Presidentes históricos

PORTADA
Noticias
CANDIDATURAS
Fernando Lamikiz
Javier Uria
ELECCIONES 2001
Entrevistas
Jornada electoral
La polémica
Choque de estilos
Athletic 2000-2001

Noticias

Aspiraciones y obligaciones


Los malos resultados del equipo en los últimos 15años han acabado por dejar en un peligroso estado de indefinición los objetivos deportivos del Athletic

JON AGIRIANO

Hoy por hoy, los equipos de la Liga española se dividen en tres grandes grupos en función de los objetivos que se plantean a comienzo de temporada. No importa que, antes de que el balón comience a rodar, todos partan en igualdad de condiciones y, lógicamente, dispuestos a ganar los 38 partidos, lo que, en principio, siguiendo una lógica estricta –y por ello no muy fiable– les convierte a todos en aspirantes al título. La realidad, sin embargo, es otra bien distinta. Cada equipo conoce perfectamente sus posibilidades y, a partir de ellas, asume sus obligaciones.

El título, actualmente, es cosa de cuatro equipos: Real Madrid, Barcelona, Deportivo y Valencia. Luego, hay otro grupo de clubes que, por potencial, se marcan como objetivo entrar en Europa, concretamente en la Copa de la UEFA, aunque, por supuesto, sin desdeñar la posibilidad de meterse en la Champions si la temporada les viene de cara. Es el caso, este año, del Mallorca, como lo fue el pasado del Alavés. Y queda, por último, un tercer bloque de equipos cuya aspiración no es otra que mantener la categoría.

¿Dónde se sitúa el Athletic en esta división? En principio, no hay duda: por presupuesto –el sexto de la Liga–, por plantilla y por historia –aunque ésta sea cada día un factor más irrelevante–, los rojiblancos pertenecen al grupo de equipos que, a principio de temporada, se marcan como meta entrar en competición continental. Y no sólo eso: también disputar el título de Copa.

Objetivos concretos
El tema parece claro. Sin embargo, no debe estarlo tanto ya que, desde hace tiempo, cada día son más los aficionados bilbaínos que se quejan de que uno de los males del Athletic es, precisamente, el de carecer de objetivos concretos. De hecho, conscientes de este estado de opinión, los dos candidatos a la presidencia del Athletic, Javier Uria y Fernando Lamikiz, se han sentido obligados a incluir en sus programas un apartado relativo a las metas deportivas del conjunto rojiblanco. El abogado de Busturia optó por resaltar una obviedad. ¿El objetivo? Ganar. Así, sin más. Uria, por su parte, fue más concreto: entrar todos los años en competiciones europeas.

Dejando a un lado los mensajes electorales, ambiciosos y voluntaristas por definición, no estaría mal analizar las razones por las cuales tantos socios e hinchas del Athletic consideran que los objetivos del club han caído en una peligrosa indefinición en los últimos años. En este sentido, lo primero que hay que decir es que la plantilla, instalada en la mediocridad desde hace tres temporadas, les ha dado razones sobradas para alimentar esa convicción. Esta temporada, sin ir más lejos, se vivió una situación de lo más esclarecedora tras la eliminación copera ante el Racing. Nadie en el club asumió la palabra fracaso para definir aquel fiasco, lo que dejó en el aire una pregunta ineludible: si el Athletic no triunfa –eso es evidente– y tampoco fracasa, ¿qué es lo que hace?

La historia, en realidad, viene de lejos. Puede decirse que la temporada 1984-85, la posterior a la del doblete, fue la última en la que el Athletic –tercero al final– salió de verdad a disputar el título liguero. A revalidarlo, en aquel caso. Desde entonces, lentamente, las aspiraciones han ido declinando hasta llegar a la actual situación, en la que la cota máxima es Europa.

