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Alavés-Liverpool 17 / 05 / 01

Arde ‘Mendi’

4.000 aficionados hicieron temblar los cimientos del pabellón de Mendizorroza en una final épica

Icíar Ochoa de Olano Vitoria

Esa recurrente frase que dice que el fútbol levanta pasiones puede servir para explicar la temperatura de las gradas de un campo cualquiera en una tarde de do-mingo. Incluso, quizá, para contar una final de Liga Madrid-Bar-ça. Pero no para resumir, ni si-quiera rozar, una final de la Copa de la UEFA teñida de albiazul.

Ayer fueron muchos, algo así como 4.000, los que se vieron obligados a prescindir de una silla en el Westfalenstadion de Dortmund a cambio de un metro cuadrado en la cancha del pabellón de Mendizorroza. Eso, los más afortunados, porque se contaron por decenas los que tuvieron que soñar desde la calle, con los auriculares incrustados en las orejas y el corazón desbocado, con que el Alavés subía al cielo y se quedaba allí pa-ra siempre. Aun así, unos y otros, creyeron, sintieron, soñaron que lo que pisaban era suelo alemán. Verde y húmedo, como el césped en el que su equipo dejó escrita su impronta de campeón.

El antiguo cuartel general del Baskonia –flamante subcampeón europeo– soportó hasta cuatro te-rremotos humanos de la máxima categoría en la escala Ritcher. Uno con cada gol que el nunca mejor dicho ‘Glorioso’ logró incrustar en la portería inglesa. Todo en a-penas 118 minutos que parecieron un invierno de Vitoria.

Hubo congas improvisadas, to-neladas de sudor y gritos desgarrados, aplausos como nunca esperó recibir Mané, pataleos enfebrecidos, y pitidos que hicieron temblar los cimientos del viejo pabellón. Nunca en la fecunda y dorada historia deportiva de la capital alavesa se recordará nada parecido.

La barrera del sonido

Ni tan siquiera cuando el 3-1 parecía alejar al infinito la Copa de la UEFA la afición albiazul dejó de espolear a sus héroes. Entonces, el «¡a por ellos!» rompería la barrera del sonido para traspasar la gigantesca pantalla de video y fundirse con el aullido de guerra de los 8.500 hermanos gustosamente exiliados en Dormund.

Con la memorable remontada albiazul, Mendizorroza alcanzó el punto de ebullición. Ya nadie se volvería a sentar. Ni a callar. Un estruendo de alegría desbordada, un delirium tremens en toda re-gla acompañó hasta el final a un Alavés épico que no pudo apuntalar un título que le correspondía. Por coraje y porque sí.

En Mendizorroza aún resuena la euforia. La de ayer y la de hoy, porque a juicio de los otros 4.000 aficionados que ayer también ju-garon, el Alavés no ha perdido.


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