Podemos comenzar diciendo
que una persona puede objetivar lo que ve en los otros o incluso
hacerlo con lo que le ocurre a sí mismo, y, al verlo delante,
como en una película o en una pizarra, tiene una mayor
facilidad para captar lo que hay des proporcionado o bien lo
que de gobernable podría haberse puesto. La conclusión
tras este proceso es que se aprende mucho más.
No es que los casos de disfunciones conyungales que vamos a ver
se convirtieran en anuncios para la televisión azteca,
sino que ésta pidió unos programas de 60 segundos
configurados como tales para que se transmitiese un valor familiar.
Así que salpicaré los ejemplos que vaya viendo
con alguno de éstos e interrumpiré en un tono informal
la lectura de un caso real para comentar de forma breve algún
asunto y ustedes no se pierdan en el discurso.
Debo advertirles de que aprender comunicación
conyugal es complejísimo, no se acaba nunca. Esto se debe
a que dicha comunicación no hace otra cosa que reflejar
nuestra identidad en la relación. Como somos personas
con defectos, con extremadas limitaciones y con alguna que otra
gota de perversión, esa combinación, que no es
la única, porque también hay grandeza, esfuerzo,
virtudes y corazón, nos hace sentir que somos frágiles;
nos hiere, nos desconcierta, nos crea sensación de soledad,
tenemos la impresión de que no estamos reconocidos, de
que parte de nosotros mismos se ha ido a la basura sin que haya
no sólo un conocimiento sino también un reconocimiento.
Y eso se refleja en la comunicación, es inherente al ser
humano.
Ésta no es más que la interrelación entre
personas, así que tengamos misericordia para enfrentarnos
a algunos aspectos que veremos a continuación. Imaginen
que estamos en el Pacífico. Veamos alguna que otra habitación
de un pequeño hotel de Acapulco, no más. Intenten
hacerse a la idea de que "prende" la televisión
-que significa 'enchufar' en México- una familia de 7
miembros; la pareja de los padres, cuatro hijos y una abuela.
Es estable, está sentada en el salón, concentrada
en torno a la abuela, que tiene en el regazo un album de fotos
¿Quién no ha tenido un album de fotos y se ha reunido
con sus familiares, o se ha quedado a solas consigo mismo, alguna
vez para pasar las páginas donde están las fotos
de antes?
Entonces, la cámara enfoca el regazo de la abuela y se
va fijando en cada una de las instantáneas. Cada una es
una pincelada de biografía, a partir de la cual la abuela
va comentando quiénes son los que aparecen según
van preguntando los chicos. En esto, se oye la voz de Adriana,
que es la niña de 15 años, mientras la cámara
se fija en una de las fotos que ha señalado. «¿Y
esta mujer tan guapa?», dice ella. «Sí, mi
hijita, muy guapa y muy desgraciada. Es la tía Berta;
su marido bebía y le pegaba hasta que le abandonó
y la familia se descompuso». Entonces, el otro de los nietos
comenta: «¿y este muchachito, abuela?». Y
la abuela le dice: «éste es Toño, el hijo
de Berta, que cayó en la droga por todo el drama de su
casa. Lo encontraron un día medio muerto».
Al final de cada respuesta de la abuela, la cámara está
enfocando las caras de todo el resto de la familia. En un momento
determinado, uno de los nietos señala una fotografía
donde está la famosa tía Berta con su chico; es
una fotografía de boda en la que se les ve embelesados,
mirándose felices, ante la que la señora dice:
«todavía estaban a tiempo». Los padres se
miran entre sí y ella, para sus adentros, en una voz en
off, replica: «y tú y yo, Fernando, también
estamos a tiempo». El marido, como si le leyera el pensamiento,
responde, esta vez en voz alta: «sí, lo estamos».
«¿Por qué comenzamos con esta escena imaginaria?»,
se preguntarán. Y entonces yo les hago caer en la cuenta
de que carece de sentido que le dediquemos un tiempo a la comunicación
si cada uno de ustedes no se abre a ella. Los más jóvenes,
por lógica, están mucho más a tiempo, pero
todos, de alguna manera, lo estamos. Si dejamos que la comunicación
corra a su aire, tiende a desgastarse, a confundirse y a crear
situaciones opacas que originan la separación. Que es
cosa de dos y que tiene funciones claras en nuestra vida es tema
que trataremos a lo largo de toda la charla.
El siguiente caso que podemos analizar es el de Luis. Tiene 44
años y está casado desde hace 14 con Elisa, de
su misma edad y antigua secretaria suya. Fruto de su matrimonio
son tres varones de 12, 10 y 7 años, y desde que nació
el segundo, Elisa se dedica a las tareas domésticas. Llevan
dos meses separados y la esposa no manifiesta querer reanudar
la convivencia.
Cuando el doctor le pide que le cuente el último día
detalladamente para hacerse cargo de la reacción de ella,
Luis se explica: «como le iba contando, una multinacional
compró nuestra empresa y hubo un importante reajuste de
cargos directivos. Se confirmó mi puesto de director comercial
y tuve un respiro, ya que había semanas de mucha incertidumbre.
El nuevo director general era extranjero, danés, para
más señas. Yo soy persona abierta, afable, y me
pareció que podía entenderme con él, así
que pensé invitarle a cenar a casa. Tuve una gorda con
Elisa porque se lo comenté el día anterior y se
puso como una fiera por no habérselo dicho con tiempo
suficiente. Pero ella ha trabajado ahí; sabe que nos solemos
enterar de un compromiso importante sobre la marcha y hay que
reaccionar, no te valen quejas. No vas a decir que no recibes
a nadie, o que no tomas tu avión hasta que te avisen con
la suficiente antelación. La verdad es que su actitud
me pareció irresponsable, aunque al fin, muy tensos los
dos, aceptó de mala gana. Y a mí eso me desmotiva.
Quieren tu dinero, tu trabajo y todo lo que ello conlleva, pero
no comprenden lo que hay que hacer para asegurarlo. En esto es
como su madre. Mi suegro me contaba un día ...»
El doctor le indica que no interrumpa el relato principal, así
que Luis prosigue: «imagínese que son las 9 y estamos
en casa esperando a nuestros invitados, mi director y su esposa.
Hemos preparado un aperitivo en el salón para romper el
hielo, pero, como no nos conocemos, hablamos y reímos
poco. Enseguida llegan las tensiones; mi mujer me hace pagar
el pato, ya sabe, y yo, nervioso como un flan, tomando el primer
vino, se me ocurre contar un chiste que domino y tiene una gracia
enorme ¿Pues sabe qué hizo mi mujer? En cuanto
pregunto si saben el del pajarito Elisa suelta: "¿no
iras a contar este chiste otra vez, verdad?". Y dirigiéndose
a ellos les dice: "si no lo ha contado 100 veces no lo ha
contado ninguna". Yo me quedo de piedra; no se me ocurre
otro en aquel momento, hago de tripas corazón y lo suelto,
fatal, por cierto, por culpa del mal cuerpo que me ha puesto.
Encima, iba poniendo morritos en los puntos clave. Yo la hubiera
matado.
Además, todavía me corroe pensar que, cuando éramos
novios, ella misma era la que comentaba a todos: "Luis cuenta
los chistes de cine. Cuéntales el del pajarito".
Al principio, todo me lo reía, cualquier cosa mía
le divertía. Me acuerdo de aquel día en que me
dijo: "me caso contigo porque me haces reir"».
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