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DÍA 46

Fernando J.Pérez
Enviado especial

Entre dos mundos

JUANJO SAN SEBASTIÁN

Juanjo San Sebastián prepara un bacalao al pil-pil en el campo base. / F. J. PÉREZ
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Quiero a mis amigos. No acostumbro a admirarlos, y no me resulta fácil querer a quien pretende mi admiración. Esto me sucede en general. Pero hay momentos excepcionales.

Desde hace tiempo, admiro a Alberto Iñurrategi. No tanto por lo que ha conseguido, sino por cómo lo ha hecho:

En primer lugar, algo extraño en la mayoría de quienes intentan los catorce , eligió una ruta con pocas posibilidades de éxito. La arista este, una vía abierta en 1984, intentada más veces, pero irrepetida hasta hoy. Un itinerario técnico, difícil, enormemente largo, exigente y de altísimo riesgo, no por posibles avalanchas, lo habitual en esta montaña, sino por su desprotección. Hay que ser verdaderamente templado para elegir este acceso hacia la cumbre del Annapurna. Y hay que ser poco menos que un fuera de serie para culminarlo. Y si no, a los hechos: De los cinco expertos y potentes escaladores que se ha dado cita en esta ocasión, solo dos han soportado la prueba.

Por eso, Alberto ha ascendido con el francés Jean Christophe Lafaille. Lafaille, uno de los mejores escaladores del panorama internacional, metido también en la carrera de los catorce ochomiles no es, por supuesto, una mala compañía, todo lo contrario. Pero sí es una compañía determinada por las circunstancias, algo inhabitual en su trayectoria, que siempre ha acudido a las montañas en compañía de Félix y de gente muy próxima. Seguro que hoy, al encontrarse en el punto culminante del Annapurna y de su historia ochomilista, Alberto ha echado en falta a Jon Beloki y ha recordado a sus amigos, que somos muchos.

Siempre es aventurado, intentar penetrar en las sensaciones ajenas, pero es muy posible que hoy, a las diez menos diez de la mañana, Alberto haya atravesado por ese extraño estado de ánimo que a menudo empapa a quienes alcanzan altitudes y situaciones extremas: una curiosa sensación de poder mantenerse temporalmente entre dos mundos, pudiendo observar a y ser observado desde ambos a la vez, trastocados los sentidos, alterada la consciencia. Imaginemos la situación: Bajo sus botas, la última porción de materia sólida de la tierra, sobre ellas, el principio de la bóveda celeste, contacto mágico entre la existencia y el vacío.

Muchos alpinistas hemos experimentado en esas situaciones la sensación de estar en compañías extrañas, con más gente que la que había partido con nosotros, con la duda incluso, de cuál de esos dos mundos que percibimos es de verdad el nuestro. Es posible que hoy Alberto haya echado en falta a unos cuantos allá arriba, pero seguro que no a Félix porque hoy, fugazmente, Félix y Alberto se han abrazado en la cima del Annapurna.