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DÍA 23

Fernando J.Pérez
Enviado especial
Asedio a la fortaleza

Lafaille escala una pared. / F. J. PÉREZ

En los orígenes del alpinismo, allá por los albores del siglo XIX en los Alpes, las ascensiones a sus principales montañas no requerían más de dos o tres días. Eran cumbres que no pasaban en ningún caso de los 5.000 metros (el Mont Blanc mide 4.807) y generalmente con alguna ciudad o pueblo cercano desde el que se partía con poco más que una mochila al hombro con todo lo necesario para la ascensión. Era, y es, el denominado estilo alpino.

El descubrimiento de las grandes montañas del Himalaya y el consiguiente anhelo del hombre por conquistarlas, a finales del XIX, planteó inmediatamente un problema aparentemente irresoluble. ¿Cómo ascender montañas el doble de altas que las existentes en Alpes o Pirineos y perdidas además en terrenos prácticamente inexplorados? El estilo alpino se revelaba aquí -al menos en aquellos años- absolutamente insuficiente.

Nace entonces la que se ha venido a denominar técnica himaláyica. La idea surgió de un pionero del Himalaya, el británico Tom Longstaff. Tras acumular experiencias y cumbres en los Alpes, el Caucaso y el Tibet, en 1907 asciende el Trisul (7.120 m., durante 21 años la cota más alta ascendida por el hombre) gracias a un novedoso sistema de campos de altura. Longstaff instaló un campamento base, en el que la expedición viviría el tiempo necesario para alcanzar la cumbre, y luego fue montando campos de altura cada quinientos o seiscientos metros de desnivel en los que dejaba víveres, ropa de abrigo y tiendas de campaña para que los alpinistas pudieran alimentarse y resguardarse tanto durante el ascenso como en el descenso. La idea tuvo tal éxito que una vez retirado se convirtió en asesor técnico de numerosas expediciones, entre ellas las de los años veinte al Everest.

Básicamente, esta técnica se ha mantenido hasta la actualidad, con las ligeras variantes que han permitido la mejor preparación física de los alpinistas y el uso de material más sofisticado. Así, ahora la distancia entre los campos de altura oscila entre los 800 y los mil metros de desnivel y su instalación progresiva sirve a los alpinistas como forma de aclimatarse a la altura: suben al campo I, montan la tienda y pasan una noche. Descienden al campo base, cargan de nuevo sus mochilas y suben hasta instalar el campo II, donde pasan otra noche ante de regresar de nuevo al campo base. Y así progresivamente hasta el último campo, a unos mil metros de la cumbre. Antes del asalto final a cumbre, los alpinistas descansan dos o tres días en el campo base.

El moderno alpinismo, sin embargo, ha acabado por adoptar el estilo alpino a las grandes cumbres del Himalaya como una técnica más limpia y noble para con la montaña en la que el alpinista se enfrenta a la montaña de una vez y sólo con lo que consiga meter en su mochila. El problema es que esta técnica, de una gran exigencia física y mental, está reservada a unos pocos montañeros en el mundo.

La particularidad de la ruta a seguir por la expedición de Alberto Iñurrategi hará que tengan que emplear las dos técnicas. Hasta la arista instalarán cuatro campos de altura bajo el sistema tradicional. Una vez en la arista, los alpinistas cargarán sus mochilas con todo lo necesario para realizar la travesía de ida y vuelta por ella durante la que deberán realizar dos o tres vivacs (dormir al raso) por encima de los 7.400 metros de altitud.


Dilema entre clásico y alpino
El debate entre estilo clásico (campos de altura) y alpino comenzó en el mismo momento en el que el objetivo de conquistar los catorce ochomiles del planeta quedó resuelto (Shisha Pangma, 1964) y se empezó a buscar el más difícil todavía en las grandes alturas. Messner fue un pionero en esta nueva filosofía, llevada a su extremo por Erhard Loretan. Prácticamente todos los ochomiles fueron conquistados por el suizo en estilo alpino, cuya filosofía fue siempre permanecer el menor tiempo posible en la zona de la muerte .Su método para conseguirlo fue subir lo más ligero y rápido posible, prescindiendo de vivacs en altura.

La cara sur del Annapurna, uno de los grandes hitos del Himalaya, fue un buen escenario para evidenciar el desarrollo de esta nueva filosofía. En 1970 una expedición británica inauguraba la era del ochomilismo de dificultad escalando esta formidable pared de tres kilómetros de altura. Sus once integrantes lo lograron empleando dos meses de trabajo y ocho toneladas de material, instalando ocho campos de altura y 4.000 metros de cuerdas fijas y utilizando oxígeno suplementario. 14 años más tarde, los catalanes Nil Bohigas y Eric Lucas abrían una nueva vía en la misma pared en estilo alpino, en 9 días de escalada y con 25 kilos a la espalda cada uno. Esa ascensión sigue siendo considerada por muchos como la actividad más importante realizada por el alpinismo español.

Primera noche en el campo II

El optimismo es absoluto en la expedición Oinak Izarretan. Alberto Iñurrategi y Jon Beloki siguen quemando etapas en la preparación de la ruta hacia el Annapurna a un ritmo excelente. Ayer, tras dormir en el campo I, ascendieron hasta el II, al que llegaron tras cinco horas de marcha. Su plan era pasar la primera noche en este segundo campo de altura, a 6.400 metros y a partir hoy hacia el tercero, último antes de salir camino de la cumbre.

Pero no hay que ir tan rápido. Todavía falta tiempo para el asalto a la cumbre. Aunque entre hoy y mañana consigan instalar el campo III, antes deberán descender al menos una vez al campo base para reponer fuerzas y, sobre todo, dejar pasar unos días para que la climatología se asiente, la primavera acabe de entrar en el Annapurna y las temperaturas y vientos que se pronostican en la cumbre se moderen.

De momento, los dos alpinistas vascos y sus tres compañeros extranjeros se mostraban ayer muy animados. Hoy intentarán aproximarse todo lo posible al punto de ubicación del campo III, a 7.200 metros de altitud. El terreno, en principio, no es muy técnico, aunque sí se trata de unas travesía muy larga. La instalación de cuerdas fijas se limitará a algunos tramos de grietas y seracs.