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DEPORTES
Salto de calidad

El deporte ha conseguido notables éxitos gracias a una profesionalización que ha disparado las nóminas de las figuras

DAVID GUADILLA

Profesionalización. Adiós a las gestas épicas protagonizadas por héroes solitarios y conjuntos únicos. Si durante 30 años nombres como los del Real Madrid y sus seis Copas de Europa; Bahamontes y su luchas con Anquetil; Fernández Ochoa, esquiador de un país sin pistas de esquí; o Marcelino y su gol a Rusia en la final de la Eurocopa de 1964, no eran más que espejismos en el desierto deportivo español, el último cuarto de siglo ha conseguido habituar a los aficionados al éxito y ha llevado a estadios y pabellones el color del dinero. El espectáculo al servicio del negocio.

De poco vale el esfuerzo si no viene acompañado de victorias; el orgullo y la furia española hace tiempo que dejaron de servir como argumentos. Lo importante es ganar porque hay mucho en juego. Dos años antes de la muerte de Franco el Barcelona fichó a Johan Cruyff por 62 millones de pesetas; en 1976, el Valencia se hizo con los servicios de Kempes por sólo 32. Hoy en día el precio del astro holandés sería incalculable, quizá los 10.000 millones que pagó el Real Madrid por Figo sean una buena referencia.

Mucho dinero que llega gracias a la televisión. La pequeña pantalla se ha convertido en la mejor hucha del deporte, la que aporta miles de millones y la que ha convertido a los jugadores en estrellas multimedia acostumbradas a negociar la ficha con el presidente del equipo y sus derechos de imagen ­en muchos casos aún más jugosos­ con representantes y managers, dos figuras al alza.

Cambio de rumbo

¿Llegó el dinero gracias a los éxitos obtenidos o han venido éstos porque instituciones y empresas decidieron invertir en el deporte? Lo único evidente es que ambos han caminado juntos, sobre todo, desde mediados de los ochenta. Hasta ese momento, los primeros años de la democracia discurrieron por una senda oscura cuyo punto más negro fue el Mundial'82. La fiesta se convirtió en desastre.

Aunque sirvió para que el resto del mundo empezase a ver de otra forma a España, en el plano deportivo la selección tocó fondo. Pasó a segunda ronda sin pena ni gloria tras ganar a Yugoslavia, empatar con Honduras y perder con Irlanda del Norte. Al final, logró la decimosegunda posición, el peor puesto obtenido por un país organizador.

Pero, a pesar de esta desilusión, el fútbol, el deporte en general, entra en una nueva vía. Los jugadores, tras la huelga que mantuvieron en 1979, toman conciencia de que ha llegado la hora de los cambios; el Barcelona paga 1.200 millones por Maradona; los extranjeros comienzan a ser habituales en una Liga que, paradójicamente, es ganada cuatro años seguidos por dos equipos ­Real Sociedad y Athletic de Bilbao­ sin foráneos.

Y en 1984 dos acontecimientos abren los ojos a los aficionados: la Eurocopa de Francia y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En la primera, a la que se llegó tras endosar doce goles a Malta, la selección quedó subcampeona; en las Olimpiadas, los espectadores se dieron cuenta de que había vida más allá del fútbol. Nace la pasión por el baloncesto. Los Epi, Corbalán, Iturriaga, etc, sitúan el deporte de la canasta como el preferido entre la juventud. Fernando Martín llega a la NBA. Pero los cimientos del boom del baloncesto no son tan firmes como parecen.

En fútbol, la Quinta del Buitre arrolla en España y fracasa en Europa mientras la selección promete todo y no da nada; en ciclismo, Perico Delgado gana el Tour abriendo la puerta a lo que años más tarde entraría desde Navarra; en tenis, Arancha Sánchez Vicario se convierte en la primera mujer en obtener un Grand Slam con el Roland Garros y colocar al deporte femenino en las portadas de todos los periódicos.

Llegan los noventa, la explosión, Barcelona'92. Los Juegos Olímpicos suponen la cúspide del deporte español. La organización es casi perfecta, el público responde masivamente y los deportistas no defraudan. Las instituciones se conjuran para que nada falle y destinan parte de sus presupuestos a formar y preparar a los deportistas. Nacen los centros de alto rendimiento. La medicina deportiva se convierte en una ciencia destinada a sacar el mayor provecho a las virtudes de los atletas. Además, las empresas se dan cuenta que invertir en deporte es rentable: los patrocinadores se multiplican.

Al más alto nivel

Y los españoles se percatan de que hay chicas que juegan a hockey hierba y encima ganan; de que el judo o el taekwondo no es sólo cuestión de orientales; y de que los jugadores de balonmano, waterpolo o los gimnastas pueden participar al más alto nivel sin hacer el ridículo. En atletismo, Fermín Cacho se cuelga la medalla de oro en los 1.500, tomando el relevo a los Abascal, González y marchistas variados.

Ese mismo año, el F. C. Barcelona ­que domina la Liga­ gana la Copa de Europa con un equipo mágico y las carreteras francesas viven el año II de la era Induráin. Cinco Tours seguidos que el de Villava consigue con una autoridad irritante para sus adversarios y magistral para sus seguidores. Su mito ahoga la carrera de muchos a los que antes de tiempo se les colgó el cartel de sucesores.

Los triunfos se suceden. Bruguera, Corretja, Moyá o Conchita Martínez logran que las victorias de Sánchez Vicario no sean una excepción; Carlos Sainz domina los rallyes; Aspar, Crivillé o Sito Pons toman el relevo de Ángel Nieto en los circuitos de motociclismo; en golf, al nombre de Severiano Ballesteros ­uno de los deportistas que más alto y más lejos han llevado el nombre de España durante estos 25 años­ se une el de Olazabal y el del todavía niño Sergio García; el Real Madrid gana otras dos Copas de Europa; la Liga de la Estrellas hace honor a su nombre: Ronaldo, Romario, Laudrup, Rivaldo, ; los contratos se llenan de ceros y los agentes y jugadores los bolsillos. Un espectáculo, un negocio.

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