de la expedición.
Ghandruk es una bonita aldea desparramada en grandes balcones artificiales por las vertiginosas laderas del valle del Modi Khola. Es uno de sus pueblos más importantes. Sus 6.000 habitantes viven de la agricultura y el turismo. El pueblo está repleto de lodges , los típicos hotelitos de montaña del Himalaya, todos ellos con luz eléctrica y muchos con baño, ducha y agua caliente en cada habitación.
Nada especial si no fuese por que Ghandruk, lugar donde la expedición de Alberto Iñurrategi pernoctó en su segundo día de aproximación al Annapurna, se encuentra a dos mil metros de altitud, camino del Campo Base sur del décimo ochomil , y a cinco horas de marcha de la carretera más cercana, mil metros más abajo. Su única vía de contacto con la civilización es un tortuoso y empinado sendero que incluye más de mil escalones y donde el único medio de carga que se desenvuelve con éxito en él, al margen del ser humano, es el burro.

Antiguos aventureros

Hace 30 años, llegar hasta aquí era un empeño digno del mayor aventurero, pero hoy en día, la popularización de los trekking en el Himalaya, sobre todo los que se desarrollan en torno a los Annapurnas y al Everest, han convertido a estos trayectos en un objetivo turístico más.

Las marchas de aproximación a los ochomiles , y en general a las grandes montañas del planeta, han constituido por sí mismas durante mucho tiempo una aventura, a veces tan grande como la propia ascensión. Los primeros exploradores de estos territorios en su búsqueda de las más altas cimas apenas tenían más referencia de ellas que los comentarios de los lugareños o rudimentarios mapas realizados a mano con las indicaciones, muchas veces equivocadas, de los lugareños.

Que se lo digan sino a la expedición francesa de Maurice Herzog, primera conquistadora de un ochomil . El grupo, después de descartar el Dhaulagiri al considerarlo demasiado difícil técnicamente, perdió casi un mes buscando la ruta acertada para alcanzar el campo base del Annapurna, al que llegaron a mediados de abril, ¡un mes más tarde de las que se consideran fechas ideales hoy en día para intentar su ascensión!

Restricciones

Hoy todo eso es ya historia. Al menos en parte. Aunque otras zonas se mantienen casi vírgenes de visitas, salvo los propios montañeros, la vuelta a los Annapurnas o los trekking del Everest reciben cada año a decenas de miles de personas -el Parque Nacional del Everest se ha visto obligado a establecer un límite anual de visitas de 50.000 personas- que han cambiado notablementela fisonomía y los hábitos del lugar. El Himalaya se ha convertido así en un destino vacacional más hasta convertir al turismo en la primera fuente de ingresos del Nepal.

Pero la masificación de estas rutas -este año menor por culpa de los maoístas y la situación internacional- y las comodidades incorporadas no les restan un ápice de utilidad para los alpinistas. Estas marchas de aproximación, son fundamentales, hoy igual que hace 50 años, para la aclimatación de los montañeros en su preparación para el asalto de las grandes cumbres. Nada se puede sustituir por una semana de progresiva ascensión a pie desde el nivel del mar hasta los 4.500 o 5.000 metros, altitudes a las que se suelen ubicar los campos base. Un proceso imprescindible para acostumbrar al cuerpo humano a la falta de oxígeno que padecerá más arriba.
Camino del Annapurna
Lo recorrido:
La expedición de Alberto Iñurrategi partió el lunes 1 de abril de Bilbao; llegó un día más tarde a Katmandú; ultimó preparativos y compras, y emprendió enseguida el camino hacia su gran objetivo, el Annapurna.

Lo que queda:
Varios días de trekking hasta la base del último ochomil que le resta a Iñurrategi. Una vez allí instalar el campo base, preparar la vía y acometer el asalto a la cumbre, si el tiempo acompaña. En total, casi un mes.
Helicópteros frente a porteadores
El progreso ha traído una nueva disyuntiva para las expediciones: utilizar helicópteros o porteadores para llevar el material hasta el campo base. Con la promoción de sectores oficiales de Katmandú, que evidentemente están detrás del negocio, cada vez son más los grupos que optan por las aeronaves para realizar este arduo trabajo, tradicionalmente reservado a los habitantes de las montañas himaláyicas.

¿Pasado frente a futuro? Jon Lazkano no piensa así, Este miembro de la expedición de Iñurrategi lleva diez años organizando y dirigiendo expediciones y ‘trekking’ a las cordilleras más altas del planeta y cree que es un dilema totalmente erróneo. «En primer lugar –apunta– los transportes en helicóptero resultan mucho más caros que con porteadores».

Con todo, el factor económico más importante no es el del coste añadido que supone para la expedición, sino el del «sustento que dejas de proporcionar a miles de familias que viven gracias a los porteos». El cálculo es rápido. El grupo de Iñurrategi lleva 63 porteadores, y no se puede considerar como una expedición de las grandes. Al año puede haber en torno a 50 expediciones a grandes cumbres. La extensión del helicóptero sería la ruina para centenares de familias, normalmente las más humildes de las comarcas del Himalaya, porque nadie con la vida resuelta se carga 30 kilos a la espalda para realizar, montaña arriba, marchas diarias de entre cuatro y siete horas.