YO Y TU, OBJETOS
DE LUJO
Claves para entender la sociedad de nuestro tiempo
Dr. D. Vicente Verdú
Escritor y periodista
Bilbao, 30 de enero de 2006
Partiré
de una cuestión que, en todos los aspectos, me parece importante
en la sociedad actual: su mala imagen. Las personas de nuestra generación
que nos encontramos en una situación de relativo poder dentro
de los medios de comunicación, la universidad u otras instancias
morales, juzgamos esta época como un tiempo en el que se han
negado los valores y se ha perdido el sentido del esfuerzo. Nos quejamos
de que, en ella, los niños no salen realmente formados de la
escuela ni adquieren el rigor del sacrificio, aprendiendo cuestiones
muy triviales sin recibir una formación lo suficientemente
consistente como para afrontar una vida con los valores que nosotros
sí hemos respetado.
Este discurso tan común
se repite de tal manera en los últimos años que me pregunto
si toda esta palinodia no tendrá también una parte de
desdeño de lo nuevo y adolecerá, además, de una
deficiencia para entenderlo. Me planteo si no habrá una especie
de reivindicación de nuestro mundo que nos cierra a la oportunidad
de entender lo nuevo. Tal vez sea preciso asumir la posibilidad de
que se está componiendo un nuevo paradigma cultural que, naturalmente,
tiene que ver con una sociedad y una cultura del consumo.
Hemos sido educados en
una virtud que fue pilar de los valores imperantes de la burguesía:
el ahorro. El ahorro era una institución en la que convergían
muchos valores. Se hacía acopio de bienes para después
tener la oportunidad de recibir una recompensa mayor, para prevenirnos
de las posibles adversidades futuras. Hacíamos, antes de nada,
un proyecto de vida que progresivamente iba necesitando de unas provisiones,
las cuales disponíamos para después no quedarnos desamparados.
Sin embargo, todo ese mundo
ha desaparecido o se ha resquebrajado de tal forma que no tiene mucho
sentido seguir invocándolo. Desde los años sesenta empezaron
a escucharse en Europa los gritos de la publicidad, que decía
"compre ahora, pague mañana" o "disfrute ahora,
pague mañana". Para hacernos una idea, el ahorro en Estados
Unidos, por ejemplo, era de más del veinte por ciento de los
ingresos hace veinticinco años, pero ahora es menos que cero.
Como se sabe, en España la gente se endeuda cada vez más,
y las cifras hacen que, si pensáramos en términos pasados,
uno estaría hipotecado durante toda su vida en relación
no sólo con su casa, sino también con sus ingresos.
Esta idea nueva contraria
al ahorro y a favor de fiarlo todo a los seguros o a la improvisación,
esa idea de no pensar tanto en la utilidad como en sacar provecho
al instante, empieza a convertirse en un archipiélago que constituye
un sistema que decide un cuadro de valores, y que cristaliza en un
paradigma cultural diferente de la cultura del ahorro. La cultura
del consumo es una cultura de la inmediatez. Disposición para
el vitalismo o mayor número de experiencias en la vida son
formulaciones que tienen que ver, precisamente, con una concepción
de la existencia distinta de la que se tenía hace apenas medio
siglo.
En efecto, las personas
religiosas -y no me refiero solamente a las personas practicantes,
sino también a todos los que hemos participado de una atmósfera
religiosa en una u otra medida- teníamos de la vida una idea
de inversión hacia un futuro que se producía gloriosamente
después de la muerte, de manera que la vida era -como tantas
veces se dice- un paso hacia un lugar de promisión donde realmente
encontraríamos la compensación a los sacrificios.
Asimismo, para muchos de
los que incluso no creían en un más allá vinculado
a la religión, la concepción de la existencia estaba
dibujada como un proceso que llegaba a una meta. Se estudiaba un bachillerato
para cursar una carrera y convertirse en abogado, médico, etc.,
para formar una familia y tener hijos, nietos... Las personas tenían
un dibujo lineal, como si, de antemano, cada uno tuviera "designado
el destino".
Por el contrario, hoy día
sabemos que los empleos son precarios; que se cambia de trabajo, de
residencia o de pareja; y que se pretende vivir en muchas direcciones
diferentes y no en una línea recta. Por ello, cuando la trascendencia
desaparece y prevalece la inmanencia, pierde sentido que estemos quejándonos
de que los chicos de las escuelas no tengan idea del esfuerzo, no
apliquen el rigor de la abnegación ni esperen.
No esperan porque el ahorro
era espera, pero el consumo es inmediatez. La nuestra es una cultura,
digámoslo metafóricamente, "de la droga".
Precisamente, no es una casualidad que se consuma tanto por la gente
joven. Lo decisivo de la droga es que produce recompensa inmediata:
uno está mal, se chuta una dosis de heroína o esnifa
una raya, y pasa a estar bien sin proceso ni intermediación.