Fernando J.Pérez
Enviado especial |
Una montaña de gestas y tragedias
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Juanito Oiarzabal posa
en 1999 en la cima del Annapurna. / F. J. PÉREZ |
El Annapurna fue el primer 'ochomil' ascendido por el hombre.
Pero, desde aquel 3 de junio de 1950, también es el que
menos alpinistas ha conocido en su cumbre. Una mezcla de dificultad
y peligro han labrado durante este medio siglo la leyenda en torno
a las paredes de 'La Diosa Madre de la Abundancia'. A continuación
se recogen cinco historias vividas en ellas. No son, probablemente,
las ascensiones o intentos más famosos que ha vivido el
Annapurna, pero sí reflejan esta combinación de
gesta y tragedia a la que se ha unido indefectiblemente esta montaña.
1950. Primera ascensión
Expedición francesa por la cara norte
Tras la II Guerra Mundial, Francia necesita recuperar su orgullo
nacional. Y qué mejor forma de hacerlo que convertirse
en el primer país en hollar un 'ochomil'. Una expedición
con los mejores alpinistas galos del momento dirigida por Maurice
Herzog parte hacia Nepal con el objetivo inicial del Dhaulagiri.
Tras buscar un acceso a esta montaña y considerarla inescalable,
Herzog redirige la expedición al cercano Annapurna, prácticamente
inexplorado.
Con el monzón casi encima, el grupo explora la montaña
con premura y elige para el ascenso la cara norte, una ruta peligrosísima
llena de seracs y barrida por las avalanchas. Pese a todo, en
apenas diez días instalan cinco campos de altura y dejan
la ruta equipada. Terray y Rebufat, los dos mejores alpinistas
franceses de la época, eran la cordada llamada a hacer
el intento de cumbre, pero se habían agotado en la instalación
de los campamentos, así que la noche del 2 de junio eran
Herzog y Lanechal los que se encontraban helados de frío
y apretujados en la tienda del campo V azotada por el viento y
la nieve, a la espera de que amaneciera.
El relato de la épica ascensión incluida la
pregunta de Lanechal «¿Que harías si yo me
doy la vuelta?" y la respuesta de Herzog "continuar
solo» y el dramático descenso es el núcleo
del mítico libro 'Annapurna, primer 8.000'. Sin haber comido
ni bebido, la cordada cimera asciende prácticamente como
dos zombies y ya con claros síntomas de congelación.
A las dos de la tarde del 3 de junio alcanzan la cumbre, pero
lo peor está por llegar. El descenso dura tres días
y roza la tragedia, con caídas en grietas, aludes y vivacs
dormir al aire libre sin equipo. Herzog, afectado
por gravísimas congelaciones, incluso pide que le dejen
morir en la montaña.
Milagrosamente, todos salen vivos, pero las secuelas son imborrables.
Para Herzog, la pérdida de sus veinte dedos y la fama nacional
como el héroe de la expedición, que le llevó
a ser ministro con De Gaulle. Para Lanechal, la amputación
de los dedos de los pies, el ostracismo y el final de su carrera
como guía de alta montaña en Alpes, hasta su prematura
muerte en 1955 al caer en una grieta.
1970. Tercera ascensión
Expedición británica por la cara sur
Con la ascensión del último 'ochomil' virgen en
1964 -el Shisha Pangma- la historia de la conquista de las 14
cimas más altas del planeta cierra su primer capítulo.
¿Por dónde comenzar el segundo? El británico
Chris Bonington, uno de los escaladores más destacados
de la época, lo tenía claro: por las vías
más difíciles. Y si se hablaba de dificultad, inevitablemente
había que mirar a la cara sur del Annapurna, casi 3.500
metros de pared de hielo y roca.
Ocho británicos y un estadounidense, el equipo más
fuerte jamás preparado para el Himalaya, se plantaron en
la base de la pared a principios de abril. El reto era épico.
La vía transcurre por el pilar izquierdo de la pared y
sube recta hasta el campo III, a 6.100 metros. Pero luego, tuvieron
que bordear una arista de hielo que les llevó una semana
de arduo trabajo. La siguiente dificultad fue una banda rocosa
de 300 metros. Algunos días no ganaban más allá
de 30 metros a la pared. El grupo se iba agotando y el propio
Bonington tomaba las riendas de la escalada cuando la moral decrecía.
A finales de mayo Dougal Haston y Don Whillans se situaron en
el campo VI, a 7.300 m. Era la cordada de cumbre. El plan era
instalar otro campo 300 metros más alto, pero el equipo
estaba agotado, apenas llegaba comida y material a los campos
más altos y el tiempo era cada vez peor. O ahora o nunca.
El 27 de mayo salieron hacia la cumbre. Primero por un tramo de
cuerdas fijas, las últimas de los 4.500 metros instalados,
pero se acabaron pronto. Abandonaron todo el material no imprescindible
y siguieron escalando entre la niebla, hasta la arista cimera.
Un breve paseo, en comparación de lo que acababan de ascender,
les llevó hasta la cumbre.
Pero una vez más, el Annapurna se iba a cobrar su tributo.
Durante el descenso, ya en los campos bajos, un serac aplastaba
a Ian Clough, compañero de cordada y amigo personal de
Bonington, lo que impidió a la expedición celebrar
el éxito. Sin embargo, el salto cualitativo en la conquista
de los 'ochomiles' ya estaba dado. A partir de ahora, se valoraría
más la dificultad de la ruta a seguir que el hecho mismo
de hacer cumbre.
1984. Primera travesía (y única hasta ahora)
de los annapurnas
Expedición suiza por la arista sureste
En el postmonzón de 1984, una expedición suiza de
seis alpinistas se acerca al Annapurna I con el objetivo de ascender
la cara sureste hasta la arista este y realizar su travesía
de siete kilómetros y medio pasando por las dos cumbre
subsidiarias (este y central), antes de llegar a la principal.
