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Óscar Cubillo
AC/DC vencieron por KO en un BEC entregado a la pasión (4 de abril)
Se rumorea en Internet que un autobús escolar con 42 niños de corta edad sufrió un aparatoso accidente en marzo en Madrid. El conductor perdió el control, arrolló cinco coches, asoló una gasolinera provocando explosiones y continuó como un kamikaze durante un kilómetro. Y al frenar... ¡los infantes le gritaron que repitiera!
Así arrancó el concierto estelar de 19 canciones y 117 minutos de AC/DC en el BEC. Igual que los dibujos animados del Correcaminos. En las pantallas, un tren desbocado, a punto de descarrilar... y las 16.000 almas ansiosas de celebrar el gran rock jaleaban, silbaban y chillaban ‘dale, dale'. ¡Uh! Ni en las barracas. La locomotora se salió de los raíles, se prendió la pirotecnia, pum-pum-pum, y apareció el quinteto, con Angus el primero, uniformado de colegial. En la pista y las gradas estaba todo el mundo en pie... y nadie se sentó en todo el show.
Se abrió con la novedosa ‘Rock N' Roll Train' y al acabar de graznarla, el vocalista Brian Johnson dijo ‘gracias, thank you, Bilbao'. A la segunda, ‘Hell Ain't A Bad Place To Be', ya se demostró que AC/DC, a pesar de la sobridad del escenario (atrezzo circense aparte), llenaban el espacio y sonaban cercanos a pesar de ser sólo cinco, tres de ellos estáticos gregarios relegados al fondo y el batería aporreando a ras de suelo.
Los australianos resultaron ser más grandes que el BEC. Los conciertos de masas son un peñazo, pero en su caso no. Ves a los Rolling y te aburres, a Bruce y te quedas con ganas de más, a Amaral y te alienas, a Fito y no encuentras tu lugar en el mundo. Pero ves a AC/DC y son tan rocosos y tan económicamente eficientes, y suenan a tal volumen (200.000 vatios aprovechados), que te sientes parte del bolo, no sólo por los coros de batalla (en ‘TNT', con lanzallamas soplando, parecíamos huestes guerreras de Manowar) y por las ventajas del provocador, ese pasillo que atravesaba la pista.
Vaya chasco
Musicalmente, el corpus genuino de su estilo boogie woogie, el repertorio que abunda en los clásicos entonados por el difunto cantante Bon Scott más la ejecución intachable, creíble y currela logran que al buscar peros al asunto se deba pensar. Los puntos bajos fueron dos de las cinco canciones del nuevo CD ‘Black Ice' (‘War Machine', como los Judas Priest pero peor, y ‘Anything Goes', melódica y yanqui) y el alarde guitarrístico en solitario de Angus Young antes del bis, demasiado dilatado. Y, créanselo, hubo una decepción al final: los seis cañones no atronaron como nos prometieron. ¡Vaya chasco!
Entre el éxtasis podríamos colegir varias canciones descuellantes: ‘Shot Down In Flames', lubricada, ‘Shot To Thrill', excitada (aquí los vídeos plasmaron al batería fumando, ¡y estaba prohibido!), ‘Let There Be Rock, con Angus punteando sobre una plataforma que se elevó en el centro del recinto y la pantalla reproduciéndole como un holograma ciclópeo, y ‘Highway To Hell' en el bis.
Sí, nos sabíamos el guión, como el manido strip tease de un Angus que no cesó de correr. Sin embargo todo resultó especial, desde el provocador donde Brian Johnson daba la mano a sus fans al aspecto del BEC cuando se apagaban las luces entre tema y tema y brillaban los cuernos luminosos rojos de cientos de espectadores que los habían adquirido por 10 euros.