El problema es que, si se examinan los resultados de las 16 últimas temporadas, el balance no da ni para considerar al Athletic un equipo con galones europeos. En estos años, el puesto medio de los rojiblancos en la Liga ha sido el octavo y la meta de Europa sólo se ha alcanzado en cinco ocasiones; en las campañas 1985-86, 1987-88, 1993-94, 1996-1997 y 1997-1998, en la que se consiguió el mayor éxito desde la última Liga, el segundo puesto que permitió disputar la Champions League. Es decir, el Athletic es un club que viene a entrar en competición continental una vez cada tres o cuatro temporadas. Dicho de otra manera: se ha convertido en un conjunto de mitad de la tabla, un histórico venido a menos que, en los buenos tiempos, se lleva un alegrón y, en los malos (las campañas 1986-87 y 1995-96, sobre todo) llega a sufrir apuros para mantener la categoría.

Disparidad de criterios
Es a partir de esta cruda realidad como se explican los problemas de indefinición respecto a sus objetivos que sufre el Athletic, donde la disparidad de criterios alcanza a los propios jugadores. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, mientras Carlos García aseguraba que al equipo sólo cabe exigirle que mantenga la categoría, Javi González afirmaba que la plantilla rojiblanca es la séptima en calidad del campeonato, con lo que pedirle entrar en la UEFA no sería para nada desatinado. ¿Qué es lo que ocurre? Aunque cueste asumirlo, lo que les ocurre a tantos otros equipos del montón, más o menos justitos de buena materia prima en sus plantillas: que clasificarse para Europa se interpreta como una aspiración, pero nunca como una obligación. Vamos, que si se consigue, pues muy bien, pero si no se llega, no pasa nada. Otro año será.

No hace falta decir que este pobre nivel de ambición y compromiso está resultando demoledor para el Athletic. Es como un virus que afectara de forma gravísima a la fibra competitiva de un equipo cada día más despersonalizado. En realidad, los jugadores, muchos de ellos fichados de otros equipos, han hecho lo peor que podían hacer: han metabolizado la desventaja, evidente por otra parte, que les provoca la filosofía del club y han decidido utilizarla como disculpa. Y es que es muy cómodo vivir escudado en la imposibilidad del fracaso y sin competencia alguna. Tan cómodo como letal.

La afición, por su parte, también tiene unos problemas que antes no tenía para asumir la filosofía rojiblanca. Es cierto que la inmensa mayoría la defiende a ultranza, pero también lo es que cada vez le resulta más complicado aceptar sus consecuencias. Una buena demostración fue la lamentable pitada que recibió Asier Del Horno en un partido de esta temporada. ¿Cuándo ha pitado San Mamés a un juvenil de la cantera? ¿Acaso no era distinta a todas la afición del Athletic? Por lo visto, lo es cada día menos.

Involución evidente
Es difícil saber cuál será la evolución del Athletic en el terreno deportivo. Lo único que se puede asegurar es que los jugadores rojiblancos lo van a tener cada vez más difícil en una Liga donde la calidad crece a ojos vista a su alrededor mientras ellos permanecen estancados, sin ofrecer ningún síntoma de mejoría. Todo lo contrario. La involución es evidente. De seguir por el actual camino, el descenso puede ser una realidad en pocos años, por mucho que el 60% de los socios no crea en esa posibilidad. Una temporada tonta –la que tuvieron el Betis y el Atlético, por ejemplo– y al pozo.

Para evitar este desastre manteniendo la actual filosofía, el club bilbaíno sólo tiene una opción, una prioridad indiscutible: volver a creer en sí mismo, recuperar su espíritu competitivo interpretando su inferioridad no como un lastre insuperable, sino como un estímulo del que los demás carecen. Por supuesto que es difícil, pero hay que intentarlo. Entre otras cosas, porque no hay otro camino. El Athletic necesita apuntar más alto para salir del callejón de la mediocridad. Y es que hay algo que se olvida con demasiada frecuencia: que los grandes equipos no sólo lo son por la grandeza de sus victorias, sino también por la entidad de sus fracasos.

Más noticias