El equipo instala cuatro campos de altura y el 21 de octubre deja
la ruta equipada hasta el inicio de la arista. Ese mismo día,
Erhard Loretan y Norbert Joos suben al campo II y al día
siguiente llegan al IV, en el Roc Noir (7.490 m.), el inicio de
la arista. Aún es pronto y deciden seguir. Avanzan todo
lo que pueden y hacen una cueva en la nieve donde pasan su primera
noche de vivac. A la mañana siguiente continúan
la marcha por la arista. Su primer objetivo es el Annapurna este,
pero pronto comienzan los problemas: una pared rocosa les cierra
el paso. La salvan a costa de comenzar a gastar el poco material
de escalada que llevan.
Tras nueve horas de marcha hollan el Annapurna este, azotado por
un viento gélido. Inmediatamente bajan al collado que le
separa del Annapurna central, donde pasan su segunda noche en
la 'zona de la muerte', en otra cueva de nieve, a ochomil metros.
Una mañana heladora les despierta el 24 de octubre. Sobre
las diez alcanzan la cumbre central y continúan hacia la
principal. Pero un nuevo obstáculo les cierra el paso:
una pared de casi 100 metros imposible de destrepar sin utilizar
el escaso material que les queda: dos clavos y un largo de cuerda.
No tienen elección, aunque saben eso que supone la renuncia
a retornar por donde han venido.
Descienden y luego suben el último tramo de la arista hasta
la cumbre principal. A las 13.30 hollan los 8.091 metros del Annapurna
I. La primera travesía de un 'ochomil' está hecha,
pero ahora había que bajar y la única opción
es ¡la temida cara norte! Con una fotografía de esa
vertiente como única referencia y un tornillo de hielo
y una cuerda de 50 metros como todo material disponible, Loretan
y Joos inician el descenso entre seracs y paredes de hielo.
Son dos días y medio al borde del precipicio donde toman
la decisión de desencordarse para que si uno se despeña
no arrastre al otro. Durante la segunda noche, que pasan a la
intemperie metidos en sus sacos al pie de una roca, junto al cadáver
de un sherpa, sobreviven a una avalancha que les pasa por encima.
Por fin, el 26 de octubre por la tarde alcanzan el campo base
de una expedición japonesa. Aunque hasta casi una semana
después no se reúnen con sus compañeros de
expedición en Katmandú.
1991. Miroslav Sveticic se queda a 200 metros de la cumbre
Apertura eslovena en solitario de la cara oeste
El esloveno Slavko Sveticic abre una de las rutas más difíciles
del Annapurna entre el 28 y el 31 de octubre, en la pared oeste
y en estilo alpino, mucho más directa y difícil
que la de Messner y Kammerlander de 1985. Durante esos cuatro
días, con tres vivacs, escala 2.750 metros de desnivel
con una pendiente media de 60/70 grados, en medio de fuertes nevadas,
caídas continuas de piedras y vientos huracanados. A 7.900
metros de altitud, y tras abrir la nueva vía, sale a la
cara norte, donde espera dos días a que mejore el tiempo.
Finalmente, se queda a 200 metros de la cumbre antes de decidir
bajarse ante los síntomas de congelación de sus
pies.
Había quedado con el shirdar de la expedición que
le esperaría en el campo I de la peligrosa ruta normal
de la cara norte, y hacia allí se dirigió. Tardó
16 horas de marcha ininterrumpida desde su vivac a 7.800, las
últimas con frontal y en medio de la noche. Y cuando llegó
al C-I ¡allí no había nadie!. Sigue hasta
el campo base, que también estaba vacío. Por fin,
en el primer pueblo de la marcha de aproximación encuentra
al shirdar, quien le mira como si estuviese viendo un fantasma.
Le habían dado por desaparecido en la pared y se habían
marchado.
Slavko Sveticic desapareció en el Gasherbrum IV (1.925
m.) en 1995 intentado abrir una nueva vía en solitario
el su pared oeste.
1992. El compañero de lafaille muere y él desciende
malherido
Intento francés de apertura en la cara sur
En el postmonzón de 1992 los franceses Jean-Christophe
Lafaille y Pierre Beghin intentan abrir una nueva vía en
la pared sur del Annapurna, a la derecha de la británica
de 1970. En estilo alpino, la cordada asciende con rapidez, incluso
escala por las noches para aprovechar las mejores condiciones
de la nieve. Pero a 7.500 metros de altitud abandonan debido al
mal tiempo.
Al poco de iniciar el descenso, Beghin se despeña al fallar
la sujeción de un rápel. Lafaille continúa
bajando sólo por un terreno extremadamente difícil
y sin apenas material. Alcanza un vivac a 7.000 metros y continua
bajando. sólo tiene una cuerda de 20 metros y 6 mm y utiliza
las clavijas de la tienda como si fueran pitones de escalada.
Cerca del siguiente vivac, a 6.500 metros, una caída de
piedras le rompe el brazo derecho. Pide auxilio a unos eslovenos
que estaban en la vía británica pero no le oyen,
así que se entablilla el brazo y sigue rapelando usando
el brazo izquierdo (él es diestro) y ayudándose
con los dientes. Consigue llegar a la base de la pared y llega
al pie al campo base esloveno, donde es trasladado en helicóptero
a Katmandú.
En 1996, Lafaille regresa a la cara sur para intentar la vía
británica en solitario. La gran cantidad de nieve acumulada
en la ruta le impide culminar su objetivo. Su comentario sobre
ella es que es «una vía muy bonita, no muy peligrosa,
pero interesante».
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